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ZEIT Tiempo

(comp.) Justo Fernández López

Diccionario de lingüística español y alemán

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horizontal rule

Vgl.:

Aspekt / Aktionsart / Stadium / Tempus vs. Zeit / Bello, Andrés / Statisch vs. Dynamisch / Vorgang vs. Handlung 

 

Tempus ist eine grammatische Kategorie, Zeit eine physikalische. Tempus drückt eine grammatikalisierte Zeitreferenz aus. Die Tempussetzung ist keine sprachliche Zeitmessung, sie zeigt nicht an, wann ein Ereignis geschieht: Zeitlich verschiedene Vorgänge können durch dasselbe Tempus bezeichnet werden.“

[Berschin, H./Fernández-Sevilla, J./Felixberger, J.: Die spanische Sprache: Verbreitung, Geschichte, Struktur. München: Hueber, 1987, 216]

„Der Begriff „Tempus“ ist streng zu unterscheiden vom Begriff „Zeit“. Mit „Tempus“ meinen wir die Gesamtheit der Formen, die vor allem - keineswegs aber ausschließlich - Zeit ausdrücken. „Tempus“ bezieht sich demnach auf eine Gesamtheit grammatischer Formen. „Zeit“ hingegen ist ein inhaltlicher Begriff: er meint in grammatischer Hinsicht die Situierung eines Vorgangs oder Zustands im „Raum“ der Zeit. Die Situierung oder Situiertheit in der Zeit - als Inhalt, als Erlebnis des menschlichen Bewusstsein - wird jedoch nicht nur durch die Tempusformen, sondern auch - und natürlich meist viel genauer - durch andere Mittel ausgedrückt: durch Datumsangaben (el 5 de enero de 1982; en 1971), durch Zeitadverbien oder durch zeitliche adverbielle Ausdrücke (ayer, hoy, mañana, el año pasado, la semana que viene, entonces, en esta [aquella] época, el otro día, hace varios días, etc.). Also: weder drückt Tempus immer Zeit aus, noch wird, umgekehrt, Zeit allein durch Tempus ausgedrückt. [...]

Die Sprache stellt die Zeit räumlich dar und entspricht darin - dies ist nicht überraschend - unserem Bewusstseinserlebnis vor ihr, wobei offenbleiben mag, ob oder inwieweit dies Erlebnis seinerseits durch Sprache bedingt sei. Anders als räumlich jedenfalls vermögen wir die Zeit bekanntlich nicht zu erleben: wir erleben sie metaphorisch vom Raum her, obwohl sie, wie schon flüchtige Reflexion zeigt, etwas ganz anderes ist als der Raum; im Raum kann man zurück, in der Zeit nicht; nur, bekanntlich, in Gedanken. Unser Schema ist unter diesem Gesichtspunkt nicht willkürlich. Zu unserem Zeiterlebnis gehören drei „Räume“: Gegenwart, Vergangenheit, Zukunft; wie es zu Beginn von Schillers „Spruch des Konfucius“ heißt:

Dreifach ist der Schritt zur Zeit:

Zögernd kommt die Zukunft hergezogen,

Pfeilschnell ist das Jetzt entflogen,

Ewig still steht die Vergangenheit (SchG 80).

Auch hier lauter räumliche Bilder: „Schritt“, „hergezogen kommen“, „pfeilschnell“, „entfliehen“, „stillstehen“. Als Gegenwart erleben wir nicht nur - „Pfeilschnell ist das Jetzt entflogen“ - den Punkt auf dem Schnitt zwischen Vergangenheit und Zukunft, der sie „eigentlich“ ist, sondern dasjenige, was in den Zeitraum des uns jeweils andrängend Umgebenden gehört, also gleichsam ein Stück dessen, was „tatsächlich“ noch Zukunft und „tatsächlich“ schon Vergangenheit ist. Das Jetzt in seiner Ausdehnung je nachdem, worum es jeweils geht. [...]

Die Situierung in der Zeit durch die Tempusformen ist „deiktisch“, das heißt: sie erfolgt in Bezug auf den Augenblick, in dem der Sprechende spricht. In einem tieferen, philosophischen Sinn gibt es überhaupt nur Gegenwart: was wir „Vergangenheit“ nennen, ist ja nur das uns als vergangen Gegenwärtige; dasselbe gilt für das Künftige: das uns als künftig Gegenwärtige. Es gibt, wie dies sehr genau, die Subjektivität der Zeit betonend, schon Augustin formuliert hat, nur drei „Gegenwarten“: Die Gegenwart des Vergangenen, die Gegenwart des Gegenwärtigen und die Gegenwart des Künftigen („praesens de praeteritis, praesens de praesentibus, praesens de futuris“, Confessiones, XI, 20). Augustin erklärt: „es sind diese Zeiten als eine Art Dreiheit in der Seele, und anderswo sehe ich sie nicht: und zwar ist da Gegenwart von Vergangenem, nämlich Erinnerung (memoria); Gegenwart von Gegenwärtigem, nämlich unmittelbarer Augenschein (contuitus); Gegenwart von Künftigem, nämlich Erwartung (expectatio)“. Die Zeit besteht also - so gesehen, und diese Analyse ist gewiss nicht von der Hand zu weisen - aus drei Arten von Bewusstseinserlebnissen fundamentaler Art: Erinnerung, Erfahrung des Vorliegenden, Erwartung. Was Augustin nicht leicht übersetzbar „contuitus“ nenn - unmittelbare Erfahrung dessen, was uns in einem eigentümlichen Zustand des Habens und Nicht-Habens vorliegt -, ist vielleicht für unseren Zweck weniger wichtig; entscheidend aber ist es für uns zu sehen, dass die Erinnerung, die Vergangenheit eröffnet, und die Erwartung, die Zukunft stiftet, gegenwärtig sind, dass es in dieser Hinsicht nur Gegenwart gibt.“

[Cartagena / Gauger, Bd. 2, S. 425-427]

Tiempo verbal

Escribe Gili Gaya: «Podemos medir el tiempo desde nuestro presente, y entonces todas las acciones verbales que nos representamos se hallan situadas mentalmente con anterioridad, con posterioridad o en coincidencia con el momento en que hablamos: de aquí el pretérito, el futuro y el presente como tiempos fundamentales. En este caso medimos directamente el tiempo y atribuimos valor absoluto a la posición que ocupan los diferentes “tiempos” del verbo en nuestra representación. Se trata por lo tanto de tiempos absolutos o directamente medidos, y son en nuestra lengua presente (canto), el pretérito perfecto absoluto (canté), el pretérito perfecto actual (he cantado) y el futuro absoluto (cantaré), todos ellos de indicativo. Pronunciados aisladamente sugieren en seguida la situación temporal precisa de la acción que expresan. También el imperativo es absoluto, puesto que el mandato es presente y el cumplimiento de lo mandado es futuro.

Los restantes tiempos de la conjugación son relativos o indirectamente medidos, porque su situación en la línea de nuestras representaciones temporales necesita ser fijada por el contexto, y especialmente por medio de otro verbo o de un adverbio con los cuales se relaciona [...]

En las formas del subjuntivo llega a ser inadecuada la denominación de tiempos, porque el modo matiza de tal manera el concepto verbal que las relaciones temporales desempeñan muy poco papel; y así ocurre que una misma forma puede servir para expresar el pasado y el futuro. No es de extrañar por consiguiente que los tiempos del subjuntivo sean todos relativos o indirectamente medidos».

[Abad, Francisco: Diccionario de lingüística de la escuela española. Madrid: Gredos, 1986, p. 226]

«El tiempo

El vocablo “tiempo” posee tan variados significados en español que resulta demasiado ambiguo y poco adecuado para indicar el “tiempo” como categoría o contenido verbal. En realidad, la estructuración tripartita de presente, pasado y futuro no es propiamente lingüística, sino que corresponde a la partición que, desde nuestra propia existencia, hacemos del tiempo de la realidad. “Una conjugación verbal reflejaría esa misma estructuración si poseyese formas específicas para cada uno de esos períodos y sólo para ellos. Pero lo cierto es que hay lenguas que carecen, por ejemplo, de futuro o, como es el caso del español, posee varios pretéritos opuestos o diferenciados entre sí por distintos contenidos temporales” (Porto Dapena).

En castellano, para empezar, tenemos que eliminar como tiempo independiente el futuro, porque es pura virtualidad, y hablar más bien de perspectiva de presente y de perspectiva de pasado. Las formas que situamos en la perspectiva de presente, en realidad, poseen valor atemporal, sobretemporal, y se caracterizan por la participación del hablante dentro del relato. En cambio, aquellas que se sitúan en una perspectiva de pasado, hacen alusión a algo que ya no es y, en consecuencia, el hablante se separa, en cierto modo, objetivamente de lo que dice.

Dos son los factores que intervienen en el establecimiento del contenido temporal de una forma verbal:

a)    El momento respecto al cual se sitúa la acción o proceso verbal y

b)    la perspectiva adoptada en relación a ese momento, perspectiva que puede ser de anterioridad, de posterioridad o de simultaneidad.

En realidad, existen tres modalidades de expresión temporal en el verbo:

1.    la objetiva,

2.    la subjetiva (el hablante puede situar su discurso en un momento ideal, subjetivo, por ejemplo, el presente histórico), y

3.    la contextual.»

[Andrés Suárez, Irene: El verbo español. Sistemas medievales y sistema clásico. Madrid: Gredos, 1994, p. 130-131]

«Ante todo hay que desechar a limine el equívoco que envuelven nuestras expresiones acerca del tiempo. Decimos que el tiempo tiene las tres partes de presente, pasado y futuro. Pero estas expresiones aluden a dos dimensiones del tiempo completamente distintas. Una es la dimensión del antes, ahora y después: el presente es ahora, el pasado es un antes, el futuro es un después. Pero esto no pertenece al tiempo de las cosas; es sólo el tiempo humano en que el hombre encuentra las cosas. El hombre, al transcurrir, se va encontrando consigo mismo y con las cosas antes, ahora, después. Por esto este tiempo concierne al hombre en su relación con las cosas, pero no a las cosas mismas.

Pero hay una segunda dimensión según la cual decimos de la cosa que es, fue y será. Esto no es idéntico a la anterior. Por ejemplo, ahora la cosa es, pero ahora también la cosa fue y la cosa será. Aquí las tres partes no son momentos del encuentro del hombre con las cosas, sino momentos que conciernen a la cosa misma: es ella, la cosa, quien es, fue, será.

Las palabras pasado, presente y futuro tienen, pues, estos equívocos, esta duplicidad, en virtud de la cual todos propendemos a creer que el tiempo consiste en el antes, en el ahora y en el después. Pero la verdad es que el tiempo en lo que formalmente consiste es en el es, fue, será.

Ahora bien, dicho así sin más, se propende a pensar que es, fue, será son la triple colocación de la cosa real en el tiempo. El tiempo sería una gran circunscripción externa a la cosa real, y sus tres partes serían sólo tres momentos extrínsecos a la cosa real. Sería la triple relación de una cosa real con el tiempo. Pero esto es falso porque es, fue, será afectan intrínsecamente a la cosa; no son momentos de una transcurrencia extrínseca. Es la cosa real misma, es ella misma la que por su intrínseca índole, es, fue, será. El tiempo no es algo en que se está, sino un modo como se está. Es el carácter modal del tiempo.

Parece que el tiempo es un modo de la realidad. En cuanto realidades, esto es, como algo que son de suyo, las cosas son activas por sí mismas, y esta actividad en respectividad es lo que constituye la acción. La acción es un momento de la realidad, aquel momento según el cual las cosas actúan las unas sobre las otras: la acción son las cosas actuando, accionando, y parece que en este gerundio accional es en donde se hallaría el tiempo: el fue, es, será serían los tres momentos intrínseca y formalmente constitutivos de la acción. Como la acción es un momento de la realidad, el tiempo como modo de la acción sería eo ipso un modo de la realidad.

Pero esto es imposible, y para aclarar las ideas recurramos a título de ilustración, a la lingüística. Las lenguas tienen en general lo que se llaman verbos, a diferencia de los nombres. Los verbos designan la acción. No es nuestra cuestión precisar el alcance de la diferencia de estas dos categorías gramaticales. Hasta hace pocos años, se pensaba en general que era una diferencia esencial, todavía Meillet lo creía así. Desde hace algún tiempo se comenta que esta es una diferencia históricamente derivada. Es cosa de lingüistas. Aquí nos basta con tomar nuestras lenguas en este estado histórico ya elaborado. Y en él, el verbo designa la acción. Desde muy antiguo, se pensó que el verbo designaba la acción con connotación temporal. Así lo decían Platón y Aristóteles, y es trivial que el paradigma verbal se constituye en tiempos: presente, pretérito, perfecto, futuro, etc., etc.

Ahora bien, esto es una ilusión: de suyo la acción verbal no envuelve formalmente una connotación temporal. Y esto es lo esencial para nuestro problema. En las lenguas indoeuropeas todo verbo tiene lo que los lingüistas han llamado aspectos. La acción verbal, en efecto, puede tener diversos modos: ser puntual (como encontrar), cursiva (comer, andar), iterativa (dormitar), perfectiva, incoativa, aorística, etc., etc. Estos aspectos son, justo, modos de realidad y, sin embargo, carecen de suyo de connotación temporal. Para expresar el tiempo, o bien se recurre a preposiciones o bien a la índole propia de la acción. Una acción, como la de encontrar, en que su propia índole es un presente instantáneo; otras, como la de salir, se presentan en su aspecto perfectivo para expresar un estado ya logrado, etc. Las lenguas indoeuropeas tienen gran riqueza de aspectos, pero se han ido perdiendo. El eslavo los conserva aún, así como el védico y el iranio; el griego sólo conserva el aoristo; el latín carece de aspectos. Las lenguas semíticas (por lo menos las que yo conozco, y entre ellas no está el árabe) no tienen sino dos formas verbales: una la que denota la acción terminada (perfecto), otra que denota la acción no terminada (imperfecto). Son aspectos que carecen de suyo de connotación temporal. De aquí las dificultades con que todo principiante tropieza al traducir a nuestras lenguas un texto, por ejemplo, hebreo. ¿En qué tiempo lo expresa? Una acción imperfecta sirve bien para connotar algo que está ocurriendo, por tanto, un presente, pero también lo que va a ocurrir, un futuro. En cambio, la acción perfectiva sirve para connotar el pasado, etc. La sintaxis sirva para precisar estas connotaciones; por ejemplo, la inversión de connotación temporal, etc. Por consiguiente, lo privativo del verbo, aquello que el verbo de suyo connota, es pura y simplemente la acción como modo de realidad. Y justo es entonces cuando no tiene connotación temporal. La connotación temporal se impone al verbo mediante un sistema de desinencias y otros recursos morfológicos. Pero es siempre algo derivado.

La connotación temporal – fue, es, será – no pertenece, pues, formalmente a la acción ni tan siquiera aspectualmente considerada. Por tanto, no es un modo de realidad, sino de algo ulterior a ella. Es decir, el tiempo no está formalmente incluido en la acción. Sin embargo, en alguna manera se funda en ella. [...]

El tiempo no es algo en que se está; estar no se está más que en el Mundo. El tiempo no es algo en que se está, sino el modo como se está en el Mundo. Ahora bien, estar en el Mundo es lo que formalmente constituye el ser. Por tanto, el tiempo como modo es un modo de ser. Decía antes que el tiempo no es un modo de realidad sino de algo ulterior a ella. Pues bien, lo primeramente ulterior a la realidad es el ser, porque lo primeramente ulterior a la realidad respectiva es su actualidad en la respectividad misma. El tiempo se funda de alguna manera en la acción. Esta manera es mediata porque el tiempo se funda inmediatamente en el ser y el ser se funda inmediatamente en la realidad, en la acción. En lo que inmediatamente se funda el tiempo es, pues, el ser. Es el tiempo quien se funda en el ser, y no el ser en el tiempo. Esta es la razón por la que el tiempo es lo más próximo a la realidad; es justo su modo de ser.»

[Zubiri, Xavier: Espacio. Tiempo. Materia. Madrid: Alianza Editorial, 1996, pp. 297-301]

«Ser es el infinitivo del indicativo es. Y este indicativo tiene un doble sentido; en su virtud, ser posee una doble significación.

Por un lado, cuando digo, por ejemplo, que este trozo es hierro, o este perro y este hombre son, es significa que cada una de estas realidades tiene actualidad en el Mundo. Es un presente que no tiene connotación temporal ninguna. Podríamos denominarlo presente de actualidad. En su virtud el infinitivo ser significa la actualidad de la realidad entera de algo (con todos sus caracteres, acciones y cambios) en el Mundo. Es lo que venimos llamando desde páginas atrás el Ser. Y este sentido es el primero y radical precisamente porque designa el ser por oposición a la acción real en cuanto real.

Pero el presente es tiene también una significación distinta. En ella es no se contrapone a realidad, sino al fue y al será. Y en este sentido es es formalmente temporal. Aquí el es no es un presente de actualidad, sino un presente temporal. Entonces el infinitivo ser significa la unidad del es, fue, será. Es el ser en el sentido de tiempo. He aquí lo que buscábamos. Ser es la actualidad de lo real en el Mundo; tiempo es launidad del es, fue, será. Claro está, no es ni una arbitrariedad ni un azar que este sentido temporal se llame también ser. Porque aquellos tres momentos del es, fue, será no son momentos de transcurrencia, sino que son algo unitario; son en su unidad el ser como algo flexivo. Es lo que he solido llamar en mis cursos el carácter flexivo del ser. Y esto es el tiempo: el ser en su carácter flexivo. [...] Flexividad significa que fue, es, será no son tres momentos transcurrentes, de suerte que cada uno excluyera a los demás, esto es, como si el fue fuera un ya no es, y el será un aún no es. Es precisamente lo contrario: el es envuelte formalmente el fue y el será. Hay entre estos tres momentos una intrínseca unidad de pertenencia actual y de carácter formal: el es no es mero es, sino un es, fue y será. El ser no es o bien un es o bien un fue o bien un será, sino que es a una es y fue y será. Y precisamente por ello, esta unidad no es una transcurrencia sino una flexividad. Si se quiere, el o bien expresa la transcurrencia, pero el y expresa la flexividad. Los tres momentos se incluyen intrínsecamente y en su propio carácter formal el es no es formalmente un es sino siendo un fue y un será. En su unidad, los tres momentos constituyen la flexividad formal del ser mismo.»

[Zubiri, Xavier: Espacio. Tiempo. Materia. Madrid: Alianza Editorial, 1996, p. 302-303]

«Ser significa formalmente un es-ya-aún. Esta es la textura formal del ser. El fue no es sino un es ya sido; y el será es el es aún a ser. El fue, es, será no es sino el ya, es, aún del estar las cosas en el Mundo. No son las fases de una continuidad cronológica, sino la textura misma de la ulterioridad metafísica del ser respecto de la realidad. El tiempo radical no está en la línea del pasado, presente, futuro, sino en una dimensión de ulterioridad gerundial. Los tres términos son inadecuadamente distintos. Su distinción está fundada en la ulterioridad gerundial del ser. Sólo por ser un siendo ulterior es por lo que son distintos el ya, es, aún. Pero esta distinción es inadecuada, porque cualquiera de los términos envuelve los otros dos de una manera en cierto modo distinta. Es lo que he querido expresar con la idea de flexión. Cada término implica en sí mismo y desde sí mismo los otros dos. Es una unidad estrictamente formal. Esta unidad intrínseca y formal es la que constituye la flexividad del ser. Flexividad no significa que los tres términos son como tres ondulaciones sucesivas del ser. Significa, por el contrario, que el ser es flexivo en su propio carácter, independientemente de que esta flexividad dé lugar a ondulaciones sucesivas, cosas que no tiene por qué ocurrir siempre. Y por esto flexividad no significa tan sólo que los tres términos pertenezcan al ser, sino que, en su distinción, los tres no son formalmente sino una sola y misma actualidad, en la que cada uno de los términos implica formalmente los otros dos. Y esto es lo que expresa el presente temporal.»

[Zubiri, Xavier: Espacio. Tiempo. Materia. Madrid: Alianza Editorial, 1996, p. 306-307]

«El tiempo, en efecto, como temporeidad, no es un «antes, ahora, después», es decir, no es temporalidad, sino algo distinto que provisionalmente llamaré «fue, es, será» en el mundo. Estos tres términos no tienen carácter exclusivamente temporal, sino también carácter tempóreo. Más todavía, históricamente, la connotación temporal ha sido derivada de la connotación tempórea. Como ilustración de esta idea -sólo como ilustración- puedo aludir a consideraciones lingüísticas; tan sólo me importa lo que con estas alusiones quiero ilustrar filosóficamente.

El «fue» tiene en español casi siempre la connotación temporal de un «pasado», de algo que «ya no es». Pero a veces puede tener también una connotación tempórea que tal vez remonta a los orígenes etimológicos. El latín fuit, en efecto, es un perfecto, apoyado probablemente en un aoristo indoeuropeo *fum. El perfecto índica una acción terminada y completa, que llamaré acción conclusa, pero una acción incorporada al agente mismo como estado suyo. En cuanto «incorporado» es, como diré, un estado «adquirido». Y en este sentido el perfecto es un riguroso presente para todos los lingüistas. Así, el lat. noui, el gr. oida, el skt. veda, no significa «supe», sino «lo sé», mejor dicho, «lo tengo sabido». Es lo que con toda exactitud expresa el español en el «ya»: «lo sé ya». Ahora bien, la raíz de fuit (*bheu-, etc.), significa brotar, crecer (fuw), y por extensión, ser. Entonces, el perfecto fuit apuntaría etimológicamente a «es ya». Sería un presente en carácter de «ya», el «ser-en ya», un «ser-ya»: es el «ya» en cuanto tal del ser. Designa, a mi modo de ver, el «presente» como un «perfecto de sí mismo»: «estar ya siendo». Este fuit tuvo en latín y en el español «fue», la connotación temporal de un «pasado» o pretérito, porque en sí mismo estaba apoyado, en un «va». El «fue» temporal se funda en el «ya», que es su connotación tempórea. La recíproca no es cierta: no todo «va» envuelve necesariamente una connotación temporal de «pasado». Una acción conclusa puede constituir en sí misma un estado adquirido de un modo inmediato, sin ser forzosamente conclusión de un proceso, de un devenir. No toda adquisición es procesual. El estado es siempre algo «concluido», pero esto no es sinónimo de ser el final de una «conclusión». Esta conclusividad que no es conclusión es justamente aquello que incorporado constituye el carácter «adquirido» del estado designado por el perfecto. Y este carácter es justo lo que a mi modo de ver expresa el «ya». Los lingüistas discuten sobre si además de un «perfecto de estado adquirido» por una acción anterior, existe un perfecto de estado inmediato, pero «no adquirido». Pienso que la idea del «ya» tal vez pudiera servir para aclarar la cuestión. Todo perfecto es un «ya», y el «ya» denota siempre algo en una u otra forma adquirido. Lo que sucede es que estas formas son cuando menos dos: la adquisición puede ser o bien «no-procesual» o bien «procesual». En el primer caso, el «ya» del perfecto denota una adquisición inmediata; inmediata, pero adquisición. En el segundo caso, el «ya» del perfecto denota una adquisición como resultado de una acción anterior, como final de un proceso. A mi modo de ver, pues, no se trata de una contraposición entre «no-adquirido y adquirido», sino de una contraposición entre dos formas de adquisición, dos formas de «ya». Todo perfecto es un «ya» pero no todo «ya» es procesual. Por tanto, todo «fue» se funda en un «ya», pero no todo «ya» es resultado de un «fue». Es el caso del «perfecto de sí mismo»: el «estar ya siendo» no envuelve formalmente un proceso, un devenir, pero es sin embargo «adquirido», es «ya», es decir, «es sido», es «sido de sí mismo» como he solido decir.

El «será» no tiene siempre la connotación temporal de algo que «aún no es», sino que tiene también la connotación tempórea del «aún es»: «será» precisamente porque «es aún». Es el presente en carácter de «aún», el «ser-aún»: es «estar aún siendo». El «será» temporal se funda en el «aún» tempóreo. El «será» apunta, pues, al «aún» en cuanto tal del ser.

El «es» no tiene sólo la connotación temporal de un «ahora», sino también la connotación tempórea de «actualidad»: «es actualmente». Es el «estar actualmente siendo» Sólo por esto puede adquirir el sentido temporal del «ahora».

Meras ilustraciones lingüísticas, cuya exactitud incumbe a la lingüística y no a la filosofía. Me he permitido entrar en ellas para orientar sobre lo que filosóficamente pienso acerca del problema de la temporeidad, a saber, que bajo el «fue, es, será» late el «va, es, aún». Por esto en lo sucesivo en lugar de «fue, es, será» hablaré tan sólo de «ya, es, aún».

Estos tres términos no pueden entenderse sino referidos cada uno a los otros dos. El «va» es un «ya-es» (es «ser-ya»); el «aún» es un «aun-es» (es «ser-aún»). El «ya» y el «aún» son caracteres del «es». A su vez, el «es» mismo es una actualidad que tiene el carácter intrínseco de un «ya» y de un «aún»: «es-ya, es-aún». De suerte que ninguno de los tres términos es por sí mismo plena actualidad: sólo lo es su intrínseca unidad. Y la actualidad de esta unidad es justo «ser», la plena actualidad de ser. Ser, decía, es la actualidad mundanal de lo real. Y esta actualidad plena, y no el «ahora» temporal, es lo que designa primaria y radicalmente el «presente». El «presente» de que aquí hablo no es propiamente el «tiempo verbal», sino que designa la plena actualidad de ser. Pues bien, esta actualidad tiene, como vemos, una precisa estructura: la unidad de temporeidad. Es una unidad no transcurrencial, sino una unidad constitutiva del ser. La unidad de temporeidad es justo la estructura del ser en cuanto tal. Y esta unidad es el tiempo modal. El tiempo modal no es un presente, un «ahora», fluente (en el fondo, el nun de Aristóteles) ni una emergencia o distensión del pasado (la durée de Bergson), ni un precipitado de la futurición (la Zu-künftigkeit de Heidegger). «Ya, es, aún» no son «tres fases» de un transcurso, sino «tres facies» estructurales, constitutivas del ser. La temporeidad es la unidad de estas tres facies. Es por tanto una estructura, la estructura del ser. El ser en cuanto tal tiene la estructura trifacial del «ya-es-aún». Esta unidad trifacial es lo que expresa el presente gerundial «estar siendo»; designa no una acción cursiva, un transcurso, sino un modo. La actualidad mundanal de lo que «está realizándose» es el «estar siendo», la temporeidad. Ser es «estar siendo actualmente-ya-aún». Pues bien, esta unidad gerundial del «siendo» es lo que puede expresar el adverbio «mientras»: es la unidad intrínseca de las tres facies. El «mientras» es la temporeidad del ser. No se trata aquí de «mientras es» (esto sería temporalidad), sino de el «ser en mientras», el «mientras» del ser mismo, esto es, «ser-mientras». Constitutiva y formalmente el ser en cuanto tal es «mientras». Ser, decía, es una actualidad «ulterior» de lo real. Pues bien, la temporeidad es formalmente la estructura de esta ulterioridad. El tiempo modal, el «mientras», es la ulterioridad misma del ser: «ulterior» consiste aquí en «ser-mientras». Y como el ser, por su ulterioridad, es siempre y sólo ser de lo real, resulta que la temporeidad pertenece, sí, a lo real, pero le pertenece formal y constitutivamente no por razón de la realidad, sino tan sólo por razón de su ser. En sí mismo el tiempo es modo de ser y no modo de realidad.

En definitiva, el concepto descriptivo y el concepto estructural del tiempo nos han remitido así al concepto modal del tiempo.

Pero estos conceptos no son independientes: este es el tercer problema. Sólo porque la realidad es procesual, y sólo por ello, la unidad tempórea del «ya-es-aún», del «mientras», se despliega en la línea temporal del «antes, ahora, después». Y sólo porque los procesos son estructuralmente distintos, cobra su temporeidad el carácter temporal de sucesión, edad, duración y precesión. Es el problema de la unidad del tiempo.

No he hecho sino formular las ideas anteriores a modo de tesis. Son el mero enunciado programático de los tres problemas que la línea del tiempo plantea. Su exposición y desarrollo constituyen el tema de cada uno de los tres capítulos siguientes.»

[Zubiri, Xavier: Espacio. Tiempo. Materia. Madrid: Alianza Editorial, 1996, p. 255-259]

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