41-Panorámica de la arquitectura medieval (comp.) Justo Fernández López Historia del arte en España |
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Panorámica de la arquitectura medieval
Cuando después de la batalla de Vogladum (507) los visigodos deciden establecerse en España, comienza a configurarse en la península un primer estado nacional bajo la corona de los reyes godos de Toledo. Se trataba de un reino cuya población estaba claramente dividida: la aristocracia gobernante, alrededor de los doscientos mil godos invasores, y los casi seis millones de invadidos, los hispanorromanos. La convivencia entre unos y otros fue relativamente fácil, e incluso mejora cuando Recaredo abraza el catolicismo, y decide que su decisión se convierta en razón de Estado después del III concilio de Toledo (587).
Los edificios que conservamos esta época, San Juan de Baños, San Pedro de la Nave, Santa Comba de Bande, etc., constituyen la mejor prueba de la persistencia de la arquitectura de la tardía antigüedad. Son construcciones de culto religioso que presentan, desde un punto de vista funcional, evidentes contactos con las formas de monumentos africanos y bizantinos, justificados por la dependencia que la primitiva iglesia hispánica tenía de la autoridad de los padres griegos y africanos. Los ámbitos eclesiales responden a un complejo planteamiento espacial, cuya materialización en gruesos muros de pequeñas aberturas de arcos de herradura le confieren unos interiores oscuros que favorecen el desarrollo de una liturgia del arcano, tan solo plenamente comprendida por los iniciados.
Una nueva invasión vendría a interrumpir la normal configuración de Hispania bajo la égida de los reyes toledanos, el Islam. Después de la batalla de la Janda (711), el panorama político cambia, pero al principio no será tan radicalmente como se ha dicho, tan solo se trata de la sustitución de la minoría gobernante: la aristocracia goda cede sus puestos a los nuevos jerarcas islamizados; pero la mayoría de la población siguen siendo los súbditos hispanorromanos. Estos terminarán abrazando masivamente la religión de los invasores. Un grupo de nobles visigodos y de gentes de iglesia que celosamente defendía su fe frente a la del nuevo poder islámico se dispuso a resistir, para ello se refugiaron en las montañas de Asturias (Covadonga), donde habitaban unas gentes que, gracias a las dificultades orográficas de sus tierras, habían permanecido en casi una absoluta independencia frente a la conquista romana primero y al gobierno germánico después.
La Edad Media española se diferencia de la gran parte de los países europeos por un fenómeno histórico único: la Reconquista. Esta representa no solo en enfrentamiento de los hispanocristianos contra los invasores musulmanes, como se repite en muchas publicaciones, sino que debemos considerar que estos musulmanes eran en su mayoría de origen tan hispano como los cristianos del norte de la Península. Dado que la historia que se ha escrito de la Edad Media española ha sido redactada por los vencedores, se introdujeron en ella una serie de tópicos que han condicionado una más exacta comprensión de las manifestaciones humanas del momento. Según este criterio, el invasor musulmán puso fin al pasado con la creación de un caos absoluto, surgiendo a partir de él una ordenación política nueva que se plasmaba en la aparición de artes nuevos como el hispanoárabe, el asturiano, el condal y el mozárabe. El arte asturiano constituiría una aproximación a las realidades plásticas del mundo carolingio, europeo y cristiano, frente al arte hispano andaluz que sería oriental, árabe e infiel. En medio de estas dos concepciones antagónicas, no solo del arte sino de la sociedad hispana, se manifiesta lo mozárabe que venía a representar la concreción de las formas tradicionalmente hispánicas, de las que esta minoría étnica se convertía en su, prácticamente, único conservador; siendo su nombre el que iba a calificar todas las creaciones humanas de tradición preislámica, desde la liturgia al arte.
Un mejor conocimiento de la realidad histórica de los primeros siglos de la Reconquista, justamente hasta el final del primer milenio, nos ha permitido replantearnos la interpretación de los fenómenos artísticos de la España medieval tanto en la órbita cristiana como en la musulmana. Como en muchos aspectos del orden social, la invasión islámica no supuso al principio ninguna ruptura con las tradiciones locales de carácter artístico o meramente artesanal. Al igual que los restantes pueblos dominados por el Islam, los hispanos siguieron creando su arte y construyendo sus edificios para los nuevos señores del país. La realidad arquitectónica de esta época se fundamenta en la tradición hispano-visigoda, permaneciendo fiel a este particularismo hispánico hasta que en el siglo XI los nuevos planteamientos de un estilo internacional, el románico, acabe con el aislamiento del país.
En Asturias el núcleo de resistencia había ido configurando un pequeño estado que, bajo el asesoramiento de una élite eclesiástica, terminó constituyéndose en un reino. Alfonso II (791-842) se ocupó especialmente de organizar el aparato administrativo de una nación y, sobre todo, de poder justificar los derechos que su linaje tenía para poder reclamar el dominio de toda España; ellos, los reyes asturianos, se consideraban reyes godos y, por lo tanto, herederos directos de la monarquía toledana. Las viejas crónicas nos cuentan cómo este monarca se rodeó de una corte cuyo protocolo era un fiel trasunto de las fórmulas palatinas de los reyes visigodos. Toda esta puesta en escena cortesana necesitaba ser recreada en una escenografía conveniente, para ello Alfonso construyó en Oviedo toda una arquitectura que reproducía en palacios e iglesias todo tal cual había existido en la corte visigoda de Toledo. En el Oviedo actual aún se conservan edificios como San Tirso, la Cámara Santa o Santullano que, sin ninguna duda, no solo son testimonio de la arquitectura alfonsí, sino que constituyen el mejor exponente de la arquitectura áulica (cortesana, palaciega) de Toledo visigodo, hoy totalmente desaparecida.
Bajo el reinado de Ramiro I (842-850) la arquitectura asturiana alcanza un gran dominio sobre la técnica del abovedamiento. Los edificios ramirenses pueden considerarse, desde el punto de vista de sus bóvedas sobre fajones, los muros armados que las soportan y la escultura que se proyecta como complemento de la arquitectura, obras auténticamente románicas, prácticamente dos siglos antes que este estilo se desarrollase por Europa. De la calidad constructiva de estos monumentos eran conscientes las gentes de la época, así un erudito historiados del siglo IX, al referirse al aula regia de Santa María del Naranco (Oviedo), dejaba constancia de su admiración afirmando que no se encontrará ningún edificio similar en toda España (“cui si quis aliquis aedificium consimilare voluerit, in Spania non inveniet”).
Finalizando la novena centuria se inicia en España un fenómeno histórico que tiene una gran trascendencia, la repoblación. Esta supuso la expansión demográfica de los reinos cristianos y la ocupación de unas tierras en las que la pervivencia de la arquitectura del pasado godo era considerable; su estado de conservación era tan bueno que los viejos edificios fueron perfectamente aprovechados por los repobladores. Un grupo de iglesias del valle del Duero forman el más completo y mejor conservado conjunto arquitectónico de la Europa del siglo X; en él ocupan lugar de honor los templos de San Miguel de Escalada, San Cebrián de Mazote, Santiago de Peñalba, etc. Son monumentos erigidos por monjes que practicaban las viejas reglas monásticas visigodas, que, movidos por la veneración que sienten por los padres de la primitiva iglesia hispana, recorren sus antiguas fundaciones, ahora en ruinas, restaurándolas, y en su afán de imitar a sus santos realizan a su vez nuevas fundaciones que se parezcan a las antiguas. Entre los monjes repobladores merece especial mención San Genadio, fundador de un considerable número de monasterios que han sido denominados la Tebaida leonesa.
Durante este tiempo en la España islámica se produjo una gran transformación: Córdoba había pasado de ser la ciudad donde residía un gobernador que dependía de Damasco, a convertirse en la capital de un califato, cuyo esplendor político y cultural iba a ser el foco de atracción de los cristianos europeos y los musulmanes africanos. La tradición visigoda, que había definido la arquitectura de la mezquita de Córdoba en las etapas constructivas del período del emirato, fue el sustrato básico sobre el que, con aportes africanos, orientales, tanto bizantinos como abasidas, los arquitectos andaluces siguieron ampliando la mezquita con una caracterización que todavía se puede considerar esencialmente hispánica.
Superado el milenio, Europa, a partir de la herencia carolingia, empieza a difundir un tipo de edificio totalmente abovedado, con unas determinadas formas especiales condicionadas por las prácticas litúrgicas de Roma y los usos monásticos cluniacenses. La España cristiana conoció su terror milenarista particular, las “razzias” de Al-Masur: Santiago, León, Barcelona entre otras muchas poblaciones padecieron los horrores ocasionados por las tropas del caudillo cordobés. A su muerte (1002) los cristianos conocerán un período de esplendor sin precedentes, que les permitirá una gran actividad constructora. La arquitectura de estos momentos, aunque toda ella de una gran calidad, pues en toda la Península existen canteros capaces de abovedad la totalidad de un edificio siguiendo prácticas artesanales antiguas, no se homogénea.
Mientras que Cataluña contribuye con Francia e Italia a la creación de una arquitectura sin fronteras, la del primer románico, el resto de los reinos peninsulares siguen apegados a las tradiciones locales. Los condados catalanes mantenían estrechas relaciones con Italia y sus vecinos franceses, lo que facilitó la temprana influencia de los movimientos reformadores originados en el monasterio de Cluny, que en Borgoña seguía las reglas de San Benito, y con ellos el lento pro inexorable abandono de los usos litúrgicos hispánicos y la adopción de los romanos. Esto se manifiesta en una arquitectura que participa de formas ornamentales y técnicas italianas, y de ambientes espaciales de la inercia carolingia a través de lo borgoñón. Son edificios que se levantan fundamentalmente durante la época del abad-obispo Oliva (970-1046) como Santa María de Ripoll, San Miguel de Cuixa, San Vicente de Cardona, San Pedro de Roda, etc. A pesar del origen foráneo de sus formas, el hecho que alguno de ellos sea el mejor exponente conservado del primer románico se deba a la maestría constructora de los operarios locales, capaces de realizar cubiertas pétreas con anterioridad a que se difundan en el románico.
Los reinos navarro y castellano-leonés siguieron apegados a sus costumbres edificatorias. Se trataba de una buena arquitectura, que anunciaba lo románico en el siglo IX, incluso ahora en las proximidades del milenio sus arquitectos se preocupaban por los soportes, introduciendo ensayos importantes sobre la estructuración del pilar cruciforme, por lo menos en lo conocido hasta ahora, mucho antes que los europeos se ocupasen de este tema que terminaría convirtiéndose en uno de los protagonistas fundamentales del edificio medieval. Desde el punto de vista espacial tampoco había necesidad de cambios, pues ellos seguían inmersos en sus viejos usos nacionales, pese a que el deseo de alguno de sus monarcas era el de aproximarse a la realidad europea.
España abandonará su particularismo cultural durante el último tercio del siglo XI, contribuyendo con Francia a la creación de lo que los historiadores llaman el románico pleno. Se trata del primer estilo, después de la desaparecida unidad romana, que hará de la creación artística un lenguaje universal que permitirá una absoluta identificación de formas entre los edificios de la Europa cristiana del momento, aunque haya entre ellos miles de kilómetros de distancia. Si la aproximación a Europa había comenzado con la Cataluña condal, ahora serán los otros estados peninsulares los protagonistas del nuevo devenir artístico. En los centros neurálgicos del poder de estos reinos se levantan las catedrales, monasterios y palacios que contribuirán a formar la geografía del románico español: Jaca.
Frómista, León, Santiago de Compostela… El templo se caracterizará ahora no solo por el total abovedamiento de sus espacios sino también por la riqueza ornamental de sus cornisas y la variedad de los capiteles, así como, y esto es uno de sus rasgos con más trascendencia, la portada historiada. La puerta por la que los fieles penetran en el templo recibe un especial tratamiento en el tímpano y en los capiteles, aprovechándose de estas portadas para transmitir allí mensajes teológicos que ayuden a hacer comprender el orden del mundo. Entre las primeras manifestaciones de estas portadas ocupan un lugar destacado en la géneris de su tipología las de la catedral de Santiago de Compostela, las de San Isidoro de León o la de la catedral de Jaca. El maestro Mateo nos ha dejado en el Pórtico de la Gloria el típico ejemplar de portada del románico tardío, en la que podemos apreciar la huella de la iconografía gótica.
El claustro monasterial forma el núcleo vertebrador de las dependencias monásticas, disponiéndose en ellos toda una teoría de imágenes que sirvan a los monjes de meditación. Varias generaciones de escultores realizan los grandes relieves de Silos, donde la prolongada duración de los trabajos nos permite apreciar su evolución estilística, partiendo de los convencionalismos característicos de la génesis del estilo hasta el naturalismo idealizado de las obras propias del arte 1200. El claustro de San Juan de Duero, aunque tardío, presenta un gran interés debido al exotismo de su estilo plenamente impregnado de islamismos.
Durante el último tercio del siglo XII y los primeros decenios del XIII, el panorama arquitectónico está ocupado por un arte románico todavía dotado de una gran fuerza creadora, en el que, aparte del aspecto inercial de un estilo con más de un siglo de actividad y el manierismo preciosista de su escultura ornamental, se van ir reproduciendo aisladamente formas góticas procedentes de Francia. No podemos hablar propiamente de una arquitectura gótica todavía porque se trata de una yuxtaposición de elementos aislados en un conjunto que, en su mayor parte, responde a planteamientos tardorrománicos. El célebre Pórtico de la Gloria es una de las más hermosas creaciones del arte de esta época.
Será a lo largo del siglo XIII cuando el edificio plenamente gótico alcance su total desarrollo en España. Son construcciones típicamente francesas, en las que apenas podemos percibir algún casticismo hispano. Sus autores, francos de origen, han llegado a España convocados por miembros de las casas reinantes, entre los que existen numerosos personajes de origen galo o inglés. También fueron decisivas las actuaciones de los obispos, quienes viajeros por el extranjero, se traen consigo arquitectos que puedan construirles templos catedralicios semejantes a los que ven levantarse en tierras de Francia. En este período, considerado por los especialistas como el clasicismo gótico, se inician las obras de las más célebres catedrales góticas españolas: Burgos, Toledo, León, etc. La visión de la centuria no sería completa si olvidásemos el protagonismo de los monjes rigoristas, especialmente los cistercienses, que van a edificar hermosas iglesias de factura conservadora con apreciables elementos protogóticos. Pero será en las dependencias claustrales de sus monasterios donde encontraremos las más acabadas realizaciones del nuevo estilo; algunas de ellas de tan refinada fabricación como el conocido refectorio de Huerta, considerado por los especialistas como una de las mejores obras del gótico francés.
Gótico del siglo XIV. Los teóricos han denominado manierista al gótico del siglo XIV. Con esta expresión se pretende una calificación marcadamente peyorativa; quiere confirmarse en lo artístico la crisis social, humana y económica que caracterizan el siglo. En una Europa, en la que la autoridad regia se pone en entredicho por problemas dinásticos, hacen estragos la peste negra y el hambre producida por las malas cosechas; todas estas desgracias se agudizan por la presión, cada vez más acusada, de los pueblos orientales tártaros y turcos. El reino castellano tampoco escapa del hambre, la peste o el peligro de pueblos invasores –benimerines–, ni siquiera se libra de la crisis de la monarquía –las minorías regias y sus consiguientes discordias civiles–. Pero, en este mar de desolación existen islas donde la prosperidad permite no solo conservadurismos culturales, sino auténticos florecimientos artísticos: la Alemania renana, Bohemia y Lombardía.
La isla es Cataluña y su expansión mediterránea. El gótico levantino se caracteriza por la tendencia hacia los espacios amplios y unitarios; incluso en los edificios de tres naves se produce una acusada desmaterialización de los soportes para aumentar la sensación de ámbito único. Las reducciones del volumen de los pilares se hacen aún más patentes al elevarse estos en un esbelto subrayado de verticalidad. Los interiores de Santa María del Mar (Barcelona) o de la catedral de Palma de Mallorca son un magnífico ejemplo de esta arquitectura gótica mediterránea. De este período empezamos a conservar una importante arquitectura civil en la que destacan palacios reales y episcopales, así como construcciones edilicias o meramente industriales como las sorprendentes Atarazanas de Barcelona que todavía hoy podemos contemplar.
Muy pronto se empiezan a manifestar las formas flamígeras en España. EN las grandes coronas de la época, la castellana y la aragonesa, la evolución estilística en ellas es muy diferente. En Cataluña se partirá de una importante producción flamígera durante le primera mitad de siglo, para concluir con unas creaciones ciertamente adocenadas. En Castilla el proceso es radicalmente distinto, se irá de la nada a la total asimilación del nuevo estilo y a la ejecución de formas que se convertirán en arquetípicas en las proximidades de 1500.
Según va concluyendo la centuria, los edificios se cubre de un ropaje que sintetiza el gótico florido y la ornamentación hispano-morisca con el tercer componente de formas protorrenacentistas. La personalidad de esta arquitectura es tal que los visitantes extranjeros en esta época no cesan de elogiar su “exótica” originalidad, al mismo tiempo que reiteran una y otra vez su admiración por el carácter suntuoso de la misma. Si en las primeras manifestaciones de esta arquitectura debemos considerar la denominación de hispano-flamenca, puesto que el origen de los maestros y el de las formas que emplean así lo confirman, el resultado final responde ya a una caracterización nítidamente hispánica; los arquitectos, son ya una segunda generación, hijos de los primeros, nacidos o educados en España, plenamente identificados con un léxico ornamental de tradición local, lleno de formas orientales sedimentadas en la práctica cristiana española por trasvase de la cultura hispanomorisca.
Precisamente en este tipo de ornamentación reside su característica más acusada, pues desde el punto de vista meramente arquitectónico no se ha progresado de manera significativa: las tradicionales estructuras tectónicas se camuflarán detrás de múltiples elementos ornamentales. Bertaux denominó este período como “estilo isabelino”; denominación a la que se opuso la historiografía española por considerar que, aunque el protagonismo histórico de Isabel la Católica es fundamental, no debe olvidarse que son los Reyes Católicos, desde su mítico emblema “tanto monta” hasta la existencia misma de los estados que unieron bajo su corona, los que hicieron posible la realidad de la España moderna. Precisamente alguno de estos edificios, monasterio de San Juan de los Reyes (Toledo) o los grandes hospitales de la época, costeados por la casa real, son los que mejor pueden simbolizar su reinado.
Si el comienzo del segundo milenio supuso una manifiesta expansión de los reinos cristianos, para los musulmanes la crisis política fue minando el poderoso califato hasta su total extinción hacia 1030. Entonces surgió un mosaico de minúsculos estados musulmanes, los taifas, gobernados por príncipes, cuyo poder frente a los cristianos era muy débil, pero que en sus dominios ostentaban un gobierno hegemónico que les permitía mantener cortes fastuosas a las que acudían todo tipo de artistas. Evidentemente en el orden político militar la crisis era absoluta, sin embargo, este mecenazgo principesco favoreció un importantísimo florecimiento artístico. Se considera que las realizaciones de la época califal en la mezquita de Córdoba representan el clasicismo del arte hispanoandaluz, mientras que la arquitectura de los taifas responderá a planteamientos manieristas. Entre los palacios de este momento, el mejor conservado y, posiblemente, el más importante fue el que se hizo construir Abu-al-Jafar, de la dinastía de los Beni-Hud, en su ciudad de Zaragoza, conocido como la Aljafería. De menor importancia decorativa, pero de una arquitectura muy experimentada y tradicional son las fortificaciones o los baños, en los que merece especial mención el del Bañuelo (Granada).
Varias invasiones de tribus africanas, de fe integrista y partidarios de la intangibilidad de la doctrina tradicional, acabaron con los débiles taifas: los almorávides y los almohades. Los almorávides eran una tribu guerrera del Atlas, que fundó un vasto imperio en el occidente de África y llegó a dominar toda la España árabe desde 1093 hasta 1148. Los almohades eran seguidores de Aben Tumart, jefe musulmán que en el siglo XII fanatizó a las tribus occidentales de África y dio ocasión a que se fundase un nuevo imperio con ruina del de los almorávides. Estos nuevos invasores, movidos por un fanático fervor religioso, reaccionan contra los refinamientos de un arte áulico (palaciego) propio de unos cortesanos decadentes. De nuevo el mayor empeño arquitectónico se sitúa en las mezquitas, totalmente blanqueadas y desprovistas en su interior de adornos, y en las construcciones militares. Durante el período almohade será Sevilla la capital artística, donde se construyó, a fines del siglo XII, una gran mezquita que luego sería derribada para construir la actual catedral gótica, conservándose del monumento almohade el magnífico alminar conocido por la Giralda. Sevillana también es la Torre del Oro, levantada a orillas del Guadalquivir, formaba parte del sistema defensivo de la ciudad.
La dinastía nazarí de Granada. Después de las conquistas cristianas del siglo XIII sobre el Guadalquivir, el dominio musulmán se centró en Granada, donde la dinastía nazarí iba a crea un estado que conocería durante el siglo XIV una gran prosperidad. La Alhambra será la más belle y exquisita creación del arte granadino, obra en su mayor parte del siglo XIV. El conjunto palatino se compone de dos núcleos fundamentales: el Cuarto de Comares y el de los Leones. Se trata de una arquitectura esencialmente decorativa, cuya abundantísima ornamentación enmascara una pobre solución constructiva. Los arquitectos combinan aquí hábilmente los materiales clásicos de la construcción de las albercas, las canalizaciones de agua y los jardines, creándose ambientes espaciales de una gran intimidad.
El arte mudéjar. “Mudéjar” (del árabe hispano “mudáǧǧan”, y este del árabe clásico “mudaǧǧan”, ‘domado’). Se dice del musulmán a quien se permitía seguir viviendo entre los vencedores cristianos sin mudar de religión, a cambio de un tributo. Se dice también del estilo arquitectónico que floreció en España desde el siglo XIII hasta el XVI, caracterizado por la conservación de elementos del arte cristiano y el empleo de la ornamentación árabe.
Completa esta panorámica de la arquitectura medieval española la referencia al mudejarismo, considerado por la mayoría de los autores como una invariante castiza de la cultura española, sin embargo, a pesar de la trascendencia del término, su verdadero significado todavía no ha sido explicado satisfactoriamente. Mientras que algunos historiadores ven en esta creación artística un exponente de la cultura hispana de raíz esencialmente musulmana, otros consideran que lo islámico tan sol es epidérmico y que se trata de una arquitectura condicionada por materiales pobres como el ladrillo, yeso, madera, mampuesto y cerámica, cuyo empleo responde a prácticas tradicionales transmitidas generacionalmente entre familias de artesanos. Con este tipo de construcción se levantarán monumentos que, según la época, reproducen formas espaciales románicas, góticas, etc. Así nos encontramos con creaciones mudéjares tan diferentes como pueden ser Santiago del Arrabal o el Alcázar de Sevilla.
[Fuente: Folleto del Ministerio de Asuntos Exteriores. Dirección General de Relaciones Culturales, España]
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