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PIROPO

(comp.) Justo Fernández López

Diccionario de lingüística español y alemán

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El piropo es un madrigal de urgencia.

(Eugeni D’Ors)

«piropo

Seit dem 19. Jh. v. a. in Andalusien u. Madrid: Kompliment, das Männer auf der Straße Frauen u. jungen Mädchen zurufen. Die piropos sind oft geistreich, oft anzüglich; eine Art improvisierter Volksdichtung, auf die manchmal die Frau, der diese dichterischen Schmeicheleien gesagt werden, antwortet. In der Hektik der modernen Konsumgesellschaft ist die Sitte des piropo fas verschwunden.»

[Haensch, Günther / Haberkamp de Antón, Gisela: Kleines Spanien Lexikon. München: C.H. Beck’sche Verlagsbuchhandlung, 1989, S. 118]

piropo.

(Del lat. pyrōpus, y este del gr. πυρωπς).

1. m. Variedad del granate, de color rojo de fuego, muy apreciada como piedra fina.

2. m. Rubí, carbúnculo.

3. m. coloq. Lisonja, requiebro.

«Lenguaje andaluz: el piropo

Parece ser que los antiguos llamaban así a una aleación de cuatro partes de cobre y una de oro. Y la voz latina de esa aleación era pyrôpus, la cual provenía a su vez de las voces griegas πύρ (pur , ‘fuego’), y ψ (ops, ‘aspecto’). Por su parte, nuestra Academia alude a una “variedad de granate, de color rojo de fuego, muy apreciado como piedra fina”. Y sin duda en la Edad Media, y aún mucho más tarde, debía hablarse con frecuencia de las piedras finas llamadas piropos, pues hallamos bastantes alusiones a ellos en las obras literarias. En el libro IV de Pantagruel, Rabelais escribía: Les oeils avoit rouges et flamboyans comme un pyrope (los ojos tenía rojos y despidiendo llamas como un piropo...).

La mayoría de los que hoy practican los piropos o que, sin practicarlos, aluden a esta voz y a su significación, podrán comprobar, tras la lectura de estos datos, que la palabra “piropo” va cargada de historia y de significación. En cuanto a lo de saber por qué se ha venido llamando piropos a esas frases que muchos hombres lanzan a las mujeres que pasan, eso es cosa más difícil.

Lo más seguro es que el piropo que se echa venga del granate, y no de la aleación. Este piropo –piedra fina– es rojo. Ahora bien, ¿es que el que piropea echa a la mujer, simbólicamente, una como piedra fina –en principio, claro está, pues hay piropos que ¡vamos!–, o bien echar un piropo es sinónimo de sacar los colores, hacer que las mejillas de la mujer se conviertan en un piropo, en el granate llamado piropo? Que cada cual responda según sus ideas.

Aunque podemos ser afirmativos en este otro aspecto, creemos que eso de echar precisamente piropos, en España, es costumbre andaluza en su origen y que no remonta más allá de finales del siglo XVII. Esto no quiere decir que los españoles no echaran a las mujeres... lo mismo, pero con otro nombre, o sin nombre, antes de la época indicada. Que sepamos, los clásicos no hacen alusión a los piropos antes de esta época.

Existe, como sabemos, la expresión “echar piropos”. Si esta expresión fuera bastante antigua, probaría que el piropo es, concretamente, lo dicho por el hombre. En este caso, para que el piropo responda a su nombre tiene que consistir en una frase “subida de calor”, dirigida a una mujer guapa hallada al paso.

La edición del Diccionario de la Academia, del año 14, daba para “piropo” la acepción de “lisonja, requiebro”. Se ve que el “requiebro” es término aplicado tardíamente al piropo y que ya no tiene directamente aquella alta significación de la cosa precisamente de color subido dicha a la mujer que pasa y que nos ha gustado, de la cosa osada, de la cosa roja como el piropo; de la cosa, en fin, capaz también de sacarle los colores a la hembra, de ponerle las mejillas como la grana, como la amapola, como un piropo.

En fin, según su contenido de significación y su forma gramatical, los piropos son del género admirativo o del género que pudiéramos calificar expositivo-volitivo: o bien el hombre le dice a la mujer que es hermosa, o bien le dice que le haría tal o cual cosa (por ejemplo: comérsela); a menos que le diga ambas cosas, lo que en fin de cuentas está más que justificado: amar una cosa es ya quererla. Y ya nuestro lenguaje tiene esta fineza bárbara de ser más lenguaje de querer que de amar.»

[Carpio, Andrés M. del: Con España a cuestas. Madrid, 1959, p. 177-179]

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