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Borges Jorge Luis

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura hispanoamericana

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JORGE LUIS BORGES

SEMBLANZA

Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986), escritor cuyos desafiantes poemas y cuentos vanguardistas lo consagraron como una de las figuras prominentes de las literaturas latinoamericana y universal. Es poeta, crítico y gran conocedor de diversas literaturas: inglesa y anglosajona. Representa a la vez la Argentina que lucha por abrirse a lo universal y la criolla. Ha cantado al canto (como Sábato) y al ansia de la llanura inagotable bajo los cascos del caballo. Su obra narrativa está presidida por lo fantástico, como deseo de profundizar en la realidad para captar sus estratos más íntimos.

Su padre, Jorge Guillermo Borges, fue un abogado argentino, nacido en la provincia de Entre Ríos, que se dedicó a impartir clases de psicología. Era un ávido lector. Borges lo recordaba con estas palabras: «Él me reveló el poder de la poesía: el hecho de que las palabras sean no sólo un medio de comunicación sino símbolos mágicos y música». La familia de su padre tenía orígenes españoles, portugueses e ingleses; la de su madre, españoles y posiblemente portugueses. En su casa se hablaba tanto en español como en inglés por ende, Borges creció como bilingüe.

Borges fue educado en casa, junto a su hermana Nora, por una institutriz inglesa. Sus padres eran ricos y acomodados. En 1914 su padre se trasladó a Suiza y Borges estudió allí el bachillerato (1914-1918) y aprendió alemán. De esa época data su conocimiento de Schopenhauer, a quien siempre admiró. A finales de 1918, los Borges se trasladaron a España, primero a Barcelona y luego a Palma de Mallorca. De allí pasaron a Sevilla, donde Borges se inició en la corriente ultraísta.

En marzo de 1921 la familia regresó a Buenos Aires. Ese reencuentro, después de varios años de ausencia, causó una profunda conmoción en Borges, que en su Autobiografía comenta: “Aquello fue algo más que un regreso al hogar; fue un redescubrimiento. Fui capaz de ver a Buenos Aires con avidez y vehemencia porque había estado fuera mucho tiempo. La ciudad, no toda la ciudad, por supuesto, sino algunos pocos lugares que emocionalmente me significaban algo, inspiraron los poemas de mi primer libro Fervor de Buenos Aires”.

Después de un año en España e instalado definitivamente en su ciudad natal, Borges colaboró en algunas revistas literarias y con dos libros adicionales, Luna de enfrente (1925) e Inquisiciones –que nunca reeditó– establecería para 1925 su reputación de jefe de la más joven vanguardia.

En los siguientes treinta años Borges se transformaría en uno de los más brillantes y más polémicos escritores de América. Cansado del ultraísmo que él mismo había traído de España, intentó fundar un nuevo tipo de regionalismo, enraizado en una perspectiva metafísica de la realidad.

El interés de Borges se centra en la literatura anglosajona y en la española, en la filosofía de Schopenhauer y el expresionismo alemán. Sus primeras publicaciones son poemas donde muestra cierta retórica pomposa. Luego publica algunos ensayos. Un paso previo a sus relatos y cuentos con su Historia universal de la infamia (1935) e Historia de la eternidad (1936), en la que narra la historia de las ideas, desde Platón al nominalismo.

Su primera colección de narraciones fantásticas es El jardín de senderos que se bifurcan (1941), a la que siguen Ficciones (1944), El Aleph (1949) y La muerte y la brújula (1951). Predecesores de esta clase de relatos fantásticos son Poe, Kafka, Chesterton. Borges usa para sus cuentos fantásticos realidades de tipo cultural: viejos libros, tipos mitológicos, leyendas, etc. Sobre esta base actúa su fabulosa fantasía.

Escribió cuentos y poemas sobre el suburbio porteño, sobre el tango, sobre fatales peleas de cuchillo. Pronto empezó a especular por escrito sobre la narrativa fantástica o mágica y produjo durante dos décadas (1930-1950) algunas de las más extraordinarias ficciones del siglo XX: Historia universal de la infamia, Ficciones, El Aleph, etc. Durante esos años formó un pequeño grupo ultraísta.

Sus posturas políticas evolucionaron desde el izquierdismo juvenil al nacionalismo y después a un liberalismo escéptico, desde el que se opuso al fascismo y al peronismo. Su fama de antiperonista lo acompañó toda su vida. Sobre las dictaduras escribió:

«Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez».

Fue censurado por permanecer en Argentina durante las dictaduras militares de la década de 1970, aunque jamás apoyó a la Junta militar. Sus posturas políticas le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años. Se cree que fue descartado del Premio Nobel por haber aceptado un premio otorgado por el Régimen Militar de Augusto Pinochet. Con la restauración democrática en 1983 se volvió más escéptico.

«Yo descreo de la política no de la ética. Nunca la política intervino en mi obra literaria, aunque no dudo que este tipo de creencias puedan engrandecer una obra. Yo nunca he pertenecido a ningún partido, ni soy el representante de ningún gobierno. Yo creo en el Individuo, descreo del Estado. Quizás yo no sea más que un pacífico y silencioso anarquista que sueña con la desaparición de los gobiernos. La idea de un máximo de Individuo y de un mínimo de Estado es lo que desearía hoy».

Borges, considerado uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX, estudió con detenimiento y profundidad la obra de un gran número de escritores y pensadores, especialmente los de lengua inglesa y los españoles del Siglo de Oro. Entre los primeros se encuentran Chesterton, Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson, Rudyard Kipling, Thomas de Quincey, y entre los segundos, Francisco de Quevedo y Miguel de Cervantes, especialmente su Quijote. 

Borges hace esta semblanza de sí mismo: «Leí un sinnúmero de libros y escribí algunos importantes, no he vivido y desearía ser otro que el que soy. [...] No soy ni un pensador ni un moralista, sino sencillamente un hombre de letras que refleja en sus escritos su propia confusión y el respetado sistema de confusiones que llamamos filosofía, en forma de literatura.»

«Alguna vez escribió: “Muchas cosas he leído y pocas he vivido”. Aunque no lo hubiera dicho, lo habríamos sabido leyendo sus cuentos y ensayos, de prosa hechicera, sutil inteligencia y soberbia cultura. Pero de una estremecedora falta de vitalidad, un mundo riquísimo en ideas y fantasías en el que los seres humanos parecen abstracciones, símbolos, alegorías, y en el que los sentidos, apetitos y toda forma de sensualidad han sido poco menos que abolidos; si el amor comparece, es intelectual y literario, casi siempre asexuado. » [Mario Vargas Llosa (El País, 05/10/2014)]

Según Estela Canto, la madre de Borges ejercía una vigilancia estrictísima sobre las relaciones sentimentales de su hijo. Algunos biógrafos de Borges atribuyen a la «madre opresora» un papel fundamental, cosa que fue desmentida por el propio Borges, que reconoció siempre la autoridad de su padre. Para otros autores el papel de la madre era menor, aparece siempre en una posición subordinada. El sexo y las mujeres son dos componentes problemáticos de la ficción de Borges: la ausencia de estos dos elementos, que parece tan casual, realmente destaca la extrañeza de su exclusión. Las escenas de actos sexuales se hallan casi totalmente ausentes en los escritos borgeanos y aun la más velada sugerencia de actividades eróticas se hallan limitadas a unos pocos relatos. Tan escaso como lo anterior en la obra de Borges son los personajes femeninos que tengan un papel central en la narración o que posean una personalidad independiente. En general prima su ausencia o una presencia meramente decorativa. El mundo ficticio creado por Borges es un lugar donde las mujeres parecen existir como objetos secundarios con el propósito de proveer a los hombres de una oportunidad para el sexo. El sexo y las mujeres se utilizan principalmente como piezas de negociación en la relación entre hombres, nunca para la procreación o el placer. El sexo en la ficción de Borges, no es más que una táctica, una estrategia, que otorga significado y dinamismo a la interacción entre hombres.

Obra

El movimiento ultraísta fue impulsado por la revista Ultra, que apareció en enero de 1921, cuyos colaboradores eran Jorge Luis Borges, Rafael Cansinos-Assens, Ramón Gómez de la Serna y Guillermo de Torre. Años más tarde, Borges reprobaría, y hasta despreciaría, aquellos comienzos de su obra y todo lo relacionado con el ultraísmo. Su entusiasmo de unos años pronto se trocó en desdén. Muy pronto llegó a considerar como pura futilidad la técnica del poema ultraísta: enfilamiento de percepciones sueltas, rosario de imágenes sensuales, plásticas y llamativas. Muy pocos años después, Borges calificaba aquellos experimentos de áridos poemas de la equivocada secta ultraísta.

Borges nunca escribió una novela, decía que sus preferencias eran el cuento, un género esencial, y no la novela que obliga al relleno. En el prólogo de Ficciones afirma que es un «desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en 500 páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos».

Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, dramas teológicos, invenciones geométricas y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje que las obras de Borges ofrecen. Y sobre todo, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad.

La exactitud de los detalles, la mezcla tan inteligente de lo real con lo fantástico inventado logra dar sensación de verosimilitud. Un procedimiento típico de Borges es el presentar como fruto de la investigación erudita lo libremente imaginado o fantaseado. También usa el fenómeno inverso: lo cotidiano adquiere dimensiones de tipo arquetípico, de grandeza clásica. Su actitud es siempre filosófica (Platón) y melancólica (Schopenhauer).

Como en la filosofía existencial, en Borges el tiempo no se detiene y la muerte determina toda nuestra vida: “Todo entre los mortales tiene el valor de irrecuperable y azaroso”. Tema central es la búsqueda del Aleph en la obra del mismo nombre: El Aleph es el punto misterioso donde está contenido todo el universo. Pero esta clave puede estar escondida bajo la apariencia más corriente y cotidiana o vulgar: “No hay hecho por más humilde que sea que no implique toda la historia universal”.

Borges es filosóficamente un ecléctico con un extraordinario gusto. Valora la filosofía y la religión por su contenido estético. Arte no es para Borges un “reflejo del mundo”, sino “una cosa más del mundo”. Ante esta postura, los problemas individuales no son importantes. El mundo está compuesto por un número limitado de posibilidades, cuando estas se agotan, todo empieza de nuevo. Cada persona puede ser una ensoñación de otra. Cada acción humana contiene y proyecta su contrario. El laberinto es el símbolo del mundo, símbolo de callejón sin salida.

La riqueza técnica de las narraciones de Borges es simplemente extraordinaria. Tiene influencias de Henry James y Virginia Woolf. Juega con el tiempo, funde varias perspectivas, el pasado con el presente, identifica de modo simbólico el narrador con el lector o el personaje narrado. Gran aficionado a lo policiaco, es maestro de la sorpresa. Un brillante ejemplos: El protagonista de un cuento narrado en primera persona, es un joven príncipe que vive solitario en un palacio desierto. Sentimos compasión por esta complejidad personal que aísla al joven del resto del mundo; nos inclinamos a considerarle un símbolo del hombre contemporáneo. Vive con la esperanza vaga de un redentor. Al final, Teseo lo mata: “El Minotauro apenas se defendió”. No caba utilización más sorprendente de un tema clásico.

Borges es un escritor para escritores, un culto para cultos. Sus narraciones son magníficos ejercicios de fantasía e inteligencia. Es un verdadero hombre de letras. Su estilo es de un alto nivel. Ha abierto para la literatura hispanoamericana caminos imaginativos que han servido de antídoto contra el puro naturalismo y localismo costumbrista y criollista.

La mayoría de las historias más populares de Borges abunda en la naturaleza del tiempo, el infinito, los espejos, laberintos, la realidad y la identidad; mientras otras se centran en temas fantásticos. El mismo Borges cuenta historias más o menos reales de la vida sudamericana; historias de héroes populares, soldados, gauchos, detectives y figuras históricas, mezclando la realidad con la fantasía y los hechos con la ficción.

Como afirmó Octavio Paz, Borges ofreció dádivas sacrificiales a dos deidades normalmente contrapuestas: la sencillez y lo extraordinario. En muchos textos Borges logró un maravilloso equilibrio entre ambas: lo natural que nos resulta raro y lo extraño que nos es familiar.

Filosofía y literatura en Borges

Sin ser propiamente filósofo Borges era, no obstante, un ávido lector de filosofía. Uno de los elementos originales de su abordaje es que en sus textos las ideas filosóficas aparecen de forma tal que producen en los lectores su vivencia antes que su conceptualización. Borges rescata ciertas ideas y las representa en clave literaria, destacando lo que éstas tienen de vívido y de maravilloso, apelando a la intuición del lector antes que a su captación conceptual o argumentativa. Las ideas así presentadas son comprendidas en toda su fuerza expresiva. Para generar este efecto, uno de sus procedimientos consiste en asumir las premisas propias de un determinado sistema filosófico y recrear el universo tal como sus partidarios lo perciben.

Así Borges no nos habla sobre el idealismo, sino que nos presenta directamente un mundo construido según las premisas idealistas. De esta forma genera una comprensión de estas ideas desde dentro del propio sistema, desde sus posibilidades y sus límites. 

Este rescate de Borges de las consecuencias más maravillosas de las perspectivas filosóficas se vincula a su explícita opción por la belleza antes que por la verdad. Borges afirma encontrar en su obra una tendencia consistente en «estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y aún por lo que encierran de singular y de maravilloso». Su esteticismo posiblemente sea una de las claves de la aparente adscripción de Borges hacia filosofías contradictorias.

«No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina filosófica es al principio una descripción verosímil del universo; giran los años y es un mero capítulo —cuando no un párrafo o un nombre— de la historia de la filosofía».

Según Zavadivker, su esteticismo y su descreimiento en las posibilidades de la filosofía para explicar el mundo lo llevó a asumir y hasta festejar la pluralidad de perspectivas con que los hombres han interpretado el mundo, sin necesidad de definirse por alguna de ellas.

Fritz Mauthner, filósofo del lenguaje y autor del Diccionario de Filosofía (Wörterbuch der Philosophie), ejerció gran influencia sobre Borges. Para Mauthner la primera preocupación filosófica fue el lenguaje: “la realidad de la filosofía es esencialmente lingüística”. En Tigres azules está presente la tesis mauthneriana de la insuficiencia lógica del lenguaje. El otro vindica la naturaleza metafórica de todo lenguaje. El inmortal plantea el poder de los arquetipos sobre los procesos mentales individuales. Por último, en El congreso, el relato más ambicioso de Borges, se probaría la arbitrariedad de los sistemas de clasificación lingüística.

«Escritor fantástico: esta es la calificación más aceptada para el Borges narrador; lo cual no significa que se dedique a la abstracción, sino que hace referencia a un modo original de profundizar en el ser humano, en la problemática que implica al hombre y al universo. En los escritos del argentino se observa una extraordinaria lucidez intelectual, un juego de la inteligencia que fascina al lector y lo implica irremisiblemente. La forma del juego se afirma en el narrador como pretexto irreversible hacia el descubrimiento del drama o de la dimensión profunda de índole filosófica.

Le atraen el misterio, el enigma, a cuya solución aspira demorándose en un primer momento en la proyección de una multiplicidad de posibilidades. El primer ejemplo importante está en “El hombre de la esquina rosada”, actualmente contenido en Historia universal de la infamia.» [Giuseppe Bellini]

En «Las ruinas circulares», de Ficciones, Borges demuestra que la realidad humana es pura ilusión, sólo sueño de un ser superior. El problema del tiempo comprende también para Borges la concepción cíclica, teoría del eterno retorno desarrollada en «La doctrina de los ciclos» y en «El tiempo circular», igualmente incluidos en Historia de la eternidad. El continuo retorno está siempre presente en Borges; reaparece incluso en «La noche cíclica», en el sentido de desdoblamiento personal que se observa en el «Poema de los dones», en «Borges y yo» de El Hacedor, y, finalmente, en el relato «El otro», de El libro de arena, donde Borges aparece soñado por sí mismo, curioso retorno a «Las ruinas circulares».

Durante toda su vida, Borges no profesó religión alguna y se declaró algunas veces agnóstico y otras, ateo.

Cuentos

Historia universal de la infamia (1935), colección de historias cortas. "Barroco es aquel estilo que deliberadamente agota o quiere agotar sus posibilidades y que linda con su propia caricatura”. Los cuentos que integran Historia Universal de la Infamia responden a esta definición. Por sus páginas desfilan el atroz Lazarus Morell, redentor de esclavos; Tom Castro y su inestable identidad; la aguerrida viuda de Ching, comandante de cuarenta mil piratas; Monk Eastman, pistolero de los Gangs de Nueva York; el asesino Billy the Kid de Arizona; Hákim de Merv, tintorero enmascarado del Turquestán; y el inaccesible maestro de ceremonias Kotsuké no Suké, funcionario japonés. Un relato de cuchilleros porteños, "Hombre de la esquina rosada", clásico en la literatura del autor, y un apartado de seis textos sobre magia completan el panorama de iniquidad en diferentes medios culturales.

De sorprendente afinidad con el corto cinematográfico y aun con el cómic, estos cuentos comprenden una colección de villanos genialmente crueles, personajes disparatados a fuerza de barrocos. Basándose en casos reales, Borges ensayó en este su primer libro de ficción un cruce de géneros en el que ya está presente, como en un criptograma, su peculiar universo literario.

Ángel Flores, el primero en acuñar el término "realismo mágico", estableció el inicio del movimiento a partir de la publicación de este libro. En su prefacio a la edición de 1954, Borges se distanció un poco del libro, que puso como ejemplo del barroco, "cuando el arte exhibe y dilapida sus recursos." En las narraciones hay muchas alteraciones arbitrarias, sobre todo en las fechas y nombres, de modo que no pueden ser denominadas como históricas. Sin embargo, todos los relatos están basados en crímenes reales.

Ficciones (1944), obra aclamada por la crítica especializada como uno de los libros que ayudaron a definir el rumbo de la literatura universal del Siglo XX. En esta obra se incluyen algunos de sus relatos más conocidos como La biblioteca de Babel y El jardín de los senderos que se bifurcan. Su publicación en 1944 colocó a Borges en un primer plano de la literatura universal. Fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX del periódico español «El Mundo», así como también en la lista de los 100 libros del siglo XX del diario francés Le Monde y en los 100 mejores libros de todos los tiempos del Club de libros de Noruega.

Artificios (1944) incluye el celebérrimo cuento Funes el memorioso, basado en sus largas noches de insomnio. Cuenta que un hombre que se cayó del caballo, a raíz de eso, adquiere una memoria prodigiosa.

El Aleph (1949) es uno de los libros de cuentos más representativos de Borges y quizá su mejor colección de relatos. Sus textos remiten a una infinidad de fuentes y bibliografías en torno a las cuales se articulan mitos y metáforas de la tradición literaria universal. Esta obra marca un punto de inflexión respecto al estilo que destilaba su colección anterior de cuentos, Ficciones: aun manteniendo su estilo sobrio y perfeccionista, el escritor aborda aquí otra serie de eventos u objetos inverosímiles enmarcados en un ambiente realista, lo que contribuye a resaltar su carácter fantástico. Así como los cuentos de Ficciones describen mundos imposibles, los de El Aleph revelan grietas en la lógica de la realidad; muestran una irrealidad secreta y oculta que, aunque es más visible en cuentos como El Zahir, La escritura del Dios o El Aleph, también está presente, aunque una forma más sutil en otros aparentemente más realistas como Emma Zunz o El muerto.

El informe de Brodie (1970) consta de once cuentos, cuyas tramas no son similares entre sí pero se basan principalmente en el destino y la ética. Incluye uno de sus cuentos favoritos, La intrusa. Según el mismo Borges, los cuentos son «directos»; no los cataloga como sencillos porque en su opinión no existen palabras que lo sean.

El libro de arena (1975), escrito en el ocaso de su vida, sería, según Borges, su mejor libro, apreciación que muchos de sus críticos no comparten, en favor de otras obras como Ficciones. Es este el relato más ambicioso de Borges, y en el que prueba la arbitrariedad de los sistemas de clasificación lingüística. El libro se abre con un relato típicamente borgiano, El otro, en el que un Borges ya anciano, sentado en un banco a orillas del río Charles, en Boston, coincide con su propio yo juvenil. Ambos entablan conversación, pero apenas coinciden en sus opiniones: “Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra conversación de personas de miscelánea lectura y gustos diversos, comprendí que no podíamos entendernos. Éramos demasiado distintos y demasiado parecidos”.

La memoria de Shakespeare (1983) es uno de sus libros menos conocidos, y el último de relatos que escribió Borges. Los cuentos se acercan en temáticas a su anterior libro, El libro de arena (1975). El primero trata sobre un doble suyo, al igual que su anterior cuento El otro. Los tres últimos tratan sobre obsesiones metafísicas que atormentan al protagonista, sean piedras que no obedecen a la aritmética, o una rosa que puede o no puede resurgir de las cenizas o una memoria genial que puede ser transportada a través las generaciones de los hombres. Quizás presenten un estilo aún más depurado y perfecto que otros de sus relatos, acercándolo a Rudyard Kipling o a Franz Kafka. El vocabulario es restringido y preciso. Los personajes de una u otra forma tienden a ser autobiográficos. En general, por lo laberíntico de las metáforas y símbolos, es una de las obras más complejas y perfectas de Jorge Luis Borges.

Poemas

Borges se inició en el campo de las letras con tres libros de poesía y varias obras de ensayo. Sus primeros poemas, de temática argentina y verso libre, son más vanguardistas en métrica y lenguaje que sus escritos de años posteriores. Poco a poco, Borges fue incorporando formas de poesía rimada, sobre todo el soneto, del que es un consumado maestro.

Fervor de Buenos Aires (1923) es el primer libro de poesía de Borges. Según el crítico Juan Arana, «es entre las obras de Borges una de las que registra mayor presencia de los problemas filosóficos perennes.»

Luna de enfrente (1925). En este libro el autor usó argentinismos, como en todos los libros que escribió.

Cuaderno San Martín (1929). “He hablado mucho, he hablado demasiado, sobre la poesía como brusco don del Espíritu, sobre el pensamiento como una actividad de la mente; he visto en Verlaine el ejemplo de puro poeta lírico; en Emerson, de poeta intelectual. Creo ahora que en todos los poetas que merecen ser releídos ambos elementos coexisten. ¿Cómo clasificar a Shakespeare o a Dante? En lo que se refiere a los ejercicios de este volumen, es notorio que aspiran a la segunda categoría.”

El hacedor (1960). En esta obra confluyen las simbologías de Oriente y Occidente, el cosmos y las cosmogonías, los siglos, las dinastías, lo universal y lo profundamente local: Heráclito, Homero, Dante con Rosas, Facundo y Juan Muraña. Tal diversidad de temas se corresponde con una multiplicidad de géneros. Así, los relatos, poemas y ensayos de estas páginas terminan configurando uno de los libros más personales del autor; una miscelánea que da cuenta de las preocupaciones que recorren toda la obra borgiana. Borges señala la heterogeneidad del relato al declarar en el prólogo que el libro es una «desordenada silva de varia lección»; por otra parte, es también el texto más personal de Borges. En él confluyen viejas mitologías y nuevas formulaciones, personajes que van de Homero, protagonista, a Rosas.

El otro, el mismo (1964). En este poemario, el poeta oscila entre la memoria, el tiempo, el enigma del hombre –de él mismo-, el sueño y la muerte, que nos persigue como una sombra de nuestro mismo cuerpo. Los sueños crean una atmósfera de satisfacción, un estado del que no quisiéramos salir, porque ellos, acaso, son una réplica de aquello que anhelamos, no como realidad y deseo, a la manera freudiana, sino como legítima aspiración del Paraíso.

Para las seis cuerdas (1965) reúne las milongas aparecidas hasta 1985. “Toda lectura implica una colaboración y casi una complicidad. En el Fausto, debemos admitir que un gaucho pueda seguir el argumento de una ópera cantada en un idioma que no conoce; en el Martín Fierro, un vaivén de bravatas y de quejumbres, justificadas por el propósito político de la obra, pero del todo ajenas a la índole sufrida de los paisanos y a los precavidos modales del payador. En el modesto, caso de mis milongas, el lector debe suplir la música ausente por la imagen de un hombre que canturrea, en el umbral de su zaguán o en un almacén, acompañándose con la guitarra. La mano se demora en las cuerdas y las palabras cuentan menos que los acordes. He querido eludir la sensiblería del inconsolable "tango-canción" y el manejo sistemático del lunfardo, que infunde un aire artificioso a las sencillas coplas. Que yo sepa, ninguna otra aclaración requieren estos versos”.

Elogio de la sombra (1969). “La vejez (tal es el nombre que otros le dan) / puede ser el tiempo de nuestra dicha. / El animal ha muerto o casi ha muerto./ Quedan el hombre y el alma”. Con estos versos inicia Borges el poema Elogio de la sombra. En su prólogo escribe: “Este libro reúne las composiciones en prosa y en verso escritas entre 1967 y 1969”. Es la plenitud de Borges, su retorno a las cosas esenciales.

El oro de los tigres (1972) habla sobre el amarillo de los tigres que tanto gustaba de mirar Borges en sus visitas de niño al zoológico.

La rosa profunda (1975). “La doctrina romántica de una Musa que inspira a los poetas fue la que profesaron los clásicos; la doctrina clásica del poema como una operación de la inteligencia fue enunciada por un romántico, Poe, hacia 1846. El hecho es paradójico. Fuera de unos casos aislados de inspiración onírica, es evidente que ambas doctrinas tienen su parte de verdad, salvo que corresponden a distintas etapas del proceso. [...] El concepto de arte comprometido es una ingenuidad, porque nadie sabe del todo lo que ejecuta. Un escritor, admitió Kipling, puede concebir una fábula, pero no penetrar su moraleja. Debe ser leal a su imaginación, y no a las meras circunstancias efímeras de una supuesta "realidad".

La moneda de hierro (1976). “Bien cumplidos los setenta años que aconseja el Espíritu, un escritor, por torpe que sea, ya sabe ciertas cosas. La primera, sus límites. Sabe con razonable esperanza lo que puede intentar y  lo cual sin duda es más importante  lo que le está vedado. Esta comprobación, tal vez melancólica, se aplica a las generaciones y al hombre. Creo que nuestro tiempo es incapaz de la oda pindárica o de la penosa novela histórica o de los alegatos en verso; creo, acaso con análoga ingenuidad, que no hemos acabado de explorar las posibilidades indefinidas del proteico soneto o de las estrofas libres de Whitman. Creo, asimismo, que la estética abstracta es una vanidosa ilusión o un agradable tema para las largas noches del cenáculo o una fuente de estímulos y de trabas. Si fuera una, el arte sería uno. Ciertamente no lo es; gozamos con una pareja fruición de Hugo y de Virgilio, de Robert Browning y de Swinburne, de los escandinavos y de los persas. La música de hierro del sajón no nos place menos que las delicadezas morosas del simbolismo. Cada sujeto, por ocasional o tenue que sea, nos impone una estética peculiar. Cada palabra, aunque esté cargada de siglos, inicia una página en blanco y compromete el porvenir”.

Historia de la noche (1977). Se percibe en este trabajo un intento de síntesis en el cual la sabiduría, el conocimiento, alcanza su cima. El hombre, Dios, la ciencia, el mito, las creencias gravitan en la razón del poeta. Borges se mira a sí mismo, en el ocaso de su vida, como Ulises Laertes, que, de retorno a casa, suspira recordando las ansias de conquistar el mundo y los peligros terribles que corrió en sus andanzas. En los personajes de leyenda el poeta se mira a sí mismo. Traspone en los héroes mitológicos sus dolencias. Hay personajes que son metáfora del mismo Borges. «No quiero ser el que soy […] Soy un hombre entrado en años. […] Lo he sentido / a veces en mi triste carne célibe […] Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño / que entreteje en el sueño y la vigilia […] Mi Dios, mi soñador, sigue soñándome» (Ni siquiera soy polvo).

La cifra (1981). Inspirado en Francis Bacon, Emerson, Browning y Jaimes Freyre, el poeta dice en el prólogo a este poemario que «estas páginas buscan, no sin incertidumbres, una vía media».

Los conjurados (1985). “En el centro de Europa están conspirando. El hecho data de 1291. Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan diversos idiomas…Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios… porque eran pobres”. Estos versos están dedicados a Suiza y al parecer reflejan con fidelidad el “espíritu” de la Confederación Helvética.

Ensayos

Inquisiciones (1925) es el primer libro en prosa de Borges. El libro contiene gran parte de los motivos y preocupaciones centrales de la obra ulterior del escritor, y ello hasta el extremo de que el propio Borges tituló luego Otras inquisiciones su principal libro de ensayos. En esta obra aparece el Borges entroncado con la tradición hispánica, tanto clásica como contemporánea no menos que el Borges vinculado al legado cultural anglosajón y el Borges que dialoga con el mundo germánico.

El tamaño de mi esperanza (1926). En esta obra se vislumbran los ingredientes típicos de lo que sería la obra de Borges: lo criollo, las referencias de la pampa, la inquietud por la literatura y la preocupación por el lenguaje.

El idioma de los argentinos (1928). Borges asume que las peleas “científicas”, “académicas” sobre el lenguaje castellano enmascaran en realidad una política lingüística de imposición, que se apoya en el mito de la pureza y la homogeneidad y prescribe desde él. Borges dice del “idioma argentino” que es “una forzada aproximación de dos voces sin correspondencia objetiva”, “sin correspondencia objetiva”. “¿Qué zanja insuperable hay entre el español de los españoles y el de nuestra conversación argentina? Yo les respondo que ninguna, venturosamente para la entendibilidad general de nuestro decir. Un matiz de diferenciación si lo hay: No hemos variado el sentido intrínseco de las palabras, pero sí su connotación”. “El problema verbal (que es el literario también) es de tal suerte que ninguna solución general o catolicón puede recetársele, no otra astucia filológica se precisa”.

Evaristo Carriego (1930) fue un poeta argentino que disfrutó de popularidad a principios de siglo. Obra “menos documental que imaginativa”, en ella Borges -criado “en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses”- relata la crónica de ese “Palermo del cuchillo y de la guitarra” en el cual durante años creyó que había transcurrido su infancia.

Discusión (1932). En 1932 Borges está ya inmerso en una época de rápida maduración de su escritura. No se empeña ya en escribir como un poeta de vanguardia. Quizá animado por sus crecientes colaboraciones en revistas y semanarios, se atreve en 1932 con su segundo libro de ensayos. Los temas de ensayo son los típicos borgianos: la metafísica, Whitman, las traducciones de Homero o las paradojas lógicas.  Estos motivos van acompañados todavía de temas argentinos –como la poesía gauchesca– que más adelante perderán peso.

Historia de la eternidad (1936). En esta obra el autor diserta con largueza acerca del tiempo y la eternidad, principalmente desde los puntos de vista platónico, cristiano y nietzscheano. «La eternidad es un artificio espléndido que nos libra, siquiera de manera fugaz, de la intolerable opresión de lo sucesivo» (J. L. Borges).

Otras inquisiciones (1952) es una pequeña antología de artículos de Borges en la que se dedica a pensar y debatir, mayormente sobre otros autores, clásicos en su mayoría, el tiempo y algunas leyendas. Penetrador de laberintos, Borges incursiona en diversos episodios de la historia de la civilización, la previsión del futuro, la eternidad, el suicidio y la redención, el infinito, la lectura cabalista de las Escrituras, los nombres de Dios, el infierno, el panteísmo, la leyenda de Buda, el sabor de lo heroico, en las diversas filosofías y literaturas. Con espíritu crítico analiza las múltiples paradojas del universo, la irrealidad del yo, la inconsistencia del tiempo, la naturaleza de los sueños.

Prólogos con un prólogo de prólogos (1975)

Borges oral (1979)

Siete noches (1980) reúne las conferencias ofrecidas por Borges en el Teatro Coliseo de la ciudad de Buenos Aires en 1977.

Nueve ensayos dantescos (1982)

Atlas (1984)

Textos póstumos

Textos cautivos (1986) antología de los escritos críticos de Borges publicados entre 1935 y 1958 en la revista argentina El Hogar. Es un buen muestrario de las curiosidades y estrategias de lectura de Borges: su atracción por formas literarias marginales como el relato fantástico y el policial; una mirada atenta sobre los contemporáneos, que lo lleva a descreer de supuestas nuevas generaciones.

Biblioteca personal (1988). «Deseo que esta biblioteca sea tan diversa como la no saciada curiosidad que me ha inducido, y sigue induciéndome, a la exploración de tantos lenguajes y de tantas literaturas».

Prólogos de La Biblioteca de Babel (1995)

Borges en Sur (1999)

Un ensayo autobiográfico o Autobiografía (1999)

Borges en El Hogar (2000). Borges colaboró con El Hogar entre 1935 y 1958, entre 1936 y 1939 estuvo a cargo de la sección Libros y autores extranjeros de la revista. Una antología de estas colaboraciones fue publicada con el título Textos cautivos en 1986, pero un tercio de esos escritos quedó sin recoger. Esta obra reúne estos textos a los que se agregan varias encuestas y opiniones de Borges.

Arte poética (2000). Borges nos va describiendo, a través de los versos de este poema, su visión de la creación poética. A través de los diferentes cuartetos desarrollará este tema. Borges apuesta por un arte que tome como modelo a Heráclito, una referencia a tener muy en cuenta en lo que creatividad artística se refiere. El poeta aboga por retornar a los inicios de la creación artística, a la sencillez e incluso ingenuidad de los primeros versos que escribió, más sencillos pero que, al mismo tiempo, expresaban todo lo que el poeta quería decir.

Borges profesor (2002)

El aprendizaje del escritor (2014), transcripción del seminario sobre escritura que dictó en Columbia, en 1971.

Conferencias sobre el tango (2015)

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