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CULTISMO

(comp.) Justo Fernández López

Diccionario de lingüística español y alemán

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Vgl.:

Culteranismo

Cultismo

Con este nombre, y con el de voz culta [A. Buchwort; I. Learned word; F. Mot savant], se designa a todas aquellas palabras que han entrado en un idioma en épocas diversas por exigencias de cultura (literatura, ciencia, filosofía, etcétera), procedentes de una lengua clásica, ordinariamente del latín. Tales voces mantienen su aspecto latino, sin haber sufrido las transformaciones normales en las voces populares: fructífero, benévolo, colocar, etc. Son abundantes los dobletes, constituidos por una voz vulgar y un cultismo introducido posteriormente, con sentidos diversos: colocar-colgar, artículo-artejo, título-tilde, etc.“ 

[Lázaro Carreter, Dicc. de térm. filológ., p. 124-125]

Cultismo

Dícese del vocablo procedente de una lengua clásica, especialmente el latín y el griego, directamente adaptado en un momento dado de la historia de otra lengua e introducido, a lo sumo, mediante alguna leve asimilación fonológica al sistema receptor; p. ej. frígido, dogma.“ [ANAYA. Diccionario de lingüística, p. 73]

Cultismo

«Las voces literarias –escribe Menéndez Pidal– de introducción más tardía en el idioma, tomadas de los libros cuando el latín clásico era ya lengua muerta, son las que llamaremos voces cultas, y conviene distinguirlas siempre en el estudio histórico, pues tienen un desarrollo distinto de las voces estrictamente populares. Mientras éstas son producto de una evolución espontánea y no interrumpida desde los períodos más antiguos, las palabras cultas son introducidas cuando esa evolución popular había terminado o iba muy adelantada en su camino, y por lo tanto no participan de toda la compleja serie de cambios que sufrieron en su evolución las voces primitivas del idioma. En general, las voces cultas apenas sufrieron modificaciones, como se puede observar en cualquiera de las muchas palabras latinas que, después de haber sido usadas y transformadas por el vulgo, fueron segunda vez incorporadas al idioma por los literatos [...] En el estudio etimológico del idioma hay que conceder muy distinta importancia a estas dos clases de voces. Como las populares hay usadas son la última fase evolutiva de las que componían el idioma latino vivo, merecen atención preferente por su complicado desarrollo, por ser en ellas donde se manifiestan en modo más complejo las leyes fundamentales de la vida del lenguaje y por formar el fondo más rico del español y su herencia patrimonial; las voces cultas, por la pobreza de su desarrollo, no ofrecen interés tan grande para la etimología. Mas por otra parte, en el estudio histórico-cultural del idioma los cultismo tienen una importancia principalísima, siendo lamentable que su conocimiento esté hoy tan atrasado. La ciencia habrá de aplicarse cada vez más intensamente a investigar la fecha, causas de introducción y destinos ulteriores de cada uno de estos préstamos, para que la historia lingüística adquiere su pleno valor».

Dámaso Alonso, al acercarse a Góngora, plantea el problema del cultismo: «Después de dividir las palabras en cultas y populares, la lingüística positivista ha fijado su atención sobre las segundas, estudiándolas con todo detenimiento y fijando con exactitud casi matemática las leyes de su evolución. se ha considerado, pues, la lengua como un fenómeno natural, “fisiológico”, por decirlo así, de evolución fatal y reducible por tanto a leyes escuetas. Dentro de este criterio, las palabras cultas no podían interesar sino por lo que tenían de excepción a las leyes de la evolución fonética [...] Ahora bien, estos vocablos cultos son hechos idiomáticos (lo mismo que los populares) y deben ser, por tanto, objeto de la lingüística. Pero casi no lo han sido hasta ahora. Afortunadamente hoy se reconoce y ala importancia de lo espiritual en el idioma, puesto que la lengua no es más que un vehículo –y el más perfecto– de la vida mental del hombre, y se ha llegado a comprender cómo historia de la lengua e historia de la literatura y de la cultura son tres factores inseparables. El día en que estas corrientes lleguen a fertilizar la lingüística española, se escribirá la historia del cultismo español. Y ese día la labor idiomática de Góngora y de los círculos gongorinos podrás ser apreciada debidamente». Al lado del cultismo léxico, además, añade Dámaso Alonso que hay que considerar el cultismo sintáctico.

Diego Catalán, por su parte, ha escrito: «La adopción de tecnicismos y términos cultos por la lengua común corre, en todos los tiempos, pareja de la actividad intelectual; gota a gota o en torrente nuestra lengua ha ido recibiendo desde sus orígenes hasta hoy día un caudal léxico de procedencia culta que supera quizá en importancia al legado tradicional transmitido de boca en boca desde los latino-hablantes».

En cuanto a la historia del cultismo en la lengua española, Américo Castro ha indicado estas delimitaciones cronológicas: «1. Desde los orígenes hasta Alfonso el Sabio. 2. Hasta finales del siglo XIV. 3. Hasta comienzos del siglo XIV. 4. Hasta la acción de la Academia en el siglo XVIII. 5. Hasta hoy». Advierte así mismo don Américo acerca de estos períodos que se ha de pensar menos «en la rigidez que en el sentido de tales límites».

Lapesa –digamos por último– se ha referido al latinismo o cultismo semántico, que «presta a palabras ya incorporadas al idioma acepciones que tenían en latín pero no en castellano».

[Abad, Francisco: Diccionario de lingüística de la escuela española. Madrid: Gredos, 1986, pp. 84-86]

«Semicultismos

Escribe Menéndez Pidal tratando de los cultismos del idioma: “Fuera de estos cambios más sencillos que sufren casi todas las voces cultas sufren otros más profundos aquellos cultismos que se introdujeron desde muy remotos tiempos en el romance y que llamamos voces semicultas. Por ejemplo: titulum debió ser importado por los doctos en fecha muy antigua, cuando aún habían de regir las leyes de la sonorización de oclusivas sordas y de la pérdida de la vocal postónica interna, y se llegó a pronunciar en el siglo X tídulo, y luego *tidlo, *tildo, tilde; pero que a pesar de estos cambios bastante profundos la voz no es popular lo prueba la vocal acentuada; si titulum no hubiera ingresado ya tarde en la evolución popular, si perteneciera al caudal primitivo de la lengua, su i breve acentuada hubiera sonado e, como hallamos TETLU escrito en una inscripción española; pero este TETLU vulgar usado un tiempo por los hispano-romanos cayó luego en olvido (que a haberse conservado hubiera producido en romance *tejo, como viejo y almeja) y los letrados tuvieron que importarlo por su cuenta, tomándolo de los libros y no de la pronunciación, por lo que la ĭ se mantuvo como i

[Abad, Francisco: Diccionario de lingüística de la escuela española. Madrid: Gredos, 1986, pp. 84-86]

«Cultismos:

El fondo primitivo de las lenguas románicas es el latín vulgar usado por los colonizadores y soldados y propagado por vía oral. En siglos en que eran muy pocas las personas que supiesen leer y escribir, la influencia del latín literario tenía que ser muy escasa ; y como es natural, una lengua que se aprende únicamente por el oído tiende a la diversificación de variantes locales mucho más que en épocas de cultura, en las cuales el habla se halla más o menos sujeta a la presión uniformadora de la lengua escrita. […]

Ahora bien, el latín escrito no dejó de influir en las nuevas lenguas, pero las palabras que provienen de él no sufrieron los cambios que observamos en las de procedencia vulgar, bien sea porque durante mayor o menor tiempo fueron sólo empleadas entre personas doctas, bien sea porque se introdujeron tardíamente en el torrente general del idioma, cuando ya la evolución de las formas vulgares se había cumplido. Estas palabras reciben el nombre de cultismos, y se caracterizan por conservar los sonidos latinos intactos o con muy ligero romanceamiento. Por ejemplo, operario, artículo, digital, reproducen las formas latinas ‘operariu, articulo, digitale’, sin más alteración que la de la vocal final. Con frecuencia de una palabra latina proceden dos formas romances, una vulgar y otra culta, como de ‘auscultare’, escuchar (vulgar) y auscultar (tecnicismo médico); de ‘digitale’, dedal y digital; de ‘recitare’, rezar y recitar. Se las suele llamar formas dobles o dobles etimológicos.

En algunos casos ciertas voces de origen culto han sufrido sólo en parte la evolución vulgar, mientras otros sonidos mantienen su fisonomía latina. Reciben el nombre de semicultismos. Así ‘cupiditia’ en su forma vulgar hubiera dado *codeza, como ‘malicia’ > maleza, ‘pigritia’ > pereza; como cultismo hubiera dado *cupidicia; pero la forma codicia revela que es un semicultismo que, si bien ha evolucionado los sonidos que forman el núcleo de la palabra, ha dejado sin alteración la terminación en –icia.

Los cultismos tienen gran importancia en la formación e historia de la lengua española. Durante la Edad Media, la Iglesia contribuyó en amplia medida a su difusión. El vocabulario culto aumenta en el Renacimiento con el estudio e imitación de los autores clásicos, y desde entonces acá ha continuado creciendo con más o menos intensidad según las épocas. Actualmente la mayor parte de los neologismos técnicos se forman por calco, composición o derivación de voces latinas y griegas, y es frecuente que tales tecnicismos rebasen los medios estrictamente profesionales y entren en el uso general de las personas cultas, como está ocurriendo, p. ej., con los vocablos incógnita, cristalizar, exponente, mimetismo, etc.»

[Gili Gaya, Samuel: Nociones de gramática histórica española. Barcelona: Biblograf, 1983, p. 25 ss.]

«Palabras populares, cultas y semicultas

La civilización occidental ha heredado el latín en dos formas distintas: como lengua hablada, madre de los idiomas románicos, y como vehículo universal y permanente de cultura. Consagrado por la Iglesia, se conserva en la liturgia católica; la administración, leyes y cancillerías lo emplearon hasta la baja Edad Media, y aún más tarde, en todos los países europeos; fue instrumento general de la exposición científica, y todavía hoy se usa como tal alguna vez; y las literaturas modernas, en especial desde el Renacimiento, no han perdido de vista el modelo de los poetas, historiadores y didácticos latinos.

A consecuencia de este doble legado, el vocabulario latino ha pasado a las lenguas romances siguiendo diversos caminos: unas palabras han vivido sin interrupción en el habla, libres del recuerdo de su forma literaria y abandonadas al curso de la evolución fonética; se han transformado al tiempo que nacían las nuevas lenguas y muestran en sus sonidos cambios regulares característicos; por ejemplo, filius, genesta, saltus han dado en castellano hijo, hiniesta, soto, según leyes fonéticas que distinguen el castellano de otras lenguas romances. Son las palabras llamadas populares o tradicionales, que constituyen el acervo más representativo de cada lengua.

Tan antiguas como las voces populares, y pertenecientes como ellas a la lengua hablada, hay otras que no han tenido un proceso fonético desembarazado de reminiscencias cultas. Mientras argilla y ringere se deformaban hasta llegar a arcilla, reñir, no sucedía igual con virgine o angelus, que en la predicación y ceremonias religiosas se pronunciaban de una manera más o menos distante de la latina pura, pero esencialmente respetuosa con ella; el oído de las gentes se acostumbró a la pronunciación eclesiástica, cuyo influjo impidió que se consumaran las tendencias fonéticas usuales: virgine dio virgen, no *verzen, y angelus, ángel, en vez de *año o *anlo. De igual modo saeculum, regula, apostolus, episcopus, miraculum, periculum, capitulum, pasaron a siego > siglo, regla, apóstol, obispo, milagro, peligro, cabildo, muy distintos de las soluciones normales. De haber obedecido a las leyes fonéticas, hubieran dado *sejo, *abocho, *besbo o *ebesbo, *mirajo, *perijo, *cabejo, como regula > reja, tegula > teja, vetulu > viejo, etc.

La influencia de la administración fue semejante a la de la Iglesia, aunque menos extensa. Los notarios redactaban sus documentos en latín, con arreglo a fórmulas muy repetidas, que, al ser leídas a los otorgantes, se trababan en su memoria. Cláusula muy usada en escrituras era “vendo tibi mea ratione in illa terra”, y con este sentido perduró ración con su i latina, que desapareció en el vulgo razón; en la data se mencionaba el nombre del monarca, y las repeticiones “regnante Adefonso in Legione”, “regnante rege nostro Ordonio”, juntamente con el “regnum Dei” de la liturgia, hicieron que regnare y regnum se detuvieran en reinar y reino y no llegaran a *reñar, *reño. En la mayoría de los casos citados, y en physicus > fésigo, toxicus > tósigo, canonicus > canónigo, etc., la acción de la cultura no fue bastante poderosa para mantener la integridad formal de la palabra, pero sí para frenar o desviar el proceso fonético iniciado en ella; el resultado es lo que los filólogos llaman semicultismo.

Los cultismos puros se atienen con fidelidad a la forma latina escrita, que guardan sin más alteraciones que las precisas para acomodarla a la esctructura fonética o gramatical romance (evangelium > evangelio, voluntate > voluntad). Algunos se han transmitido por el habla y la escritura combinadas; pero en su mayor parte han sido tomaos directamente del latín literario, aunque éste fuera el bajo latín medieval. Por ejemplo, aniquilar no procede del clásico nihil, sino de la pronunciación bajo-latina nichil (= nikil).

Una palabra latina puede originar dos romances, una culta y otra popular. En ocasiones los resultados tienen acepciones comunes (fosa y huesa, frígido y frío, íntegro y entero), pero aun en ellas hay distinto matiz afectivo o conceptual; por lo general son palabras completamente independientes, sin más nexo que el de la etimología, olvidado en el uso (laico y lego, signo y seña, fingir y heñir, artículo y artejo, concilio y concejo, radio y rayo, cátedra y cadera). Nótese que las voces populares suelen tener un sentido más concreto y material que las eruditas. Otras veces la duplicidad se da entre un derivado culto y un semicultismo (secular y seglar) o entre un semicultismo y una voz popular (regla y reja). La lengua se ha servido de estos dobletes para la diferenciación semántica: el culto litigiar ha descargado al popular lidiar de uno de sus sentidos.

Desde que los idiomas románicos alcanzaron florecimiento literario, su léxico se ha enriquecido con incesante adopción de cultismos. En el siglo XIII, cuando los poetas del mester de clerecía y Alfonso el Sabio habilitaron el español para la expresión ilustrada, fueron muchas las voces latinas introducidas. A partir del Renacimiento, latinismos y grecismos dieron vestido a nuevas ideas y sirvieron como elemento estilístico de primordial importancia. y en los tiempos modernos el latín y el griego siguen siendo cantera inagotable de neologismos. Si las palabras populares son las que mejor reflejan la tradición oral del latín vulgar y ofrecen los rasgos fonéticos peculiares de cada romance, los cultismos revelan la perenne tradición del espíritu latino en la civilización europea. Su menor interés fonético se compensa crecidamente con el histórico-social: son índice de las apetencias, inquietudes, orientaciones ideológicas y conquistas científicas de los momentos culturales en que penetraron.»

[Lapesa, Rafael: Historia de la lengua española. Madrid: Escelicer, 1968, pp. 75-78]

La popularidad de los cultismos

Amando de Miguel

Cuidado que es culta la palabra “ámbito”. Derivada del latín, el ámbito significa el perímetro de un espacio o recinto. El lenguaje conceptual alude muchas veces a la representación espacial de las ideas. Por eso se habla tantas veces, en sentido figurado, de territorio, parcela, sector, círculo, área, marco y, naturalmente, ámbito. La metáfora espacial, arquitectónica, ha penetrado con fuerza en el lenguaje de los políticos. Los discursos políticos están llenos de alusiones al “ámbito” de esto o de lo otro y, mejor aún, a los “ámbitos” en plural. No es que esté mal ese recurso, pero, de tanto repetirlo, resulta cansino y hasta abominable. El abuso de los cultismos es típico muchas veces del lenguaje popular. Se percibe, por ejemplo, en los personajes de Arniches. Como efecto cómico está muy bien, pero, tomado en serio, resulta afectado y ridículo. En algunos discursos los “ámbitos” se podrían sustituir por “cosas” o “casos”. Pero, a fuerza de evitar ser vulgares, sus autores entran en el ámbito de la pedantería, que es el recinto más transitado. [Libertad digital, 10.07.2003]

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