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Intento de golpe de Estado del 23-F (comp.) Justo Fernández López España - Historia e instituciones
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INTENTO GOLPISTA del 23 de febrero de 1981
La versión oficial da por aclarado todo el asunto y explica el fracaso por la decidida actuación del monarca. Pero algunos siguen especulando sobre lo que ocurrió aquella noche; desde que se produce el asalto al Congreso hasta que el rey se dirige al país, transcurren varias horas. La versión de este retraso es que había dificultades técnicas para mandar un equipo a grabar el mensaje del rey al palacio de la Zarzuela y emitirlo, ya que la emisora de la TVE estaba tomada por los golpistas. Según otros, el rey dudó sobre el alcance de la intentona, pero se desmarcó presionado por su entorno. Otros creen que el retraso en la retransmisión televisiva fue debido a que el rey tuvo que negociar con los Capitanes Generales para parar el golpe.
Pero la controversia sigue:
«Yo sabía bien que Adolfo Suárez estaba acosado por todas partes, los militares pedían al Rey su cabeza, había perdido la confianza del Rey, el PSOE necesitaba quitarlo del medio para alcanzar el poder y no tenía el apoyo firme de su partido. Estaba solo. Así que tenía razones de sobra para dimitir. La situación era insostenible y él estaba bloqueado.
Pero lo que me intrigaba era por qué decide presentar su renuncia de un día para otro. El viernes 23 de enero, recibe a Tindemans, está decidido a seguir y hace planes de futuro, y el 24 sábado por la tarde decide dimitir. ¿Qué pasó? Entonces descubro la clave: el Rey se ve obligado ese día a suspender una cacería en una finca de Icona de la sierra de Cazorla con importantes invitados a la misma y regresar urgentemente a la Zarzuela. Algo gravísimo pasaba. Y tirando del hilo descubro la reunión con altos mandos militares y la “encerrona” de Suárez con ellos. Me pareció que este era un dato importante que aclaraba la historia. Es verdad que el Rey, lo mismo que una parte considerable de la clase política, cometió algunas imprudencias antes de la dimisión de Suárez y del 23-F, pero el Rey no es un golpista, sino el que paró el golpe. En esto sobran fantasías y quimeras. El Rey sabía muy bien, desde que era Príncipe de España que la permanencia de la Corona dependía del mantenimiento del orden constitucional. Y esto lo cumplió a rajatabla.
En cuanto al golpe, lo que me costa es que fue un golpe más bien castizo y chapucero. Es verdad que el Departamento de Estado norteamericano decidió mirar para otro lado y desentenderse. Sé también que en la Embajada USA no cogieron el teléfono aquella noche para responder a las llamadas que hicieron desde la secretaría del presidente en la Moncloa. Tampoco es un secreto que algunos embajadores importantes le calentaron la cabeza al Rey los meses previos pidiendo la cabeza de Suárez e incitándole a un golpe de timón. Creo que, después de Suárez, el Rey se entendió especialmente bien con Felipe González. A la Monarquía le sentó bien la pasada por la izquierda.» [Abel Hernández, amigo de Adolfo Suárez y autor del libro Secretos de la Transición]
«En una entrevista, en El Mundo, Pilar Urbano explica cómo el Rey se dejó convencer por el general Alfonso Armada, que le aseguró que el país vivía una situación insostenible que requería de un “golpe de timón militar”, y que eso era el convencimiento de buena parte de la oposición. Durante los primeros días enero de 1981, el Rey intentó convencer a Suárez de la necesidad de cambios que estuvieran dirigidos desde instancias militares, y que pasaban por que él abandonar la Presidencia del Gobierno, lo que llevó a momentos de gran tensión entre ambos.
La periodista desvela que, tras el golpe militar, Suárez y el Rey vuelven a reunirse. El presidente recién dimitido le dice al Monarca: “Nos la han metido doblada” y le acusa de haber alentado el golpe militar, a lo que el Rey replica que la situación es la contraria: “La has provocado tú y la he evitado yo. ¿Todavía no te has enterado de que ha sido a ti a quien le han dado el golpe? A ti, a tu política, a tu falta de política, a tu pésima gestión. ¿Responsabilidades? ¡Tú eres el auténtico responsable de que hayamos llegado a esto!”.» [elplural.com de 30/03/2014]
«La Zarzuela ha desmentido hoy, a través de un comunicado, que el Rey participara en la denominada "Operación armada", como asegura la periodista Pilar Urbano en el libro La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar. "Las conversaciones que se citan en el libro", añade el comunicado, son "pura ficción imposible de creer". El Rey nunca participó en la denominada operación Armada y su relación con Suárez fue de "lealtad recíproca" y "amistad personal", aseguran en un comunicado.
“Lo principal se sabe ya, y lo que no, no sé si es bueno que se sepa”, admite con una sonrisa el teniente general Andrés Cassinello, director de los servicios secretos con Suárez, jefe del Servicio de Información de la Guardia Civil el 23-F.» [Natalia Junquera, El País, 3 de abril 1914]
«Lo importante es saber qué ocurrió en realidad. En primer lugar, hablemos de la relación entre Suárez y el Rey. Don Juan Carlos y el primer presidente de la democracia se conocieron en 1968 en Segovia, provincia en la que el de Cebreros ejercía como gobernador civil por aquel entonces. Fue el propio Franco el que envió al futuro Rey a entrevistarse con un joven político del Movimiento que prometía mucho.
Los dos congeniaron y, a partir de entonces, mantuvieron una relación intensa que fructificó en sólida amistad. La habilidad de Torcuato Fernández-Miranda a la hora de presentar la terna de candidatos a la presidencia al Rey fue precisamente meter en ella al candidato que quería don Juan Carlos.
Comenzó entonces para ambos una aventura tan arriesgada como apasionante: pasar de la dictadura a la democracia sin derramamiento de sangre. Nadie discute hoy que, pese a los errores, aquella singladura, con la Constitución de 1978 como punto culminante, fue todo un éxito. Pero la crisis económica (en 1979 estalla la segunda crisis del petróleo), la violencia terrorista, el malestar en las Fuerzas Armadas y las divisiones internas en la UCD, hicieron para Suárez la carga insoportable. Sobre todo, y esto es muy importante, el sentimiento de sentirse traicionado por los suyos. Especial dolor y abatimiento causó en el presidente la deslealtad del que creía su amigo Fernando Abril Martorell.
Fue a partir del verano de 1980 cuando Suárez, de común acuerdo con el Rey, puso en marcha la operación Calvo Sotelo. El presidente creía que su salida podía rebajar la tensión y buscó a un hombre que no generase rechazo y que contara con el apoyo de aliados tan poderosos como EEUU.
Es verdad que durante los seis meses que transcurren desde ese verano a la fecha del golpe, las relaciones del Rey con Suárez se enfrían. Sobre todo, por el empeño del Monarca en traerse al general Armada a Madrid desde su puesto de gobernador militar de Lérida. El presidente nunca se fio de Armada, mientras que Don Juan Carlos lo consideraba un firme apoyo en unas Fuerzas Armadas trufadas de golpistas.
Los hechos ponen de manifiesto que no. Don Juan Carlos ni conoció, ni apoyó el 23-F. Un documento, que tampoco ha sido hecho público, avala esta afirmación. El CESID remitió un informe secreto al presidente del Gobierno el 14 de enero de 1981, justo cinco semanas antes del 23-F, en el que se analizan las posibilidades de un golpe militar. Esta es la transcripción de uno de sus párrafos: «Hacia el futuro pueden considerarse como muy poco probables los intentos prácticos de consecución de un 'Gobierno de gestión', pues, entre otras dificultades exige, tal como se concibe hoy, una impensable colaboración anticonstitucional de la Corona».
Es decir, los militares sabían que un golpe nunca contaría con el apoyo del Rey y, por lo tanto, de llevarlo a cabo, siempre sería contra el Rey. Lo que enturbió las cosas fue el protagonismo de Armada la noche del tejerazo.
El general apareció en el Congreso como si fuera un pacificador. Su gestión logró el llamado Pacto del capó, por el que los guardias civiles al mando de Tejero abandonaron el Congreso de manera pacífica en la mañana del 24 de febrero.
Incluso Suárez pensó que se había equivocado con Armada, al que consideraba un conspirador nato. Pero fue el propio Rey, como relata su hijo en la esclarecedora entrevista que le hace Victoria Prego, el que le dijo en la Zarzuela en la mañana del 24-F: “He sido yo el que se ha equivocado con Armada. Ordena ahora mismo su detención”.»
[Casimiro García-Abadillo: “¿Pudo el Rey avalar un golpe contra la Constitución que él mismo impulsó?”, en El Mundo - 05/04/2014]
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El hijo mayor del recientemente fallecido Adolfo Suárez desmiente con contundencia en una entrevista a EL MUNDO que el Rey estuviera detrás de ningún intento de golpe de Estado, así como las versiones vertidas en un libro acerca de los enfrentamientos habido entre su padre y el Rey. «Es mentira» dice rotundamente. Y aporta valiosos documentos inéditos que avalan sus palabras.
«¿Cuánto hay de cierto en lo que se cuenta de esos encuentros realmente explosivos entre Suárez y el Rey en sucesivas fechas de enero del 81?
Yo tengo noticia de alguno de esos encuentros y me han sido relatados por mi padre directamente y luego he tenido ocasión de charlar en diversos momentos con el Rey y me ha dado la misma versión. Curiosamente, son los dos únicos testigos y yo he tenido el privilegio de recibir su testimonio, de ambos, y son coincidentes. Especialmente grotesco me parece el relato de una reunión que creo, señala el día 24 de febrero en la que hay una bronca monumental entre ambos. Es absolutamente falso. Es una reunión presidida por el mutuo convencimiento de que ambos se habían equivocado y que tenían que pedirse perdón el uno al otro y empieza pidiendo perdón mi padre, diciendo: Señor, me he equivocado. Armada estaba ayudando a la democracia española y ha estado intentando salvar el golpe. Y es el Rey el que le contesta: Adolfo, el que se ha equivocado he sido yo, y te pido perdón. A Armada lo que hay que hacer es detenerle inmediatamente. Ésa es la reunión que hay.
Ya se había publicado en varios libros que Adolfo Suárez pensó en revertir su dimisión a raíz del golpe. ¿Qué hay ahí de cierto?
Es cierto que mi padre, en un momento determinado, se plantea el revertir su dimisión. Y no es que se vea forzado por las circunstancias a decir que no, porque jurídicamente es imposible. Es que al cabo de equis tiempo de debate con sus colaboradores más cercanos, se dan cuenta de que no hace falta y de que tampoco es bueno, que los motivos de la dimisión siguen siendo válidos y que se sigue adelante con el plan con absoluta normalidad. Y de hecho ni se lo dice al Rey. Se lo comentará tiempo después, como anécdota.
Pero lo que el libro cuenta es que hay un enfrentamiento feroz a cuenta de ese asunto porque Suárez pretende quedarse en la presidencia y el Rey se resiste de manera rotunda y le dice cosas tremendas.
Eso no es cierto. Toda esa serie de reuniones que la señora Urbano cita en su libro son simplemente imaginaciones y desconocen una verdad que nadie quiere creer y es el porqué de la dimisión de Adolfo Suárez y cómo se toma esa decisión, cómo se gesta la materialización de esa dimisión y cómo lo hacen el Rey y Adolfo Suárez de acuerdo.
¿Cuándo toma su padre la decisión de dimitir? ¿Lo hace presionado hasta el límite por el Rey y frente a su resistencia numantina?
En el caso de mi padre y el Rey, cuando le nombra presidente del Gobierno, sí que le dice, y me consta, «el día que necesites que me vaya, sólo tienes que decírmelo. Y me voy». El Rey y Suárez llegan conjuntamente a la conclusión de que, efectivamente, Suárez tiene que dimitir, como dice en su discurso, para permitir que la obra siga adelante. Que hay que cambiar a las personas. Que hay gente que ya no le cree y que él tiene que asumirlo con hechos para que, efectivamente, las cosas puedan seguir adelante. [...]
A partir de ahí, se plantean dos posibilidades: una, la de convocar unas nuevas elecciones, y dos, la de buscar a alguien que tenga consenso dentro de la UCD y le permita agotar la legislatura. Una legislatura que acaba en el 83, no en el 82. Entonces, se plantea el buscar a alguien que, como él en su día, no suscitara las enemistades de los grandes del partido. Y ese hombre es Leopoldo Calvo Sotelo. [...]
Suárez entiende que Felipe González le va comiendo terreno, le va comiendo incluso terreno a la UCD, y necesita alguna baza que le permita un poco de aire, y esa es la razón por la que él plantea la cuestión de confianza. Él sabe que no necesita la misma mayoría que necesita la moción de censura, y que tiene la victoria prácticamente asegurada. Y además es echarles un órdago a sus compañeros de partido que tengo que decir que son los principales actores de la dimisión de Adolfo Suárez. [...]
Si UCD se hubiera presentado a unas elecciones en el otoño de 1980, hubiera perdido esas elecciones y las hubiera ganado el Partido Socialista. Mi padre conocía perfectamente el ruido de sables que había, no solo en ese momento, sino desde que él está en ese gobierno, y sabe con mucha probabilidad que no es lo mismo, estar en el gobierno él o una persona de la UCD, que una persona como Felipe González, que en aquel momento no era el mismo de 1982. Ese es precisamente el objetivo de esa cuestión de confianza: ganar tiempo, buscar un personaje de consenso, trasmitir la presidencia y permitir que la UCD pueda gobernar hasta el 83 y, quién sabe si entonces podrá volver a ganar las elecciones o no, pero había que ganar ese tiempo como fuera posible.
Y ésa es la operación que se urde en torno a Leopoldo Calvo Sotelo y en esa operación está presente el Rey permanentemente. Por lo tanto, se me hace increíble que una persona con la relación que tenía mi padre con el Rey como muestran todas las cartas que pongo encima de la mesa, anteriores y posteriores al golpe de Estado, y todos los relatos que mi padre ha hecho, resulta que ahora no es verdad y que por arte de birlibirloque y de cuatro testimonios que no pueden ser demostrados resulta que se estaban matando todos los días. Pues yo, testigo directo de la relación entre mi padre y el Rey, no he visto jamás un solo documento, una sola muestra de ese enfrentamiento brutal. Y lo que sí tengo, y en las cartas se demuestra, es que hay diferencias. Es decir, diferencias, seguro, discusiones, muchas, enfrentamientos de verdad, no. Y lo único que he visto yo serio y profundo, de lo que sí soy conocedor, es de las diferencias enormes que había en torno a Armada. Ahí, sí que, efectivamente, se produce una diferencia brutal y muy tensa.
Lo que me dice usted que sí es cierto es que Suárez y el Rey tuvieron varios enfrentamientos sobre Armada.
¡Sí, sí! Discusiones sobre Armada tienen varias. Muchas. El Rey es un hombre leal, y es un hombre recto. Y cuando quiere a alguien lo quiere hasta el final y lo defiende. Y él estaba convencido de que Armada era un hombre leal al Rey, a la Corona y a España. Y desgraciadamente, se demuestra que mi padre en esa discusión llevaba razón y que Armada era un hombre que estaba trabajando en contra del propio Rey, porque despreciaba al propio Rey, porque se creía más inteligente y más capaz que el propio Rey, y eso es lo que le intenta hacer ver mi padre al Rey. “Ese hombre no le conviene porque le va a traicionar”. Y de hecho lo hace. Porque todas las informaciones que existían en aquel momento, que son archiconocidas porque no son cosas que yo conozca por un informe secreto, es que durante la presidencia de mi padre, durante los primeros años del reinado de Don Juan Carlos había ruido de sables, y esos ruidos no eran sólo contra Adolfo Suárez, eran contra Adolfo Suárez y contra el Rey al que consideraban también un traidor.
En la reunión de Játiva ya aparece dicho por el teniente general Prada Canillas con toda claridad: “La responsabilidad es del Rey y de Suárez”.
En todos los servicios secretos de aquella época aparece esa información, es decir Suárez y el Rey son dos traidores al franquismo, al Movimiento Nacional etc., y hay que acabar con esto de una vez.
Por lo tanto, la versión según la cual Adolfo Suárez se va para evitar un golpe de Estado...
Vamos a ver. Adolfo Suárez no se va por una presión ni mucho menos militar, eso lo dice él. Mi padre no le teme a un golpe de Estado, ni mucho menos. Otra cosa distinta es que él tome la decisión de colocar a otra persona de la UCD para evitar que un partido socialista gane las elecciones en un momento determinado en el que es probable un golpe de Estado. Pero es muy distinta una cosa de la otra. Vamos, si mi padre sabe que lo que le van a hacer es un golpe de Estado, hace todo lo contrario, sé que los habría detenido él personalmente uno por uno.
¿Llegó Suárez a acusar al Rey del golpe de Armada?
Nunca, nunca, nunca, jamás. Lo puedo afirmar con rotundidad, nunca jamás.» [Victoria Prego, en El Mundo - 06/04/2014]
Las claves de un golpe fallido
Treinta años después aún subsisten algunas incógnitas, pero sobre todo mistificaciones.
«El enigma del 23-F es que no hay enigma», sostiene Javier Cercas, autor de Anatomía de un instante, quizá el mejor libro publicado sobre el intento golpista que pudo acabar con la democracia pero paradójicamente supuso su consolidación definitiva y el fin del intervencionismo militar en España. «Sabemos todo lo esencial», asegura el profesor Javier Fernández, que publicó Diecisiete horas y media, uno de los trabajos históricos más rigurosos sobre el tema. Aunque es cierto que, en líneas generales, los hechos se conocen sobradamente, aún se mantienen algunas incógnitas, lagunas y mitos.
¿Había una operación política para desbancar a Suárez?
Sí y contaba con el apoyo de dirigentes de los principales partidos. Se trataba de desbancar a Suárez con una moción de censura que avalaría el sector de UCD liderado por Herrero de Miñón. El objetivo era formar un Gobierno de concentración que diera el «golpe de timón» que reclamaba Tarradellas para reconducir el proceso autonómico y aplacar a los sectores golpistas del Ejército. Esto hacía imprescindible que lo encabezara un militar que además fuera monárquico. Se habló de Sabino Fernández Campo, pero al final el elegido fue Alfonso Armada. El Rey recibió informes que decían que era constitucional. Fue la llamada operación Armada. Pero Suárez dimitió el 29 de enero y acabó con esa operación que técnicamente era legal.
¿Cuántos golpes había en marcha?
La operación Armada se transformó en operación De Gaulle, ya sin respaldo partidario. Se trataba de crear una situación de emergencia para forzar a los diputados a elegir al general como presidente. Milans se puso al frente de la conspiración. Tejero decidió lanzarse y tomó el Congreso sin saber cuáles eran los planes de Armada. Finalmente rechazó el Gobierno de salvación que le propuso Armada en el Congreso, que incluía socialistas y comunistas, porque quería una Junta Militar presidida por Milans, lo que hizo fracasar el golpe. En cierto modo había tres golpes, el de Armada, el de Tejero y el de Milans. Al tiempo se estaba fraguando el de los coroneles, que sería mucho más duro y sangriento y estaba preparado para mayo.
¿Dimitió Adolfo Suárez para parar el golpe?
Una frase que introdujo en el último momento en su discurso televisado da lugar a todo tipo de cábalas. Suárez dijo que se iba para que la democracia no fuera una vez más un paréntesis en la historia de España. Daba a entender que, si se mantenía en el poder, habría un golpe de Estado. Una hipótesis verosímil es que conocía la operación Armada para derribarlo y se fue para desbaratarla. El historiador Javier Fernández opina todo lo contrario; cree que esa fue solo una frase grandilocuente para justificar su dimisión y que entonces no le preocupaban en absoluto los militares, sino sobre todo las conspiraciones políticas dentro de la UCD. Según su teoría, como dijo Calvo Sotelo, dimitió por «un estado de ánimo». Cualquier psicólogo que hubiera estudiado su perfil, argumenta Fernández, habría llegado a la conclusión de que era un hombre valiente que cuando alguien se le enfrentaba no se achantaba. Se le puede echar en cara su desconocimiento del mundo militar, cuyos asuntos dejaba en manos de Gutiérrez Mellado.
¿Hubo una trama civil que permaneció oculta?
Lo que se entiende por trama civil fue muy escasa; es decir, los que ponen los medios y el dinero. El golpe se diseñó de una forma tan elemental que no hizo falta. Significativamente fueron dos militares, los generales Iniesta Cano y Dueñas, los que aportaron algo de dinero y un piso donde se hicieron varias reuniones y llamadas. García Carrés fue el único civil condenado, pero una anécdota da cuenta de su escaso papel. Los golpistas se reunieron el 18 de enero en la calle General Cabrera, 18 para ultimar los preparativos. Carrés estuvo presente mientras tomaban café, pero cuando comenzó lo serio Milans le dijo: «Juanillo, tienes que irte, déjanos que esto es cosa de militares». Otra cosa es que hubiera muchos civiles que estaban abiertamente en contra de la democracia dispuestos a darles todo el dinero necesario.
¿Qué papel jugó realmente el Cesid?
Miembros del servicio de espionaje participaron en el golpe y algunos fueron condenados, como el capitán Vicente Gómez Iglesias. Varios agentes guiaron los buses de los golpistas al Congreso. Pero el Cesid como organización no estuvo implicado. Desde allí se informó de lo que pasaba a La Zarzuela y hubo agentes de probada lealtad democrática que trabajaron contra el golpe. Algunos analistas consideran que el comandante José Luis Cortina, responsable de la agrupación operativa de los servicios de inteligencia, que fue absuelto en el juicio, jugó un papel determinante. Entre ellos hay quienes argumentan que actuó para apoyar la opción de Armada, otros para que fracasara el golpe y un tercer grupo dice que jugaba a caballo ganador.
¿Quién era el elefante blanco?
Se especuló con los nombres de los generales Armada y De Santiago, pero nunca hubo un elefante blanco. Todo fue un invento de Cortina, que comparó ante Pilar Urbano al Ejército con un paquidermo difícil de mover que necesita un elefante blanco para que la manada avance. Otra cosa es saber quién era la «autoridad competente, militar por supuesto», que anunció en el Congreso a los diputados el capitán Muñecas. Ese tenía que ser Armada, que de hecho se presentó allí para ofrecerse como salvador.
¿Existen grabaciones de las llamadas hechas desde el Congreso?
El profesor Fernández sostiene que las pocas que había, grabadas en las casas de Tejero y García Carrés, ya han sido publicadas. Esas cintas fueron grabadas por orden policial en domicilios donde se había autorizado pinchar los teléfonos, no en el Congreso. Otras fuentes hablan sin ninguna prueba de cientos de horas de grabaciones hechas en el Congreso y otros centros militares y civiles: estarían escondidas o habrían sido destruidas. Gaspar Llamazares preguntó al Gobierno donde estaban esas cintas, a lo que el Ministerio de Defensa respondió que no tenía constancia de su existencia. En una reciente entrevista Laína calificó de bulo que hubiera cientos de grabaciones.
¿Qué papel jugó el Rey antes y en el golpe?
No cabe duda de que el monarca fue quien paró el golpe. Su inequívoca intervención televisiva resultó decisiva. Desde el primer momento actuó, codo con codo con Fernández Campo, para abortarlo. Ordenó a Milans que depusiera su actitud y previno contra el que había sido su preceptor, el general Armada, un monárquico a ultranza muy conservador. Si hubiera respaldado el golpe habría triunfado por unanimidad porque los militares le obedecían, como les había pedido Franco. Otra cosa es que el Rey había perdido la confianza en Suárez en los últimos meses de 1989 y no se recataba en hablar mal de él. También mantuvo diversas reuniones con Armada, en las que este le explicó su catastrófica visión de la situación y la posible solución que vislumbraba. [Enrique Clemente: “Las claves de un golpe fallido”, en La Voz de Galicia, 23.02.2011]
"El Rey me puso en alerta: '¡Cuidado con Armada!"
JOSÉ LUIS BARBERÍA
El País - 20/02/2011
Largamente esperado por los investigadores y estudiosos del 23-F, Francisco Laína, el hombre que ejerció de presidente en funciones durante las 18 interminables horas de ocupación del Congreso de los Diputados, accede finalmente a aportar su testimonio sobre aquellos hechos. Lo hace para EL PAÍS, preocupado por la germinación, en los últimos años, de versiones fantasiosas, erróneas o deliberadamente falsas sobre el 23-F, y consciente de que el tiempo está acabando con los protagonistas y testigos principales de la intentona golpista. De hecho, él es, junto al Rey y Adolfo Suárez, aquejado de alzhéimer, el único superviviente de la Junta de Defensa Nacional que, una vez finalizado el secuestro de los diputados y del Gobierno, se reunió en La Zarzuela la tarde del 24-F para abordar la crisis.
Licenciado en Derecho, técnico de la Administración Civil del Estado y ex gobernador civil de León, Las Palmas y Zaragoza, Francisco Laína (18 de mayo de 1936, La Carrera, Ávila) abandonó su puesto de director de Seguridad del Estado y la política activa en 1982, pero se mantiene al tanto de la actualidad y sigue con particular interés la evolución del problema terrorista en el País Vasco, su otro viejo caballo de batalla. Sobre la mesa de la sala de estar en su casa de Ávila descansa para la ocasión, subrayado y salpicado de anotaciones, el libro El enigma del elefante, editado hace 20 años por El País-Aguilar. Dice que está escribiendo un libro en el que narra únicamente los acontecimientos de aquellas fechas que él vivió en primera persona y sobre los hechos de los que dispone de pruebas fehacientes.
Ágil de movimientos y con una planta física que parece desmentir su edad, Laína ha cerrado las puertas de la habitación y ya no cogerá los teléfonos en las horas siguientes. No quiere interrupciones mientras desgrana su "verdad" del 23-F, un relato rico en novedades y altamente provechoso que permite hacerse una idea cabal de lo acontecido ese día. Lo que sigue es un anticipo sincopado de su libro y también la respuesta cumplida a la petición de entrevista que este periódico le formuló hace exactamente dos décadas.
A propósito de la atmósfera reinante en los meses precedentes a la intentona golpista: atentados un día sí y otro también, crisis económica, agitación e intoxicación desde los medios "ultras", división interna en la UCD gobernante, dura confrontación política..., el exdirector de Seguridad del Estado guarda en su memoria dos escenas relevantes. La primera de ellas transcurre en una iglesia de Madrid, en el funeral por una de las víctimas de ETA. Francisco Laína descubre con sorpresa que entre los asistentes al acto se encuentra el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero que había sido condenado a una pena irrisoria, pese a haber sido reconocido culpable del frustrado proyecto de asalto al palacio de la Moncloa, conocido como Operación Galaxia.
"Tenía a mi lado al director de la Guardia Civil, José Luis Aramburu Topete, quien ha muerto hace pocas semanas. Le pregunté: '¿Oye, qué hace Tejero aquí, en Madrid?'. 'Ya no tiene mando, está en situación de disponible', contestó. Me quedé pensando que aunque no tuviera mando disponía de 24 horas al día para conspirar. Dejarle en Madrid libre de vigilancia fue un error de los servicios de información".
En la segunda escena, el director de Seguridad del Estado con el Gobierno de la UCD le entrega al presidente Adolfo Suárez un informe confidencial elaborado por los servicios de información policiales. "Antes, se lo había pasado a mi ministro de Interior, Juan José Rosón, pero cuando lo leyó me dijo: 'Paco, esto es muy duro. ¿Por qué no lo despachas tú directamente con Adolfo?". En el informe, de dos folios, se indicaba que el Rey no se recataba en criticar duramente al presidente Suárez en sus conversaciones con personas y ambientes muy diversos. Se añadía que el monarca expresaba abiertamente su disconformidad con decisiones adoptadas por Suárez y planteaba la conveniencia de un posible relevo del presidente. También se daba cuenta de una comida que el general Alfonso Armada, gobernador militar de Lleida y antiguo preceptor del Rey, había mantenido con el responsable de asuntos de Defensa del PSOE y número tres de ese partido, Enrique Múgica, en la casa del alcalde de esa capital, Antoni Siurana. En el informe se aludía a los asuntos supuestamente tratados en esa comida y a los comentarios suscitados en torno al encuentro. Acudí a La Moncloa a finales de diciembre a entregar el informe. Después de leerlo detenidamente, Suárez guardó un momento de silencio y luego me dijo: "No me cuentas nada nuevo".
Pregunta. ¿El Rey instó a Adolfo Suárez a dimitir?
Respuesta. Adolfo nunca me lo manifestó así en las abundantes charlas que mantuvimos antes de que la enfermedad le minara la memoria. De todas formas, Suárez era un hombre valiente y de coraje, y el que le conocía sabía que no iba a arredrarse fácilmente. La irrupción de Tejero en el Congreso me pilló en mi despacho estudiando un informe sobre la construcción de la Escuela de Policía de Ávila, mientras seguía por la Cadena Ser la retransmisión de la sesión de investidura de Calvo Sotelo. Recuerdo que de fondo se oían como un sonsonete los nombres de los diputados llamados a votar cuando surgieron los gritos y los tiros. Antes de cinco minutos sonó el teléfono de comunicación con La Zarzuela, que estaba integrado en un sistema protegido llamado Malla Cero, reservado para las comunicaciones entre las altas instituciones del Estado. Era el Rey. Me preguntó qué sabía de lo que estaba pasando en el Congreso y le tuve que decir que no más que lo que contaban por la radio, aunque le añadí mi sospecha de que ese teniente coronel de la Guardia Civil que acababa de ocupar el Congreso podría ser Tejero, el mismo de la Operación Galaxia.
Como primera autoridad civil, en calidad de presidente de la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios que asumió las funciones gubernativas, Laína habló esa tarde noche repetidas veces con La Zarzuela, casi siempre con Sabino Fernández Campo, secretario general de la Casa del Rey, pero también con el monarca. "Sobre las 19.45, el Rey me llamó para advertirme: '¡Paco, cuidado con Armada! Te paso a Sabino para que te lo explique'. Sabino me reiteró que sobradamente la advertencia: '¡Ojo con Armada, que está metido hasta las cejas'.
A esas horas, el juego del antiguo preceptor del Rey había quedado al descubierto porque, visto que los golpistas decían seguir órdenes de su Majestad y sostenían como prueba que Armada estaba en ese momento en La Zarzuela, el general José Juste, jefe de la poderosa División Acorazada Brunete, asentada en Madrid, había optado por tomarles la palabra y verificar personalmente el dato. Llamó a La Zarzuela, preguntó por el general Alfonso Armada y obtuvo de Sabino Fernández Campo la respuesta que ha quedado para la posteridad: "Ni está, ni se le espera". A partir de ahí, los intentos del antiguo preceptor del monarca de ser llamado a La Zarzuela resultaron infructuosos y la coartada real se fue desvaneciendo. "Reconozco que hasta entonces no había sospechado de Armada. Cuando hablé con Tejero, me dijo que él solo obedecía órdenes del capitán general de Valencia, Jaime Milans del Boch, y del general Alfonso Armada, y acto seguido me colgó el teléfono".
P. ¿Fue el Rey quien le designó presidente del Gobierno interino, como se ha escrito?
R. Pese a lo que se ha dicho y escrito, la constitución de la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios no fue iniciativa del Rey ni de Sabino Fernández Campo, sino de José Terceiro Lomba, secretario general del ministro adjunto al presidente. Él se lo propuso a Luis Sánchez Harguindey, subsecretario de Interior, y este a mí. Me pareció oportuno y se sometió a la consideración de Sabino y del Rey. La comisión funcionó por la vía de los hechos, y el Rey no intervino más allá de darle su aprobación y su impulso. Lo que pasó es que como director de Seguridad el que tenía más información de lo que estaba pasando era yo. Sobre el papel, los escenarios se limitaban al Congreso ocupado por Tejero; a Valencia, donde Milans había sacado los tanques a la calle, y a la Acorazada Brunete, pero según avanzaba la noche se advertía cierta inestabilidad en los Estados Mayores de algunas capitanías generales porque, como nos indicaban los servicios de información y los gobernadores civiles, había coroneles y tenientes coroneles que pretendían extender la situación impuesta por Milans en Valencia.
Toda la tarde noche fue un continuo pulso, una dura pelea en la que el Rey y Sabino tuvieron que aplicarse a fondo para sujetar a los regimientos. La obediencia de la Acorazada estuvo mucho tiempo en el aire, al igual que la lealtad democrática de ciertos sectores de la Guardia Civil y de la policía. Lo peor en aquellos momentos, y así se lo dije a los representantes de los partidos, era que la gente saliera a la calle a manifestarse para defender la democracia, ya que esa era la excusa que muchos militares esperaban para restablecer la normalidad y hacerse con el control de la calle. Con Fernando Castedo, director de RTVE, tuve que ponerme muy serio para que acatara mis órdenes.
Pretendía ofrecer una información continuada de todo lo que estaba pasando y a mí me parecía que en una situación como aquella, tan explosiva y confusa, transmitir el golpe en vivo y en directo era una irresponsabilidad que podía alentar a los involucionistas. Contra eso, el antídoto era la normalidad: que los transportes funcionaran, que la gente se fuera a dormir, que los colegios abrieran por la mañana...
P. ¿Hasta qué punto la autoridad democrática contó con la lealtad de las fuerzas policiales?
R. Vistas las miradas que me lanzaron algunos cuando acudí al puesto de mando del hotel Palace, tuve la sensación de que muchos de los que estaban allí simpatizaban, en realidad, con los ocupantes del Congreso. El gobernador civil de Madrid, Mariano Nicolás, amigo mío, me informaba desde una cabina telefónica que había cerca del Palace -yo oía caer las monedas, mientras me daba las novedades-, porque no se fiaba un pelo de la gente que tenía alrededor. A Aramburu Topete le pregunté si podía contar con la Guardia Civil en el caso de que hubiera que entrar en el Congreso a liberar a los diputados. Su respuesta fue: "Conmigo sí, pero no sé si obedecerán mis órdenes". Por el contrario, el general inspector de la Policía, José Antonio Saénz de Santamaría, me dijo que estaba en condiciones de ofrecerme el pleno apoyo de sus hombres. Lo que no podía ofrecerme eran vehículos blindados, muy necesarios ya que había que contar con que los de dentro nos responderían con fuego real. Todas las tanquetas policiales estaban en el País Vasco.
Además de eso, el problema estaba en que de acuerdo con los planos del edificio del Congreso, que nos costó Dios y ayuda localizar, los puntos más débiles, menos reforzados, de la estructura por los que podíamos penetrar eran justamente los tabiques de las estancias en las que mantenían secuestrados al presidente del Gobierno y a los líderes políticos. Descartamos el asalto puesto que volar esos muros entrañaba el riesgo de herir o matar a los secuestrados. Pero de todos modos, como no quería que Tejero se sintiera tranquilo y seguro, comenzamos a cortarle las líneas telefónicas. Lo hicimos paulatinamente, de acuerdo con las recomendaciones de tres psicólogos llamados por Sánchez Harguindey al ministerio que nos aconsejaban no aislarle totalmente. "Esos hijos de puta me están cortando los teléfonos", se quejó Tejero a su amigo y cómplice el ultraderechista Juan García Carrés en una de las conversaciones telefónicas que intervinimos. Como último recurso, Tejero terminó usando el teléfono del coche del presidente Suárez.
Esa noche, los psicólogos nos adelantaron con gran precisión el momento en el que empezarían las disensiones internas entre los asaltantes y los abandonos. Nos explicaron que, al no ser unidades regulares, sino gente diversa cogida a lazo por Tejero "para prestar un servicio muy importante a la patria", sobre las nueve o diez de la mañana acabarían viniéndose abajo. Y es lo que pasó. A esa hora, bastantes guardias empezaban a descolgarse y a salir por las ventanas.
P. ¿Por qué el Rey tardó tanto en emitir su declaración televisiva de condena del golpe y de compromiso con la Constitución y la democracia?
R. Contra lo que se ha escrito, el problema no fue la ocupación militar de TVE, ya que los soldados fueron retirados bastante pronto, no estarían más de una hora. De hecho, el comunicado que yo emití en mi condición de director de Seguridad antes de que se constituyera la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios fue difundido por TVE entre las 21.10 y las 21.15 del 23-F. Eso significa, teniendo en cuenta el tiempo que necesitó el cámara para llegar a mi despacho en la calle de Amador de los Ríos, grabar mi intervención y volver, que los estudios de TVE estaban ya libres de la vigilancia militar muy tarde, a eso de las 20.30. Me preocupaba mucho la tardanza del Rey en emitir el mensaje que previamente Sabino me había anunciado. Yo le apremiaba: "Sabino, el mensaje del Rey tiene que salir ya", y él me respondía: "Paco, antes tiene que hablar con todos los capitanes generales, quiere tener todo amarrado". En un momento dado, me preguntó si yo sabía dónde estaba Ángel Campano, el capitán general de la VII Región Militar con base en Valladolid, al que no había forma de localizarle. Llamé al gobernador civil de Valladolid y me confirmó que Campano se hallaba en la Capitanía General, pero, al parecer, no quería ponerse al teléfono con el Rey. Tengo que decir que las órdenes del Rey esa noche fueron impecablemente democráticas. Sabino me apuntaba: "Paco, convendría detener al general Armada", pero yo no podía detenerle, así como así, porque a un militar le detiene otro militar y aquella noche había militares que podían hacerlo.
P. ¿El general Armada siguió pugnando por un Gobierno de salvación nacional después del mensaje real?
R. Cuando Armada salió del Congreso, una vez que su amistosa conversación inicial con Tejero desembocó en agria discusión, le indiqué a Mariano Nicolás que trajese a Armada a mi despacho. "¿Y si se niega?". "Venga, Mariano", le dije, "que tú eres un tipo bregado y sabes cómo se hacen estas cosas". Armada llegó a mi despacho con su ayudante Bonet armado y muy pegadito a él. A Bonet le dije que saliera de mi despacho y me quedé con Mariano Nicolás y con el subsecretario de Interior, Luis Sánchez Harguindey, como testigos. A esa hora, ya se había difundido el mensaje del Rey, o sea, que era más tarde de la 1.13 del 24 de febrero. Armada me indicó que el Rey se había equivocado, que su mensaje iba a dividir al Ejército y que, en todo caso, ese era un asunto de militares que debía resolverse entre militares. "¿Pero el Rey no es el jefe de las Fuerzas Armadas con arreglo a la Constitución? Lo que tenéis que hacer Milans, Tejero y tú es cumplir las órdenes del Rey", le subrayé. De manea sibilina, vino a decirme que lo mejor era que nos sumáramos al golpe. Al final, al ver que no nos convencía se nos derrumbó allí mismo. Mientras se tomaba un café llamé a Sabino. "Tengo a Armada en mi despacho". Le pasé el teléfono, pero la conversación entre ellos no llegó ni a 30 segundos. Con la excusa de que necesitaría protección y como temía que siguiera enredando -nos había llegado información de que aprovechando las ausencias del jefe del Estado Mayor del Ejército (JEME), José Gabeiras, había estado intrigando por teléfono en las capitanías generales-, le puse una escolta para asegurarme de que iría derecho a su despacho en el Estado Mayor. La cúpula militar, los jefes de los tres ejércitos, manifestaron su lealtad al Rey desde el primer momento y estoy seguro de que actuaron con la mejor voluntad al redactar el comunicado en el que informaban de que asumían todos los poderes para asegurar la legalidad. Antes de difundirlo, lo pusieron en conocimiento del Rey que no autorizó su difusión porque consideró que podía ser mal interpretado.
P. ¿Qué hay de cierto en la versión de que el Rey se echó a llorar en la Junta de Defensa Nacional del día 24 al escuchar la cinta de las conversaciones telefónicas grabadas al general Armada?
R. Yo no pertenecía a la junta, pero me incorporé a ella por orden del presidente Suárez. Por indicación de él y aceptación del Rey puse para la escucha colectiva la cinta en la que Tejero, desde el Congreso, habla con García Carrés. Teníamos intervenido el teléfono de este último porque era un conspirador declarado que frecuentaba todos los círculos golpistas. En la cinta, Tejero le dice a García Carrés que Armada "ha venido al Congreso porque lo que quiere es la poltrona y le da igual una junta militar que un Gobierno con comunistas. Le he echado de aquí". Al escuchar la cinta, al Rey se le humedecieron los ojos, inclinó la cabeza, se tapó la cara con una mano y al retirarla vi cómo le caían dos lágrimas por las mejillas. Sacó un pañuelo y se secó los ojos. Luego me dijo: "Paco, no sé cómo agradecerte lo que has hecho por la Monarquía y por mí". El cese de Milans se aprobó en la Junta de Defensa, pero no es cierto que en esa reunión Suárez diera instrucciones a Gabeiras para que detuviera a Armada y que Gabeiras se mostrara allí renuente. El arresto de Armada se concretó el día 25, en otro escenario.
A la salida de la junta, el ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, me convocó para el día siguiente en su despacho a las 11 de la mañana. "Vamos a detener a Armada y quiero que estés presente en la reunión que voy a tener con Gabeiras y Quintana, pero no intervengas si no te lo digo", me indicó. Llegué con algo de antelación y me encontré en la antesala del despacho con Guillermo Quintana Lacaci, el capitán general de la I Región Militar con sede en Madrid, que había frenado la salida de la Acorazada Brunete y desbaratado el golpe en su región militar. "¿Has visto qué panda de locos y de payasos tenemos?", me comentó, aludiendo a los golpistas. Llegó Gabeiras y empezó la reunión. El ministro le preguntó cómo llevaba el asunto de la detención del general Armada. "Es que no sé hasta qué punto, él...", acertó a decir. "Es un traidor y está en esto hasta las cachas. Hay que arrestarle", le interrumpió Quintana en un tono muy excitado. Entonces, Gabeiras extrajo de una carpetita marrón una orden de arresto contra Armada, pero sin firma y se la pasó al ministro. Este la leyó y le dijo: "No, esa orden no la firmas aquí, la firmas en tu despacho y me la traes", le indicó Sahagún. A los pocos minutos, Gabeiras volvió con la orden ya firmada.
P. ¿Qué decían las otras cintas grabadas aquella noche?
R. Las únicas grabaciones existentes fueron las obtenidas en las intervenciones de los teléfonos de las casas de García Carrés y de Tejero. No hay más cintas que esas. Teníamos el teléfono de Carrés intervenido porque era el más sospechoso de los ultras, se movía por los círculos golpistas y hablaba a menudo con el director del diario El Alcázar, Antonio Izquierdo, que hizo un gran daño a la democracia. En cuanto me pasaron las cintas ordené detener a García Carrés. La mujer de Tejero se pasó toda la noche al teléfono. Teníamos diez horas de grabaciones de ella con gente muy diversa, incluidos los periodistas Emilio Romero y Luis María Anson. No se podía controlar telefónicamente a los militares a través de los servicios de información del Ministerio del Interior y, a veces, el aviso de la autorización de nuestras solicitudes de intervención telefónica les llegaba antes a los ultras sospechosos que a nosotros.
P. Alfonso Guerra aludió a la existencia de 125 horas de conversaciones interceptadas de los teléfonos del Congreso.
R. Es un cuento. Repito: no hay más grabaciones que las de la mujer de Tejero y las de García Carrés, que se quedaron en la Comisaría General de Información de Manuel Ballesteros. Yo no podía grabar las conversaciones de las capitanías generales o de La Zarzuela: no se me habría ocurrido, habría sido ilegal y, además, ¡buena estaba la noche para cometer errores! Forma parte de todos esos bulos que llevan 30 años dando vueltas: que si el maletín con el que huyó el capitán Gil Sánchez Valiente contenía decretos del futuro Gobierno, que si esos decretos fueron guardados en la caja fuerte del Congreso, que si la Reina había dicho en una ocasión que era partidaria de una junta militar. Todo son fabulaciones y mentiras sin dueño conocido, pero lo increíble es que todavía sigan circulando.
Creo que la anécdota más exitosa del género novelado del 23-F es la que sitúa a Adolfo Suárez en La Zarzuela entre tres capitanes generales. El Rey se ausenta a atender una llamada telefónica y los capitanes militares le instan a dimitir. Cuando el presidente les pregunta que con qué autoridad plantean esa exigencia, uno de los capitanes generales extrae una pistola nacarada -lo de nacarada parece que acentúa la credibilidad del relato-, la coloca encima de la mesa y dice: "Por esto".
Cualquiera que conociera algo a Adolfo sabe que es imposible que hubiera asistido a esa escena y no hubiera ordenado la detención inmediata de ese militar. ¡Pero si cuando viajaba a Valencia le exigía a Milans que acudiera a recibirle y a despedirle al aeropuerto! Jamás comentó algo parecido a eso. Hace unos días, comentaba eso mismo con su cuñado. En estas historietas inventadas, nunca hay un testigo, una fuente, una prueba, pero a fuerza de ser repetidas pasan a convertirse en la verdad de mucha gente.
P. No se expurgó la trama civil, ni se aclaró mucho el papel del Cesid.
R. Existió una trama civil: falangistas, excombatientes nostálgicos y algunos empresarios, pero no había muchas pruebas y tampoco creo que tuvieran un papel importante en el golpe. De lo que no tengo pruebas es de la posible intervención del Cesid en el golpe. Alguno de sus miembros fue condenado. Tenían una gran división interna y el jefe del servicio no controlaba nada. Luego, tras la sentencia, se produjo un ajuste de cuentas: voladuras de locales del servicio secreto, el incendio de la vivienda del padre del comandante José Luis Cortina que falleció a consecuencia del fuego.
P. ¿Cuál es la tesis de Francisco Laína?
R. Mi impresión es que Armada les engañó a todos, convenció e implicó a Milans y utilizó al Rey.
El presidente del Gobierno provisional en el 23-F llega al final de su relato con el cenicero repleto y el brillo en la mirada, como si el retrospectivo paseo por aquellas horas convulsas, tan trascendentales para la sociedad española, hubiera desatado en su interior un apretado nudo de fuertes sensaciones, sentimientos y afectos. Tres décadas después, Francisco Laína aguarda con ilusión el reencuentro que los integrantes de la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios han dispuesto para este 23-F en el Museo Adolfo Suárez y de la Transición en Cebreros (Ávila), la cuna del presidente Adolfo Suárez. Dice que guardará siempre en su memoria el cerrado aplauso que le dispensaron sus compañeros de la comisión gubernativa cuando, tras la firma del llamado Pacto del Capó, los diputados y el Gobierno salieron del Congreso y volvieron a respirar, libres de la amenaza de las armas. Cómo olvidarlo, si aquel fue el único momento en el que el presidente en funciones del 23-F, un hombre de carácter, cedió ante las emociones y rompió a llorar.
ENTREVISTA: SABINO FERNÁNDEZ CAMPO Ex jefe de la Casa Real
"El error de Suárez fue la forma de legalizar el PCE"
MANUEL CAMPO VIDAL
El País, 08/11/2009
Pocos meses antes de morir el pasado día 25, concedió una entrevista para un documental sobre Adolfo Suárez en la que repasó algunos aspectos sobre el papel del Rey en el 23-F.
A su muerte no dejó memorias, aunque sí un gran recuerdo y algunos testimonios muy valiosos. Su viuda todavía está leyendo telegramas y cartas de condolencia. "Ayer abrí el de Zapatero, precioso texto...", explicaba el pasado jueves. Sabino Fernández Campo (1918 - 2009) fue un hombre clave en el control del intento de golpe de estado del 23-F. En privado había dado detalles de aquel dramático día que se filtraron y desembocaron en papel escrito. Pero poco antes de morir lo hizo ante una cámara de televisión. Aceptó grabar una larga entrevista para un documental sobre la figura de Adolfo Suárez que aparecerá en pocas semanas. Ésta es la transcripción de una parte de la conversación mantenida con el periodista Manuel Campo Vidal. Fue como un pequeño testamento de gran valor a falta de memorias.
Pregunta. ¿Estaba Suárez informado antes de dimitir de que había movimientos militares? Recordemos que un mes después se produjo el 23-F, el intento de golpe de estado. ¿Intentó con su dimisión frenar ese golpe?
Respuesta. El caso es que meditando sobre lo que pasó, al repasar su discurso de dimisión, hay un párrafo muy significativo que dice que su presencia en el Gobierno no quiere que signifique una interrupción, un lapsus, en el desenvolvimiento democrático de España y que debe apartarse para impedirlo. Es decir, que ahí se puede interpretar que él sabía algo de eso. Verdaderamente el malestar era exagerado porque se consideraba que hubo un desprecio -debo de decirlo, yo era militar también- cuando se legalizó por sorpresa el Partido Comunista.
P. Él se había reunido con los militares en septiembre del año 76, ocho meses antes de la legalización del PCE para explicarles la reforma. ¿Cómo discurrió aquella reunión?
R. A Alfonso Osorio, que era ministro de la Presidencia, y a Andrés Reguera, que era el ministro mío, de Información y Turismo, yo les sugerí: "¿Qué tal si Adolfo reúne a los altos jefes militares y les explica su plan, para hacerles ver que es necesario cambiar, con toda prudencia? Y que les pida su ayuda para mantener la tranquilidad y el orden". Les pareció muy bien conociendo a Adolfo, que tenía una gran habilidad para hablar con la gente y convencerla de lo que fuera, porque era muy hábil en eso, muy simpático, muy agradable. Adolfo tuvo esa reunión con los tres ministros militares que había entonces y con los capitanes generales y almirantes de departamento marítimo. Acudieron con cierta reserva, con cierto recelo, "¿qué nos va a decir este muchacho, qué nos va a contar? Si él viene del Movimiento y ahora está destrozándolo todo". Había una prevención lógica en personas que llevaban tiempo viviendo un sistema y una situación. Pero salió todo estupendamente: les convenció, les pidió el favor de que le ayudaran, salieron diciendo que había que ayudarle... el entusiasmo fue enorme. Salieron dando vivas a Suárez y a su familia. Eso bien se supo.
P. Pero no contaban con la legalización del PCE más adelante...
R. Creo que el error estuvo, no en el reconocimiento del Partido Comunista, sino en la forma de hacerlo por sorpresa. En aquella reunión taxativamente dijo: "Se van a reconocer los partidos políticos pero de ninguna manera se va a reconocer al Partido Comunista". Entonces, salieron todos encantados porque la guerra había sido contra el comunismo y demás. Hubo unanimidad.
P. ¿Dónde estaba usted en aquel momento tan delicado, la Semana Santa de 1977, cuando se legalizó el PCE?
R. Yo estaba todavía en Información y Turismo. Me llama el ministro Reguera, que estaba fuera de Madrid, y me envía a una reunión con Rodolfo Martín Villa. Allí me dijo: "Desde la Dirección General de Prensa, preparar la forma de decir que mañana sale el reconocimiento del Partido Comunista". Para mí fue una sorpresa y dije: "¿Pero se ha dicho a los militares que no se cumple aquella promesa?". Él se quedó un poco parado. Me dijo que esperara; se marchó a hablar con alguien y al volver afirmó: "Está todo arreglado, no te preocupes". Pero no estaba arreglado. No sé qué pasó, el caso es que alguien aconsejó que, o se hacía de esa manera, por sorpresa, o podía haber dificultades.
P. Pero esas dificultades se hubieran producido...
R. No las hubiera habido. Eso respondo, porque yo hablé con muchos de ellos o con casi todos porque los conocía por haber estado en el ministerio muchos años. La desilusión fue enorme. Más que ofensa, lo consideraron desprecio. Es decir, reunir a todas las cabezas más importantes de las fuerzas de Tierra, Mar y Aire, hacerles una promesa seria y luego que se enteren por la prensa de que no se ha cumplido, lo consideraron un desprecio, una tomadura de pelo por lo menos. Y de ahí vinieron muchas cosas, no sé hasta dónde, pero yo creo que muchas.
P. Pero, ¿realmente ellos hubieran aceptado en otras circunstancias la legalización del Partido Comunista?
R. Si los vuelve a llamar, conociendo a Adolfo, a pesar de haber hecho esa promesa, y les dice: "Tengo que hacer una rectificación. Lo he meditado mucho y lo de reconocer al Partido Comunista va a ser indispensable para que la democracia sea plena y para conocer las posibilidades electorales de ese partido. Mantener ese grupo en la clandestinidad sería mucho peor. Mejor tenerlos controlados, con unos estatutos...". Los convence. Estoy completamente seguro. Fue una pena. Le aconsejaron, no sé exactamente quién, que, o se hace por sorpresa o no se hace, porque se van a oponer. Pero la sorpresa se consideró eso, un desprecio. Ahí comienza un malestar que se fue arrastrando. Los que estaban conformes con esa transformación empezaron a no estarlo tanto y creo que se fue transmitiendo ese malestar que pudo dar lugar, entre otros motivos, a un acontecimiento tan extraño y tan penoso como el golpe del 23 de febrero. Creo que no se hubiera llegado al 23-F sin ese malestar militar al que se unían muchas otras cosas.
P. ¿Qué otras cosas? El terrorismo...
R. Sí y la sorpresa de un cambio radical para unos señores que estaban acostumbrados a un sistema y de repente se abren las puertas a una democracia que se había considerado siempre peligrosa. Pero los hubiera convencido, porque Adolfo tenía unas condiciones para eso extraordinarias. Para eso y para muchas otras cosas. Yo lo admiro mucho y siento muchísimo la situación en la que ahora está porque es verdaderamente penosa. Pregunto al hijo, pero... Incluso un día habíamos preparado que yo fuera a almorzar con Adolfo y luego me dijo que no, porque no iba a saber quién era yo, y que lo íbamos a pasar mal todos. Le tengo un cariño enorme, admiración y agradecimiento. Pero creo que ahí estuvo mal aconsejado. Mal aconsejado porque cuando yo me entrevisté con Rodolfo Martín Villa, él fue a hablar con alguien que le dijo que estaba todo solucionado. Y se equivocó.
P. ¿Y no sabe con quién habló Martin Villa?
R. No. Yo me imagino que con un militar porque, claro, en aquel tema la opinión de un militar era muy importante. No lo sé y no se pueden hacer especulaciones porque a mí no me lo dijo Rodolfo Martín Villa.
P. ¡Qué suerte que estaba usted en la Zarzuela la noche la tarde del 23-F!
R. No, suerte no. Se hizo... vamos, el Rey es el que lo hizo todo. El Rey fue el que llamó a todos los capitanes generales. Algunos acataron inmediatamente las órdenes. El capitán general de Valencia, Milans del Bosch, también retiró los carros que había sacado a la calle. En fin, el Rey lo hizo todo, pero hubo que hacerlo.
P. De aquella noche del 23-F viene aquella frase que se le atribuye a usted desde Zarzuela: "El general Armada ni está, ni se le espera". ¿Fue exactamente así?
R. No es que yo buscara una frase histórica para grabarla en letras de bronce. Era la verdad. A mí, la conversación con el general Juste, de la Acorazada Brunete, me había hecho pensar que la presencia de Armada en Zarzuela era una cosa convenida entre ellos. Es decir, cuando eso se produzca, cuando Armada esté ahí, es que las cosas están en forma. Por eso la insistencia de Armada en ir a Zarzuela, pero yo ya empecé a aconsejar al Rey para hacer lo imposible para que Armada no subiera a Zarzuela. Porque no hay que olvidar que la organización de los golpistas fue bastante mala, por cierto, porque hasta las cosas malas hay que hacerlas bien.
P. ¿Qué otras cosas hicieron mal?
R. Pues el mismo Tejero entró diciendo en el Congreso "en nombre del Rey". Llamé a Tejero y le dije: "¿Qué haces ahí?". "Yo no recibo órdenes más que del capitán general de Valencia". Digo: "Sí, pero has entrado diciendo 'en nombre del Rey'. No vuelvas a utilizar ese nombre porque no estás autorizado". Se quedó un poco sorprendido. Luego yo creo que sí había un afán de implicar, de hacer creer que se hacía con consentimiento, o por lo menos con conocimiento, del Rey.
P. Dice Javier Cercas en el libro Anatomía de un instante que el Elefante Blanco era el general Armada.
R. Pues es probable. Ahí claro, sería muy largo detenerse en todo esto, pero había un plan primitivo que no tenía nada que ver con lo que sucedió. El general Armada, que seguía teniendo mucha relación con Zarzuela y con el Rey, un día mandó -me lo mandó a mí para que se lo hiciera llegar al Rey- un plan que decía que estaba hecho por un constitucionalista importante español, donde se hablaba de que, dada la situación difícil en que se encontraba Adolfo y el Gobierno, lo que convendría era hacer un gobierno de concentración. Daba incluso las normas. Sería un gobierno con personas de todos los partidos, de todos, porque el propio Felipe iba a ser vicepresidente, pero luego el presidente era una persona neutral, no política. Podía ser, decía, un general, un catedrático, un historiador. Realmente estaba previsto para el propio Armada.
P. Y ese proyecto, ¿tenía alguna viabilidad?
R. Eso no tenía forma porque, ¿qué es lo que se pretendía? ¿Que el Rey se presentara en el Congreso a decir que no cambiara el Gobierno? Eso era imposible. El hacerlo por las buenas... yo no encuentro forma de hacerlo. Y, además, lo que se jugaba el Rey... porque si el Rey hace una propuesta de ese tipo y no le hacen caso, pues queda completamente sin autoridad. No, eso no se hizo pero se mezcló con el asalto al Congreso por parte de Tejero. Y lo que iba a ser una propuesta pacífica, que no podía hacer más que el Rey y que por lo tanto era muy arriesgada, se convirtió en un golpe que ya derivó en la necesidad de salvar a los diputados que estaban en el Congreso. Y le puedo asegurar, firmemente, que se dio el discurso en cuanto se pudo, no esperando a nada. Quiero decir que desde el primer momento ya estaba decidida la postura del Rey, como es lógico.
P. Sabe bien que aquel retraso del discurso de don Juan Carlos dio pie a algunos a pensar que el Rey, antes de hablar, quería ver como acababa todo aquello...
R. Yo puedo asegurar rotundamente que desde el primer momento se había hecho ya el discurso, porque yo lo hice con el Rey. Cuando llamé para que mandaran una cámara -ahora hay cámaras, pero entonces tenía que venir de televisión- hablé con Fernando Castedo, el director general [de RTVE], y noté que no se expresaba bien. Yo le dije: "Mira, el Rey quiere lanzar un mensaje y ya lo tenemos hecho y tienes que mandar una cámara". "Sí, claro, pero es que...". En fin, empezó a demostrar que había dificultades. Ya deduje: "Pero, ¿es que tienes a alguien ahí?" Y dijo: "Sí". Claro, había una compañía, un regimiento de Transmisiones que había ocupado Prado del Rey. En vista de eso, el jefe de la Casa, don Nicolás Cotoner, el Marqués de Mondéjar, que era amigo del coronel al que pertenecía esa unidad, le llamó y le dijo: "Retira eso". Eso llevó tiempo. Después salió la cámara y tardó en llegar. Luego el Rey se fue a vestir de capitán general porque con todo ese apuro estaba con chándal. Hubo que devolver la cinta con todas las dificultades, que no sabíamos si la Zarzuela estaba rodeada. Es decir: no hay ningún interés y ninguna intención deliberada en que no se diera hasta la hora que se dio. Fue en cuanto se pudo dar. Luego se ha dicho que es que el Rey no daba el mensaje esperando cómo discurrían los acontecimientos en el Congreso con Armada... no. La verdad es que materialmente no se pudo hacer antes. El Rey reaccionó de una manera muy clara y muy rotunda y habló con todos los capitanes generales, aparte de dar el discurso en cuanto pudo.
P. General: muchas personas se sorprenden de que militares como usted o Manuel Gutiérrez Mellado, o antes Díez-Alegría, que venían de la dictadura, tuvieran tan claro que había que llegar a la democracia. ¿Quién les elegía a ustedes para puestos clave?
R. Eso no lo sé pero bueno, yo creo que, en definitiva, el Rey. Si yo fui a la Casa Real fue por el Rey. Pero antes de eso, pues no lo sé. De todas maneras, el general Díez-Alegría... le admiro mucho. Le admiré y creo que hizo una gran labor. No todo el mundo lo creía.
P. ¿Quién fue el mentor de Sabino Fernández Campo?
R. Pues la verdad es que nadie. La situación. En fin, no sé. El ambiente, el instinto que aquello no podía seguir, que había que cambiar, que había que ir con prudencia a una transformación política.
P. Antonio Garrigues Walker nos dice en este documental sobre Adolfo Suárez: "España es que no sabe dar bien las gracias. Las da tarde y mal".
R. Es posible, porque el agradecimiento a Suárez tenía que ser enorme. Enorme. Para mí hubo ese fallo, pero claro, ahora es muy fácil analizar lo que son los fallos. Pero entonces estábamos metidos en plena vorágine y no era fácil discriminar lo que iba a tener malas consecuencias o las tendría buenas. En general, Suárez lo hizo todo magníficamente y con una gran habilidad y tenía una gran simpatía y un gran afán de servir a España. Así que yo le admiro mucho y siento horrores la situación en que se encuentra. El hombre ha tenido tan mala suerte familiar y después, esta enfermedad que es tan penosa... Yo lo siento tanto... porque quiero mucho a Adolfo, le admiro muchísimo, tuve con él mucha relación. Fundamentalmente esa confianza que tuvo en exponerme a mí antes que iba a dimitir y las razones por las que dimitía.
¿Qué ha sido de los autores del golpe del 23-F?
Un civil y 32 militares fueron procesados por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Solo tres fueron absueltos. Uno de los implicados, el capitán de la Guardia Civil Gil Sánchez Valiente, huyó de España dos días después de la intentona.
Una quincena de oficiales del Ejército y de la Guardia Civil recibieron condenas de uno a tres años de cárcel, con lo que pudieron reincorporarse a sus puestos sin mayores problemas.
De los protagonistas de la intentona, han fallecido ya el exgeneral Alfonso Armada. el general Jaime Milans del Bosch, Luis Torres Rojas, José Ignacio San Martín, Diego Ibáñez Inglés y Pedro Mas Oliver. También han muerto otros dos personajes menos relevantes de los que se habló mucho: el capitán de navío Camilo Menéndez Vives y el civil Juan García Carrés.
El exgeneral Alfonso Armada fue condenado en 1983 a 30 años de cárcel e indultado en 1988. Falleció en diciembre de 2013 a los 93 años.
El exteniente coronel Antonio Tejero Molina fue condenado a condenado a 30 años de cárcel y en septiembre de 1993 recibió el tercer grado, saliendo en libertad condicional el 3 de diciembre de 1996, siendo el último de los procesados del 23-F en salir de prisión. En prisión desarrolló afición por la pintura, escribió sus memorias, aprendió idiomas y cursó la carrera de Geografía e Historia.
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