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MYTHOLOGEM Mitologema

(comp.) Justo Fernández López

Diccionario de lingüística español y alemán

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Vgl.:

Mythos / Mythos und Logos / Mythos und Symbol / Symbol / Symbolik / Allegorie / Metapher / Fiktion / Begriff

Mythologem ¹ Urmythos

Mythologem = Element oder Motiv innerhalb einer Mythologie. Ein Motiv oder Element, das der Kern einer mythologischen Erzählung bildet. Verschiedene mythische Erzählungen können ein und dasselbe Mythologem als zentrales Motiv haben.

Mythologeme sind „die in allen Fassungen eines Mythos übereinstimmenden Elemente bzw. die Invarianzen wie Gestalten, Handlungen und m. E. auch bestimmte Attribute.“ (Franz Fühmann).

Mythologem ist die „Bezeichnung der kleinsten, semantisch und historisch invariablen, konstitutiven Einheit des Mythos. Dies ist z.B. beim Medea-Mythos der Kindermord.“ (Katharina Keim)

“El mito es un modo específico y necesario de densificar totalizante y expresivamente el mundo, y cuyo valor de verdad no consiste en su historicidad ni en conservar restos de memoria ancestral (como el mismo Jung parece suponer), sino en configurar expresivamente los horizontes orientadores del existir humano y en elevar a categoría los hechos brutos y los comportamientos, que de otro modo se disolverían en pura facticidad. El mito, podría decirse, vertebra categorial-signitivamente no sólo la anécdota existencial, sino hasta el puro hecho biológico, elevándolo así a nivel genuinamente humano.

Y esto no acontece según representaciones imaginarias y convencionales que crean meramente una ilusión de sentido, sino de acuerdo con las profundidades últimas de la realidad, al menos de la del hombre, formalizando así lo verdaderamente inefable de las últimas radicaciones reales de los acontecimientos humanos, e incluso biológicos, a nivel humano (significado del sexo, del nacimiento, de la muerte, de la enfermedad, del alimento, del crecimiento, de la pubertad, etc.). Y precisamente por ser inefable su objeto formal y específico, ha ce valerse el mito de mitologemas, de expresiones simbólicas y parabólicas cuyos elementos formales pertenecen necesariamente a un nivel distinto e inadecuado que trasciende con mucho la superficie anecdótica del mitologema. De ahí la ambivalencia de todos ellos y el peligro constante de mitologización, de ahí también la universal y profunda coincidencia de sentido y de contenido de todos los mitos genuinos, pues todos son expresión diversamente modulada en su concreción mitologemática, según códigos diversos, de unas mismas relaciones, unas mismas raíces, una misma contextura última y total de la realidad, que precisamente por su ultimidad y su totalidad resulta enteramente inconmensurable con cualquier código, cualquier lenguaje y cualquier método de pensamiento artificialmente formales.”

[Cencillo, Luis: Mito. Semántica y realidad. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1970, p. 440]

“Sin duda existe el hombre constitutivamente abocado a la totalidad, se vive a sí mismo y vive los objetos enmarcados por la gravitación transensible del Todo en la parte; de ahí esa tendencia irreprimible a categorizarse, a sentirse y concebirse como encarnación de lo general e ideal en lo particular, que parece una comprobación de la presencia del Absoluto en lo particular, base del sistema de Hegel. Naturalmente, no es preciso recurrir a Hegel y a su Absoluto para explicarlo, hay diversas explicaciones posibles; mas lo que sí viene todo ello a demostrar es que el ser humano trasciende constitutivamente la mera facticidad material y se asfixia cuando se ve reducido a vivirse como un mero acontecimiento contingente y gratuito en la mecánica social y cósmica.

Mas para realizar esta función potenciadora ha de hallarse la categoría – el mitologema en el caso que estudiamos – integrada a su vez en un conjunto totalizador, de modo semejante, aunque no idéntico, a como el vocablo o el giro en una lengua sólo poseen valor expresivo en función de la totalidad del lenguaje, que es lo verdaderamente constitutivo de un nivel autónomo de realidad.

Y decimos que sólo hasta cierto punto, porque mientras el vocablo, el giro e incluso las terminologías técnicas y los signos formalizados sólo poseen valor expresivo dentro del marco idiomático respectivo y de acuerdo con un código convencionalmente elegido (de ahí su claridad operativa, ya que no contienen otro sentido que aquel que se les ha querido dar), los mitologemas o unidades simbólicas de naturaleza mítica son independientes de la convención. Paul Ricoeur llega a afirmar que hay símbolos que nos los encontramos casi como las «ideas innatas» de la antigua filosofía; el símbolo «pertenece a un pensamiento ligado a sus contenidos y, por lo tanto, no formalizado; pero el vínculo íntimo de su intención primaria prima sobre su intención segunda, y la imposibilidad de darse un sentido simbólico fuera de la operación misma de la analogía hace del lenguaje simbólico un lenguaje esencialmente ligado, ligado a su contenido y, a través de su contenido primario, a su contenido secundario; en este sentido se trata de lo absolutamente inverso de un formalismo absoluto» (Finitude et Culpabilité, 1960, p. 24).

Ricoeur entiende siempre por símbolo, como él mismo dice, «en un sentido mucho más primitivo, las significaciones analógicas espontáneamente formadas e inmediatamente dadoras de sentido» (p. 25), pues «ser símbolo es reunir en un nudo de presencia una masa de intenciones significativas, que antes que dar que pensar, dan que hablar; la manifestación simbólica como cosa es una matriz de significaciones simbólicas como palabras: [...] la manifestación por la cosa es como la condensación de un discurso infinito; manifestación y significación son estrictamente contemporáneas y recíprocas; la concreción en la cosa es la contrapartida de la sobredeterminación de un sentido inagotable que se ramifica en lo cósmico, lo ético y lo político. Así el símbolo-cosa es potencia de innumerables símbolos hablados que por su parte se asocian en una manifestación singular del cosmos» (p. 18). Como puede apreciarse sin dificultad, se está este autor refiriendo directamente al símbolo como mitologema y como constelación mítica, y con ello nos está exponiendo de modo suficientemente claro y preciso su concepción de la naturaleza específica del mito.

«Así, en el polo opuesto de los signos técnicos, perfectamente transparentes y que no expresan sino lo que quieren decir al poner lo significado, los signos simbólicos son opacos, porque su sentido primario, literal, patente, se halla por sí mismo referido analógicamente a un sentido segundo, que no viene dado sino en él exclusivamente. Y esta opacidad constituye la profundidad misma, inagotable, del símbolo». [...] «el símbolo es el movimiento del sentido primario que nos lleva a participar en el sentido latente y así nos asimila a lo simbolizado, sin que, por otra parte, podamos dominar intelectualmente la semejanza» (p. 22).

Esta última observación de Ricoeur nos da la clave de la multivalencia vivencial del mito, cuya función es dar expresión remotamente inteligible y fundante a las implicaciones dialécticas y a la unio contrarium que toda realidad en su dimensión radical presenta. Precisamente por eso supera el mito los recursos categoriales de la Lógica y del lenguaje formalizado. Lo que en éste es empobrecimiento simplificador y abstractivo, es en el mito integración complexiva, que no por ello pierde en universalidad, sino al contrario.”

[Cencillo, Luis: Mito. Semántica y realidad. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1970, p. 16-18]

“El mitologema, con su densidad expresiva simbólica, pertenece al orden de la conciencia indivisa, en una zona más profunda todavía que la de la lucidez lógica en la que la conciencia se autoposee; en la zona del símbolo, la conciencia no se autoposee aún, pero recibe ya la notificación inteligible de las realidades con las que se mantiene en contacto simpático, como en el caso de los sueños.”

[Cencillo, Luis: Mito. Semántica y realidad. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1970, p. 421]

“Toda nuestra lógica humana, toda nuestra gramática y nuestros léxicos todos, en su gigantesca petición de principio, vienen a constituir una zona formalizada y trivialmente luminosa en medio de una inmensidad – si no infinitud – de sombras, de profundidades abisales e inasequibles a toda formalización lógica. La zona formalizada es mínima, y todas sus líneas de fuerza, cuando se prosiguen consecuentemente, conducen forzosamente a aquella zona en la que cesan los conceptos puros, las estructuras lógicas, los sentidos gramaticales, y sólo son posibles el símbolo y el mitologema.

Por eso, en la intuición básica de todo sistema filosófico y racional, e incluso científico, se halla un mito fósil o vivaz que lo sustenta sobre el vacío de sus propias expresiones – si se toman en sí mismas – y le nutre de savia semántica. Y la detección de tales mitos de base, cuando éstos son genuinos, no debe devaluar el sistema ni debe pensarse que haya éste de ser «desmitificado» para poder hacerse valer, sino que precisamente gracias al mito puede significar más que sus meras formalidades lógicas.”

[Cencillo, Luis: Mito. Semántica y realidad. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1970, p. 413]

“Hemos llegado con esto al punto terminal de nuestra consideración de las mitologías en concreto. De la explicación sapiencial y etiológica de los orígenes hemos ido pasando por etapas sucesivas a esferas cada vez más íntimas, hasta acabar en la mística de la inmanencia de los disidentes medievales y barrocos, e incluso actuales, que, a diferencia de los cristianos, fundaban toda su espiritualidad en los mitologemas mismos dotados del prestigio de dogmas. En cuanto a su constitución morfológica hemos de observar que éstos, a partir de la época clásica y en el seno de las Sociedades de Misterios, del Hermetismo y de las Gnosis, han sufrido un cambio radical en forma de una «miniturización» característica de las culturas mixtas.

Los mitologemas ya no aparecen integrados en grandes conjuntos dramáticos en forma de mitos propiamente dichos, sino fosilizados en símbolos de carácter espiritual e iniciático, como hemos visto insinuarse en el Corpus Hermeticum y consumarse en la espiritualidad alquímica. También en el Nuevo Testamento y en la mística cristiana se adoptan estos símbolos como catalizadores de contenidos expresivos éticos y místicamente multivalentes: el Árbol de origen ínfimo, pero que crece hasta poder dar cobijo a los pájaros; la semilla, la Perla (en general la joya perdida – die verlorene Kostbarkeit –, como también lo es la dracma), de tanto prestigio en la Gnosis y en la espiritualidad oriental, imágenes ambas que expresan la concentración transespacial – y por ello infinitamente pequeña – de una gran energía vital y de un gran valor indiferente al espacio; igualmente el tesoro oculto, el vaso precioso o preñado tanto de bendiciones como de males: el Cáliz; el arca, la caverna; la puerta estrecha (mitificada en todas las tradiciones arcaicas de carácter iniciático, como la chamánica, o el mito de Dárdanos); la piedra angular (Lapis-Christus!); el monte repetidamente utilizado como lugar teofánico; la estrella; la rosa mística (emparentada naturalmente con el loto del corazón hindú, de donde renace el Brahmâ en el alba de cada Kalpa y que constituye el centro de Vishnu); el Sello de Salomón o Estrella de David; la escala mística; la Esposa y las Nupcias; el dragón; la asociación que no puede ser causal entre el ave – en este caso la paloma – y la serpiente; las corrientes de las aguas; el tetramorfos e incluso la Cruz.

En el nivel histórico del Cristianismo no se crean, ni pueden circular, mitos religiosos-morales propiamente dichos, sino parábolas cuyo carácter meramente expresivo sin pretensión histórica o real es evidente. [...] El primer mito en sentido moderno, seminacional, semirreligioso, semipolítico será el prestigio del Santo Sepulcro (caverna, monte y sello de Salomón simultáneamente), que pondrá en marcha las Cruzadas; y no deja de ser sintomática la coincidencia de que la institución que desde el XVII fomentará más intensa y eficazmente la creación de los mitos modernos, será sucesora directa de otra institución esotérica surgida en la corriente cultural de las Cruzadas.

Pero el mito moderno presenta otras características diferentes; en lugar de constelarse en un símbolo o en una leyenda, como el mito arcaico, se encarna en personas, en grupos, en empresas. [...] En general puede decirse que su función en un mundo radicalmente secularizado y en donde lo religioso conserva un estatuto intimista y privado, los mitos vuelven a desempeñar su función arcaica e incluso prehistórica de catalizar numinosamente los ideales colectivos y de crear una ilusión de horizonte trascendente a la prosa cotidiana y practicista de una existencia servil.”

[Cencillo, Luis: Mito. Semántica y realidad. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1970, p. 284-285]

Mitologemas:

Abismo

Aves (Águila, Pájaro Rojo, Foenix, etc.)

Cabezas Negras

Cáliz

Caos

Caverna

Centro

Conflagración

Cruz

Diluvio

Dragón

Edades del Mundo (Edad Dorada)

Eje

Escala mística

Escatología

Espacio sacral (casa de iniciación, centros de cosmicidad, Laberinto iniciático, etc.)

Espíritu de la Selva (y de los Animales)

Estrellas (de David; de la mañana; Marte; Orión; Pléyades; Saturno; Venus, etc.)

Eterno Retorno (Año Nuevo, Ciclo Vital, etc.)

Falo (priamismo)

Fatum

Fertilidad

Fuego

Genitalidad

Gigantes

Hermanos

Hierogamia

Hombre (Hombre Primordial; Hombre Solo; Plasmación del Hombre y de la Mujer)

Huevo Cósmico

Incesto Primordial

Macho fecundador

Madre (de las Águilas; de los Vivientes; Tierra; Gran Madre)

Manzano

Matriz (primordial, universal)

Mediación

Monte

Muerte (Sacrificio Primordial)

Mujer

Números místicos

Negro (color)

Omofagia

Pareja Primordial

Sacrificio Primordial

Sello de Salomón

Serpiente

Sol

Tesoro Oculto

Tetramorfos

Thánatos

Tierra y Cielo

Todo

Totalidad

Toro

Unidad

Unio Contrariorum

Vida (Fuente de la Vida; Principio Vital; Creatividad

[Cencillo, Luis: Mito. Semántica y realidad. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1970, p. 459-460]

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