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Temática de las Crónicas de Indias (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura hispanoamericana
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Temática de las Crónicas de Indias
Análisis de la temática de las Crónicas de Indias
Los temas que tratan las Crónicas de Indias pueden ser
a)
Particulares
Narran la conquista de un solo territorio; es el caso de la Crónica del reino de Chile del capitán Pedro Mariño de Lobera.
b)
Generales
Abarcan zonas más amplias, o incluso toda la Conquista española de América. La más conocida es la Historia General y Natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo.
c)
Naturales
Se centran sobre todo en el marco geográfico y etnográfico en el que se desenvuelve la Conquista. Por ejemplo: el hasta poco inédito Compendio y descripción de las Indias Occidentales del carmelita Fray Antonio Vázquez de Espinosa.
d)
Morales
Dan mayor importancia a la situación del indígena y a la conducta del colonizador. Un famoso ejemplo es la polémica obra de Fray Bartolomé de Las Casas Brevísima relación de la destrucción de las Indias.
Las Crónicas fueron leídas en España y en Europa, contribuyendo a poner de nuevo en circulación mitos como el del Buen Salvaje o la Edad de Oro. Su influencia fue indudable en el renacer del pensamiento utópico, con las obras de Tomás Moro, Campanella o Bacon.
Un análisis de las obras de cuatro autores más relevantes: Bernal Díaz del Castillo, Bartolomé de Las Casas, Gonzalo Fernández de Oviedo y el Inca Garcilaso de la Vega. El análisis de estos cuatro autores no permitirá deducir conclusiones generales para el resto:
Constitución formal de las Crónicas
El cronista es hijo de su tiempo y no ajeno al culto renacentista a lo natural. Sigue la norma de Juan de Valdés en el Diálogo de la lengua:
Escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir; y dígolo cuanto más llanamente puedo, porque, a mi parecer, en ninguna lengua está bien la afectación.
Así, al principio de la crónica el autor pide disculpas al lector por su ignorancia y pobre estilo; aunque esto tiene algo de tópico de la falsa modestia medieval. Pero en realidad se debe a que se trata de individuos que toman la pluma de manera eventual para contar sucesos que ellos mismos vivieron: por ejemplo, Bernal, Cortés, Cabeza de Vaca, etc.
Sin perder de vista el ideal del estilo natural, otros cronistas más cultos se expresan con tal corrección que sus textos se cuentan entre los modelos de prosa humanística del siglo XVI. Es el caso del Inca Garcilaso de la Vega, López de Gómara. Mientras que Bartolomé de Las Casas (considerado como el último representante del cristianismo universalista basado en la escolástica medieval) se mantiene alejado de la sencillez expresiva que exigía el Renacimiento; para Menéndez y Pelayo, Las Casas carece del “desenfado soldadesco y bizarro” de otros autores y tiene un desaliño en su lengua, a menudo cuajada de pedantesco aparato erudito.
Como género literario, la Crónica experimentó una notable evolución a partir de la obra del Canciller Ayala. El nuevo arte de historiar, dejando a un lado la aridez de los ejemplos medievales, supo dar a los hechos la viveza, la animación y el dramático interés de un relato de ficción.
A esta sensación contribuyó además de la energía descriptiva del estilo, directo y sin afectación, el uso frecuente del diálogo, la inclusión de pístolas y arengas, y la composición de escenas en las que el autor hace vivir directamente a los personales.
La Crónica de Indias parta de este modelo de la historiografía tradicional: el discurso de un YO (el autor) dirigido a un TÚ (el emperador, el Consejo de Indias) para narrar, más o menos prolijamente, sucesos ocurridos en el Nuevo Mundo.
Los elementos de esta estructura son los siguientes:
El YO del autor tiñe con su personalidad el devenir de la Crónica. En un principio, los mismos protagonistas de la epopeya americana escriben sus experiencias: Colón, Cortés, Bernal, Cabeza de Vaca. Así la primera persona del singular es el soporte de la narración. En ningún momento trata de simularse la omnipresencia del autor. Así escribe Bernal Díaz del Castillo:
Miren las personas sabias y leídas esta mi relación desde el principio hasta el cabo y verán que ninguna escritura que está escrita en el mundo, ni en hechos hazañosos humanos, ha habido hombres que más reinos y señoríos hayan ganado como nosotros, los verdaderos conquistadores, para nuestro rey y señor; y entre los fuertes conquistadores mis compañeros, puesto que los hubo muy esforzados, a mí me tenían en la cuenta de ellos, y el más antiguo de todos, y digo otra vez que yo, yo y yo, dígolo tantas veces, que yo soy el más antiguo y lo he servido como buen soldado a Su Majestad. (Historia..., p. 606).
Bernal Díaz del Castillo se esfuerza en mostrar que el heroísmo no fue exclusivo de los capitanes que mandaban en la Conquista, sino de todos los soldados que les ayudaron: la Conquista de México no fue obra de Cortés, sino de “Cortés y sus hombres”. La obra de Las Casas es, más que una rigurosa información sobre aspectos de la colonización y conquista, una reacción apasionada ante los abusos cometidos por algunos colonizadores sin escrúpulos. Años más tarde, el Inca Garcilaso de la Vega echa mano de sus recuerdos infantiles para la evocación de la grandeza de su pasado incaico; en la narración irrumpen a cada paso sus propias vivencias de niño.
El emperador es el destinatario expreso o tácito de muchas de las Crónica. Hay que informarle del desarrollo de una campaña (Cartas de Hernán Cortés), o bien su intervención se considera decisiva para detener los desmanes de los españoles en Indias, como es el caso de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de De las Casas. El propio Carlos V nombró a Fernández de Oviedo Cronista Oficial de Indias. Las apelaciones y referencias al monarca menudean en la narración.
La crónica no sigue una estructura determinada: el autor parte de una doble ordenación:
a)
Espacial
Cuenta los sucesos ocurridos en un determinado territorio. México, Perú, Chile.
b)
Temporal
Cuenta los sucesos en cronología lineal tal como cree que sucedieron.
La Crónica carece de plan metódico: se van acumulando las noticias a medida que se las recuerda, o se adquieren sin ningún tipo de selección o estudio de fuentes. La memoria y el “de oídas” juegan un gran papel. Con frecuencia se producen digresiones sobre temas muy diversos. Así, la Apologética Historia de las Indias de Las Casas tenía capítulos destinados a la Historia General de las Indias hasta que el autor pensó que tenía materia para una obra distinta.
Excepto los dos exponentes del Humanismo renacentista que son López de Gómara y El Inca Garcilaso, los cronistas de Indias carecen de expresa voluntad de estilo, de concepción global de su obra literaria, pretenden contar lo más sencillamente y claramente posible. Esto da a las Crónicas cierta frescura.
La crónica de Bernal Díaz del Castillo
Bernal Díaz del Castillo (1492-1581) escribió la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España para referir los sucesos ocurridos entre 1517 y 1521. Recibió duras críticas por ofrecer una imagen “demasiado humana” de Hernán Cortés. Por su espontaneidad y por su falta de prejuicios retóricos, Bernal está considerado hoy en día como uno de los grandes prosistas en lengua castellana. Su estilo es sencillo.
La lengua de Bernal presenta las vacilaciones típicas del castellano de mediados del siglo XVI, época en la que va a producirse un completo reajuste fonológico del castellano. Confunde b/v; z/c; c/z; hay vacilaciones en el timbre de las vocales: “descobrir, trujieron”. Aún no se han simplificado ciertos grupos consonánticos: “rescibir”.
La sintaxis de Bernal presenta un abuso de la conjunción copulativa “y”, lo que da a su prosa un tono de enumeración acumulativa. Abundan los adverbios temporales y la adjetivación precisa. El verbo suele colocarse al comienzo de la frase, frente a los prosistas cultos que lo colocan al final, al uso latino. Se dirige a veces directamente al lector y emplea fórmulas que le dan libertad para moverse por la narración: “E otra cosa vi...”; “Y más digo...”; “Oí decir que...”; “No olvidemos...”; “Dejemos de hablar en esto y volvamos a...”; “Dejemos ya de decir...”; “Digamos agora...”; “Pasemos adelante....”; “No olvidemos...”.
El léxico de Bernal da entrada a americanismos, a veces al lado de la equivalencia castellana: “señores o caciques”. Tiene un vocabulario sencillo, asequible al lector común del siglo XVI. Usa giros coloquiales en situaciones inesperadas, por ejemplo, cuando Cortés dice a Olmedo en presencia de Moctezuma: “... será bien que demos un tiento a Montezuma...” Abundan los refranes y frases populares: “todo lo que traen los caciques y Montezuma se consume en el uno en papo y otro en saco e otro so el sobaco...”
La crónica de Bernal se ajusta al esquema de Crónica arriba apuntado. Destaca la presencia constante del autor en la narración; las acciones “en vivo” con diálogos, discursos, arengas... Como escribe de memoria, a veces pierde el hilo, que recobra mediante las fórmulas arriba mencionadas.
La crónica del Inca garcilaso de la Vega
El Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616) tiene una prosa muy diferente a la de Bernal, pero muy apreciada en la literatura española. Traduce los Diálogos de Amor de León Hebreo, mejorando la forma del original italiano. En 1605 publica La Florida del Inca o Historia del Adelantado Hernando de Soto, narración de la expedición a la Florida. Su obra capital es Comentarios Reales (1609), cuya segunda parte lleva el título de Historia General del Perú.
Los Comentarios del Inca Garcilaso son un acabado ejemplo de prosa renacentista tal y como la cultivó Fray Luis de León en su De los nombres de Cristo. El estilo es elegante y preciso, entre la mesura clásica y el americanismo barroco.
La lengua del Inca Garcilaso de la Vega no difiere sustancialmente del uso moderno, tras el reajuste fonológico de mediados del siglo XVI.
La sintaxis tiene una medida y perfecta arquitectura. La palabra clave es equilibrio, tanto en el pensamiento cmo en el discurso, que se desarrolla mediante simetrías, oposiciones, paralelismos, construcciones bien ordenadas. Es una prosa rítmica y bien ordenada, pulida y esmerada. Con gran equilibrio entre coordinación y subordinación, con rica variedad de nexos oracionales. Es un estilo de trabajada sencillez, sin excesos barrocos, al hilo de una mente lógica.
Esta es la diferencia importante entre Garcilaso y los otros cronistas: evita las digresiones para seguir con admirable rigor el plan trazado. Los nueve libros forman un cuadro completo de la vida de los incas: I = ideas religiosas; II = astronomía, geografía y música; III y IV = templos y culto; V = agricultura y clases sociales; VI = la casa real y su organización; VII = fiestas rituales y arquitectura militar; VIII = fauna, flora, minería; IX = cambios que sobrevienen con la llegada de los españoles. Todo ello animado con recuerdos personales del Autor, hijo de princesa indígena y caballero capitán español.
La Historia General del Perú es literariamente menos interesante, relata la conquista y colonización, así como las guerras civiles entre los españoles.
En cuanto a los juicios sobre la política de su tiempo muestra una serenidad digna de un príncipe.
Contexto social e ideológico de las Crónicas de Indias
Rasgos de la concepción del mundo del cronista:
La religión y la evangelización
Dios, la Virgen Santa María y la Santa Madre Iglesia son vocativos habituales de las crónicas. Las Casas critica por un lado la acción violenta de los españoles, pero por otro justifica la conquista por la posibilidad que ofrece a los indígenas de convertirse al cristianismo. En sus Comentarios, el Inca agradece a Jesucristo y a la Virgen “por cuyos méritos e intercesión se dignó la Eterna Majestad de sacar del abismo de la idolatría tantas y tan grandes naciones, y reducirlas al gremio de su Iglesia católica romana”.
El Imperio
La idea del Imperio aparece estrechamente vinculada con la anterior. Carlos V representaba la monarquía católica triunfante, la reeconstrucción del Sacro Imperio Romano Germánico. El individuo español que lucha en América se siente partícipe de esta empresa; esta empresa imperial le confiere su identidad. Así lo expresan los conquistadores. Por ejemplo, Cortés se dirige al cacique Olintecle: “Pues hágoos saber que nosotros venimos de lejanas tierras, por mandado de nuestro Rey y Señor, que es el emperador don Carlos, de quien son vasallos muchos señores y envía mandar a ese vueltro gran Montezuma que no sacrifique ni mate ningunos indios... y para que dé obediencia a nuestro Rey y Señor...”
La Historia General y Natural de la Indias de Fernández de Oviedo es el exponente máximo de una conceptión histórico-universal de la empresa de Indias que enlaza directamente con la corriente erasmista del siglo XVI que puso toda su fuerza al servicio del imperialismo de Carlos V. Para Fernández de Oviedo, el pueblo español es el instrumento de Dios en orden a la cristianización de las Indias. La Providencia ha previsto una sola fe, bajo el Papa, y un solo poder temporal, bajo el Emperador.
Mientras los emigrantes del Mayflower necesitan dos siglos para penetrar 200 km tierra dentro, los españoles recorren en 30 años 24 millones de kilómetros. Es decir: la colonización anglosajona está orientada a la población y explotación de la tierra; la necesidad de tierra para los nuevos colonos origina la lenta expansión. Por el contrario: la conquista y colonización ibérica tiene como meta incorporar un mundo nuevo a la órbita del Imperio de Carlos V y los Reyes Católicos antes, un imperio fundado en el catolicismo. La “voluntad de Estado en los siglos XV y XVI fue hacer del mundo el cuerpo de su Estado y de su estado el Cuerpo de Cristo” (José Luis Abellán). Esta visión religiosa dio a la colonización un rasgo de intolerancia, pero también la dotó de un sentido humano que no tuvo la anglosajona que evitó todo contacto físico con el indio, evitando mezclarse racialmente con él.
Pero sería ingenuo pensar que solo las motivaciones espirituales e imperiales mueven a los conquistadores. La llegada de los primeros cargamentos de oro americano a la Península levanta la fiebre del oro y el deseo de enriquecimiento rápido. La búsqueda precipitada de oro es algo que censuran los cronistas: los españoles destruyen todo por el oro.
La fama
Dentro de la escala de valores del hombre renacentista, ocupa la fama un lugar muy destacado. Los cronistas lo idendifican con la honra, que aún no tiene en los textos de las Crónicas las connotaciones casticistas y calderonianas, tan en boga en la siguiente centuria. “Siempre tuve celo de buen soldado, que era obligado a tener, ansí para servir a Dios y a nuestro Rey e Señor, y procurar de ganar honra, cmo porque los nobles varones deben buscar la vida” (Bernal).
La fama es uno de los imperativos principales que llevan al Inca a escribir su crónica. Cabeza de Vaca teme la opinión del porvenir acerca de su valentía en la Florida y cuenta que desobedeció la orden del gobernador de la expedición, que quería dejarle al frente de la retaguardia: “... y que yo quería más aventurarme al peligro que él... y no encargarme de navíos, y dar ocasión a que se dijese que me quedaba por temor, y mi honra anduviese en disputa”.
El paisaje
Se les ha criticado a los cronistas que dejen fuera casi por completo los elementos ambientales y la Naturaleza, cosas tan exóticas para la mentalidad europea. Raras veces se describe el calor o el frío, las cataratas, las montañas inaccesibles, la serva virgen. Hay en las crónicas un interés mayor por las hazañas, la conquista, los indios, etc. que por la Naturaleza. Pero esta despreocupación por el paisaje es típica de los libres de viajes de entonces, desde Marco Polo hasta los libros fantásticos de Amadís. Sin embargo, Oviedo en su Sumario hace una apresurada descripción de la naturaleza americana para satisfacer la curiosidad del emperador. En la teoría de Las Casas sobre la índole de los indios, juega la tierra en la que habitan un papel importante como tierra maravillosa. Esto contribuyó a crear el mito de la pródiga naturaleza del Nuevo Mundo.
El indio
Ya desde el Diario de Colón, o las Décadas de Orbe Novo, de P. Mártir de Anglería, la personalidad del indio atrae irresistiblemente la atención de los cronistas. Entre 1492 y 1537 se llevó a cabo la controversia sobre la naturaleza del indio, controversia en un siglo caracterizado por la abundancia de diálogos y contrastes de pareceres.
Es difícil encontrar un relato sobre la conquista de América en el que el autor no opine sobre la índole de los indígenas. No tardan en formarse controversias sobre el indio. La Iglesia donó a la corona española el poder de dirigir en América tanto los asuntos políticos como los eclesiásticos. Esto hizo que el pensamiento teológico inspirara el pensamiento político y que las ideas más abstractas influyeran en vidas remotísimas. Teólogos y juristas habían asesorado a los Reyes Católicos para que declararan la libertad de los nativos; pero también para que autorizaran los repartimientos de indios en las encomiendas donde se les hacía trabajar a la fuerza, aunque el encomendero estaba obligado a cristianizarlos.
La encomienda era una institución de contenidos distintos según tiempos y lugares, por la cual se señalaba a una persona un grupo de indios para que se aprovechara de su trabajo o de una tributación tasada por la autoridad, y siempre con la obligación, por parte del encomendero, de procurar y costear la instrucción cristiana de aquellos indios.
controversia sobre la naturaleza del indio
Dos corrientes de opinión irreconciliables se forman sobre la naturaleza del indio:
Nobles indios
Las Casas es el batallador incansable en favor de la redención y del respeto al indio. La Apologética Historia de Las Casas era un apéndice de la Historia de las Indias para relatar los hábitos y costumbres de los indios y describir sus tierras. La obra intenta demostrar que los indios gozan de plenitud de entendimiento:
a priori:
pues habitan en una tierra la más favorecida del goblo desde el punto de vista cósmico. Al ser dueños de esta tierra privilegiada, están llenos de perfecciones.
a posteriori
detallando los logros y avances de su cultura.
Documenta entre los indios la existencia de las seis clases sociales que, para Aristóteles, hacen a toda sociedad perfecta: labradores, artesanos, guerreros, comerciantes, sacerdotes y gobernantes.
Las Casas contribuyó a la creación del mito del Buen Salvaje:
Todas estos universos y estas infinitas gentes crio Dios las más simples, sin maldades ni dobleces. Obedientes, fidelísimos a sus señores naturales y a los cristianos a quienes sirven. Son sumisos, pacientes, pacíficos y virtuosos. No son pendencieros, rencorosos o vengativos. Además, son más delicados que príncipes y mueren fácilmente a causa de enfermedades y trabajo. Son también gentes paupérrimas que no posee bienes temporales. Seguramente que estas gentes serían los más bien aventurados del mundo si solamente conocieran el verdadero Dios” (Colección de Tratados, pp. 7-8).
Perros sarnosos
El dominico Tomás Ortiz envía en 1524 un escrito al Consejo de Indias, titulado Estas son las propiedades de los indios por donde no merecen libertades:
Los hombres de tierra firme de Indias comen carne humana y son sodométicos más que generación alguna. Ninguna justicia hay entre ellos, andan desnudos, no tiene amor ni vergüenza, son como asnos, abobados, alocados, insensatos...”
Fernández de Oviedo es el ejemplo tradicional de rechazo del indio (aunque atacó con tanta violencia también la rapacidad de los encomenderos. Escribe sobre los nativos:
Naturalmente vagos y viciosos, melancólicos y cobardes, y en general gentes embusteras y holgazanes. Sus matrimonios no son un sacramenteo, sino un sacrilegio. Son idólatras libidinosos y sodomitas. Su principal deseo es comer y beber, adorar ídolos paganos y cometer obscenidades bestiales. ¿Qué puede esperarse de una gente cuyos cráneos son tan gruesos y duros que los españoles tienen que tener cuidado en la lucha de no golpearlos en la cabeza para que sus espadas no se emboten?
El enfrentamiento entre las dos tendencias frente al indio es tan violento que en el 1537 el Papa Paulo III publica la bula Sublimis Deus defendiendo que los indios tienen el mismo derecho que los blancos para recibir la fe católica. En el 1542 el emperador promulga las Leyes Nuevas favorables al indio, y ordena que se detenga la conquista hasta que se defina el status de los conquistadores (hecho insólito en la historia de las colonizaciones). En 1550, ante un tribunal de juristas y de teólogos, se enfrentan en Valladolid Bartolomé de Las Casas y el humanista Juan Jinés de Sepúlveda para debatir sobre la cuestión del indio.
Intencionalidad de las crónicas de Bernal y De las Casas
Bernal escribe su crónica ya cumplidos los setenta años, y esto por una razón personal. Le habían quitado sus antiguas posesiones de México, le quedada solo el cargo de regidor de una ciudad de Guatemala, quiere que le reconozcan sus méritos en la conquista y le concedan una encomienda perpetua.
Su obra es un memorial de servicios prestados para apoyar la documentación presentada al Consejo de Indias en 1540 para ser encomendero. Por eso dice: “Soy el más antiguo descubridor y conquistador que ha habido ni hay en la Nueva España”. Pero hay una razón colectiva también: Bernal no está de acuerdo con la obra de Francisco López Gómora Historia general de las Indias, que atribuye exclusivamente a Cortés el mérito de la conquista y lo alaba desmesuradamente. Bernal quiere que se conozca el mérito de los compañeros de armas de Cortés. Así pinta a Cortés con grandes virtudes militares, pero también con defectos como la codicia y deseo de riqueza.
El Inca Garcilaso tiene una concepción del mundo parecida a la de los demás cronistas, pero, como mestizo, escribe una “historia desde dentro” en la que se percibe una cierta nostalgia del “paraíso perdido” inca. Le distingue de sus colegas cronistas su mejor preparación cultural y su voluntad de estilo literario. Esto hace de él el tipo de intelectual exponente del intelectual seiscentista.
Cualquier anécdota le lleva a reflexionar sobre cuestiones humanas transcendentales.: “Y con todas sus grandezas y riquezas acabó Pizarro tan desamparado y pobre, que no tuvo con qué ni quién lo enterrase. Donde la fortuna en menos de una hora igualó su disfavor y miseria al favor y prosperidad que en el discurso de toda su vida le había dado”.
La intención personal de el Inca Garcilaso para escribir su crónica fue la de recuperar su fama por pesar sobre él la acusación de traición contra su padre español. El Inca había estado al lado de Gonzalo Pizarro, rebelde a la Corona, durante las guerras civiles en Perú. A esto hay que sumar el levantamiento de Tupac Amaru en el 1511, que comprometió a parientes indígenas de el Inca y puso en descrédito a los mestizos de la zona. Por eso defiende en sus obras que la nobleza procede de las obras y no del linaje.
La visión idealizada de la civilización incaica, que compara sistemáticamente con la de Grecia y Roma, le sirve para legitimar su sangre materna. Justifica la conquista por la Evangelización: el pueblo inca era monoteísta y esto le dispuso favorablemente para recibir la religión católica. Afirma que los incas al civilizar a otras culturas andinas las prepararon para la venida de los españoles; lo mismo que los romanos al conquistar a los bárbaros los prepararon para recibir la religión cristiana.
“Los Comentarios Reales son el libro más genuinamente americano que en tiempo se ha escrito, y quizás el único en que verdaderamente ha quedado un reflejo del alma de las razas vencidas” (Cabrales Arteaga).
Nuevo Mundo y mitología
Las primeras crónicas de Indias reactivan en Europa ciertos mitos clásicos ya olvidados. Por otra parte, influidos por lo exótico y maravilloso de América, los cronistas creen en leyendas y crean leyendas nuevas que influirán mucho en las gentes que buscan en América rica una nueva forma de vida.
Colón emprende su primer viaje impulsado por el mito de la búsqueda del paraíso perdido. Concebía el mundo con la forma de un pecho de mujer, en cuya punta o pezón estaría el Paraíso Terrenal. Cree encontrarse a sus puertas cuando en el curso de su tercer viaje ve la desembocadura del Orinoco. Posteriormente, al leer el Diario de Colón, los europeos confirman sus antiguos sueños míticos y dan sustancia a dos de los grandes temas renacentistas: la naturaleza pródiga y de la tierra abundante de América se desarrolla en la Apologética Historia de Las Casas y en el Sumario de Fernández de Oviedo. Desde entonces, el Nuevo Mndo se contemplará con rasgos que los cronistas repiten: riqueza, fertilidad, abundancia, eterna primavera del paisaje.
En los días 11 y 13 de octubre y el 25 de diciembre, Colón describe en su Diario a los indios antillanos en unos términos que luego influirán en la creación del mito del Buen Salvaje. Aunque luego otros autores denigren la figura del indio. El mito renacentista de la exaltación de lo natural se fortalecerá con las crónicas de Indias; aunque luego se descubran tierras inhóspitas y gentes primitivas embrutecidas, esto no afectará a la imaginación de los escritores y del resto de la gente.
Relacionado con el mito del salvaje virtuoso se encuentra el mito de la Edad de Oro. Siguiendo la clasificación de Hesíodo, los habitantes de América viven en plena edad de oro, frente a la corrompida Europa, que se encuentra en la edad de hierro, último estadio de la raza humana. La idea arranca de la obra de P. Mártir de Anglería que describe en sus Décadas del Nuevo Mundo, escritas en latín, las comunidades indígenas antillanas:
Es cosa averiguada que aquellos indígenas poseen en común la tierra, como la luz del Sol y el agua, y que desconocen las palabras tuyo y mío, semillero de todos los males... Viven en plena Edad de Oro, y no rodean sus propiedades con fosos, muros o setos. Habitan en huertos abiertos, sin leyes, sin libros ni jueces, y observan lo justo por instinto natural.
El hombre europeo, por el contrario, está corrompido por la civilización, vive obsesionado por la acumulación de riquezas y placeres y con la perpetua amenaza de la guerra. Este mito se convierte en un tópico de la literatura europea en el siglo XVI y XVII. En España cuenta con versiones memorables, como El villano del Danubio, de fray Antonio de Guevara, o el conocido discurso de Don Quijote, en la primer parte de la novela cervantina.
Uno de los rasgos de la Edad de Oro, que se repite asiduamente –la comunidad de bienes–, contribuye a actualizar el ideal de la Utopía, ya conocido entre los griegos, pero puesto de moda en el Renacimiento por el descubrimiento de América. América comienza a definirse como lugar donde se está construyendo una sociedad más justa. Así, Tomás Moro sitúa allí su Utopía (1516) y describe la comunidad ideal con rasgos de la civilización azteca e inca. Los habitantes de la Nueva Atlántida de Bacon (1627) hablan español.
Algunos investigadores piensan que la escasez de aportaciones españolas a la literatura utópica se debe básicamente a la posibilidad que los territorios conquistado ofrecían para llevar el ideal utópico a la práctica. José Luis Abellán, en su obra La idea de América (Madrid, 1972) describe los principales experimentos utópicos llevados a cabo por los españoles en el Nuevo Mundo:
Hospitales-pueblos fundados entre 1531 y 1535 por Vasco de Quiroga, obispo de Michoacán (Nueva España, México). Los indios se agrupan por familias o clases; la tierra es un bien comunal, se disfruta de su usufructo. No se trabaja más de seis horas al día.
La experiencia de Las Casas en Vera Paz (1537-1550), intento de evangelización pacífica de los indios, sin soldados, armas ni violencia. Solo frailes conviven con los indígenas.
Las misiones guaraníes de los jesuitas (1607-1767) en el Paraguay, también llamadas “reducciones”. Se formaron treinta ciudades donde vivían cerca de 160000 indios en libertad. No había propiedad privada, los jesuitas eran solo administradores. Al acabar el trabajo, los indios (que hablaban su lengua guaraní) tocaban instrumentos musicales y representaban leyendas tradicionales. Fue la mejor experiencia utópica que jamás se realizó en América.
Se pueden citar también los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega como intento de crear una utopía localizable y concreta, aplicando los rasgos de las sociedades ideales de Modo, Campanella o Bacon a una comunidad que tuvo su existencia real en el pasado: los indios del Perú.
Hay asimismo una serie de leyendas, popularizadas por las Crónicas, que actuaron como motor de los hombres que intervinieron en los descubrimientos y conquistas. Fantasías nacidas y desarrolladas durante siglos, muchas de ellas habituales en las novelas de caballerías, lectura más que corriente en la época, fueron trasplantadas al Nuevo Mundo: las once mil vírgenes, gigantes, pigmeos, dragones, niños de pelo cano, hombres con cola, mujeres barbudas, monstruos sin cabeza, etc. En su busca partieron muchas expediciones con fe ciega: la tierra de Jauja; las siete Ciudades; la Fuente de la Eterna Juventud, que Ponce de León rastreó por Cuba, Puerto Rico, La Española y Florida. El País de la Canela y la tierra de las Amazonas, que atrajeron a Alonso de Orellana y dieron nombre al gran río Amazonas.
Pero la más famosa fue la leyenda de El Dorado: era una especie de paraje desconocido, aunque se creía próximo al actual Bogotá. Allí era tal la abundancia de metales preciosos que el cacique se bañaba cubierto de oro, como recoge el capítulo II de El Camero:
Desnudaban al heredero en carnes vivas y lo untaban con una tierra pegajosa y espolvoreaban con oro en polvo molido, de tal manera que iba cubierto de este metal. Metiendo en una balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían un montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su Dios.
Buscando El Dorado coincidieron las expediciones de Jiménez de Quesada y Sebastián de Belalcázar, y también lo trató de encontrar Lope de Aguirre, viaje novelado por Ramón José Sender (1902-1982) en su La aventura equinocial de Lope de Aguilar (1968).
Claro que nadie encontró tales lugares, pero estas leyendas constituyen una enorme fuerza de impulsión histórica, que aceleró la conquista y el conocimiento geográfico del Nuevo Mundo. Algunos de los mitos y creencias legendarias reseñadas sobreviven durante el periodo colonial y la Independencia y llegan a formar parte del imaginario hispanoamericano, apareciendo como eje estructural en numerosas obras posteriores de la literatura hispanoamericana.
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